Yo me parezco a Marilyn Monroe (los dos leímos el Ulises)

"...el 'Ulises' se lee con la piel, no hay obra más sensual que esa y al mismo tiempo más profunda. Incluso aparece la filosofía para burlarse de la filosofía, toda cosa es ella misma y la contraria"

Táboa Redonda, Yo me parezco a Marilyn Monroe

ME EXALTA pensar que Marilyn Monroe y yo tenemos algo en común. Ella también leyó el Ulises de Joyce, aparece en una foto muy concentrada leyendo el libro. Los pedantes estúpidos quisieron decirnos que era tonta, que solo era guapa. Pero yo pienso en esas miradas profundas y desoladas de Vidas rebeldes, en cómo se apoyaba desconcertada en la barra del bar en Bus Stop. En cómo se burla de su propio estereotipo en Con faldas y a lo loco o La tentación vive arriba. Pienso en ella solitaria, teniendo que hacer de todo para que la miraran, aguantando de niña abusos sexuales de su padrastro. Y en que la gente siga sin mirarla de verdad y en que se despida de todo con un montón de pastillas. La gente repite mecánicamente los mismos tópicos, no se entera de nada. Solo se enteró un poco Bob Dylan. Y Norman Mailer, y Terenci Moix. Y desde luego Arthur Miller que no quiso ir al circo mediático de su muerte. Y hasta se enteró mi padre en un artículo.

Ella y yo podríamos entendernos. Pude besarla en un motel de Arizona, delante de un cartel de Bus Stop.

Me exalta haber leído por fin entero el Ulises de James Joyce. Leo el Ulises por fin y participo en una fiesta literaria increíble. Lo leo en quince días, y lo leo el día de Navidad, cuando parece que ha estallado la bomba de neutrones: los edificios están en pie, pero todos los seres se han muerto. Es difícil, pero es una fiesta increíble.

Me exalta ese frenesí de procedimientos, ese abrir todas las puertas, ese saltarse todas las limitaciones y los mecanismos. Nos libera de tanta obligación oxidada, nos regala la literatura en su estado más libre. La literatura entonces suelta lo que no podía soltarse de ninguna otra manera. No solo los pensamientos en libertad del monólogo interior, también la parodia, los pastiches de distintas épocas literarias, los lenguajes técnicos, el juego con la cursilería, las preguntas y respuestas, el juego con la exactitud paranoica para reventar todas las exactitudes. Los mitos como arquetipos de siempre para explicar el desconcierto contemporáneo, como decía Eliot. El erotismo desenfrenado, el delirio interior, el soltar todo lo que estaba reprimido, los sueños y el inconsciente, el inventar las palabras, el mezclarlas unas con otras de una forma desatada, la pornografía en el sentido más liberador, las palabras como cuerpos y los cuerpos como palabras.

Me exalta ese viaje de Stephen Dedalus, el escritor en ciernes y profesor obligado, y de Leopold Bloom, el agente de publicidad, desde la mañana temprano, por Dublín, todo el día y toda la noche. Todos los encuentros y todos los millones de pensamientos sueltos sobre todas las materias y sobre todas las épocas. La Odisea de Ulises como un vértigo interior, todo lo que sucede lleno de fuerza a cada instante. Lo que piensan con libertad todos los personajes que se cruzan unos con otros. Cómo cuestiona Joyce con cinismo todos los grandes heroísmos y todos los grandes valores y al mismo tiempo está repleto de vida. Cómo se burla de los católicos y especialmente los jesuitas y sin embargo coge sus materiales. Cómo se distancia de los nacionalistas irlandeses y se distancia de todo, con una independencia interior alucinante, y aporta pulsaciones a todo. Y cómo destroza todos los tópicos y todas las frases sobadas.

Me exalta ese entierro del personaje en el que todos los asistentes alternan sus bromas y sus pensamientos imparables y sus asociaciones de ideas. Esos encuentros desenfrenados en los pubs donde se sueltan todas las ocurrencias y se aportan infinidad de puntos de vista nuevos. Esa conversación animada sobre Shakespeare y sus claves secretas que vale por todos los mamotretos juntos de investigaciones sesudas de todas las universidades. Porque el Ulises es un mundo, no un gabinete donde se esquematiza el mundo de manera muerta. No hay novela más viva que el Ulises y por eso no hay novela más literaria.

Ahora que abundan tanto los bestsellers simplistas, tenemos que vacunarnos con el Ulises. Meterlo en vena salvajemente para que nos libere todas las percepciones. Me exalta ese encuentro en la playa en el que la jovencita solitaria le enseña las bragas a Leopold Bloom y se inventa toda una novela sentimental para excitarse. Me exalta ese capítulo que consiste en una especie de guion cinematográfico enloquecido, o una especie de sueño sin divisiones, donde todos los personajes se desatan y se transforman y todo es posible y se dan todas las metamorfosis como en las antiguas historias célticas. El Ulises es un campo de maniobras donde se coloca de todo para despertar al lector, para asaltarlo desde todos los campos, para reventarle la piel. Y nunca mejor dicho, porque el Ulises se lee con la piel, no hay obra más sensual que esa y al mismo tiempo más profunda. Incluso aparece la filosofía para burlarse de la filosofía, toda cosa es ella misma y la contraria.

Había que estar bien loco para escribir ese libro, para enfrentarse a todo el mundo con esa idea, para intentar publicarlo. Y de verdad que fue un acontecimiento, y todo el mundo tenía que enterarse. Por eso Joyce se cabreó cuando estalló la Segunda Guerra Mundial: "Joder, me han estropeado el lanzamiento del libro", dijo. Y todos los puritanos cuadrados de todas las latitudes rasgándose las vestiduras. Desde los católicos meapilas a los puritanos calvinistas, ¿hay algo más exaltante que eso?

Me exalta el capítulo de las preguntas y respuestas que parodia todas las exactitudes científicas. Para decir que Bloom levantó una pierna habla durante varios párrafos de levantamiento de masas, de leyes de la gravedad, de desplazamiento de fluidos. Y toda esa explicación cientificoide de los procesos vitales, cómo parodia la devoción cientificista. No cabe duda, es la fiesta de la literatura, es la misa frenética de la literatura.

Me alegra tanto saber que me parezco a Marilyn Monroe, que ella también disfrutó, más allá de los pedantes mecánicos que repiten frases, de esa orgía literaria. Vargas Llosa escribió en un libro que la obra de Flaubert era una orgía perpetua, y la verdad es que no he leído ese libro. Pero sí he experimentado que la literatura es una orgía desenfrenada, y Joyce, ese tipo menudito con gafas redondas, me lo ha mostrado. Y Marilyn y yo hemos estado en esa orgía.

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