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Atreverse a romper

Este 2024 se conmemoran los 25 años del estreno de la serie Los Soprano, de David Chase, con multitud de actos dedicados a confirmar su posición incontestable en el altar de las grandes ficciones de la historia de la televisión.
Los Soprano. AEP
photo_camera Los Soprano. AEP

"No les importaba si mataba a gente, pero no les gustaba que mostrara debilidad". Esto es lo que respondió David Chase a una pregunta de una periodista de El País sobre los rechazos previos de las cadenas televisivas. David Chase, el creador. Decididamente crítico con el sistema y con la deriva de la televisión, con la calidad ausente y con la corta visión del futuro seriéfilo. El que mataba a gente era Tony Soprano. De Los Soprano de HBO. Mostraba debilidad porque estaba confuso. Y eso, de entrada, no es lo que se espera de un mafioso. 

El 10 de junio del año 2007 hubo un fundido en negro que se convertiría en hito indiscutible de la historia de la televisión. Los diez segundos más polémicos de una serie que, evidentemente, darían mucho que hablar. Miles de llamadas a la cadena, multitud de voces indignadas con ese final, cientos de interpretaciones circulando en el ecosistema digital. Que si Tony Soprano deja la mafia, que si recupera a su familia, que si, por el contrario, muere ajusticiado como era de esperar, que si final abierto y alegoría de una redención deseada por el público. Al fin y al cabo, ese tipo duro, jefe de la mafia italiana de New Jersey, dispuesto a sacudirse de encima cualquier obstáculo humano, nos cuenta una historia que podemos comprender: su esfuerzo por mantener los valores en una sociedad cada vez más desapegada, más incomprensible. Qué fue de aquello. Esa nostalgia de un pasado en que todo parecía estar en su sitio y el contraste con el presente, le provoca ansiedad. Sufre vahídos y todo. Nota cómo se le escapa la vida por una grieta inconcebible. Y eso también el público es capaz de entenderlo. Es un asesino, sí. Pero tiene sus problemas. 

La apuesta por una historia que partía de esa premisa, en el año 1999, resultaba disruptiva, prácticamente loca. No le iba mal a la televisión por aquel entonces, con sus ficciones perfectamente encuadradas en los estándares marcados, sobre todo, por el sentir norteamericano, por ese sueño. Las cadenas no tenían interés en romper moldes. Para qué. Sin embargo, entró en escena David Chase. Un hombre que se había trasladado a Hollywood para escribir guiones de películas y replicar la utopía y cambiar el mundo. Y, al mismo tiempo, un hombre al que el destino esquivaba con intensos, quizá crueles, giros narrativos. La pantalla grande se le resistía y optó —qué remedio— por la pequeña. Se le ocurrió Los Soprano a raíz de una combinación explosiva de ideas que tenían que ver con su propia vida, sus gustos cinematográficos, las sugerencias externas y el deseo de escribir algo realmente rompedor.

Estaba su propia madre, una personalidad lo suficientemente fuerte e invasiva como para dar juego en la ficción; estaba la sociedad, con sus aires de crisis y las incertidumbres que asomaban ante el derrumbamiento de las aparentemente sólidas bases del capitalismo; estaba la oferta de escribir algo como El Padrino; estaba su genuino interés por el buen cine criminal y estaba su terapeuta, que inspiró el personaje de ficción.  De toda esa mezcla salió Tony Soprano, un genuino mafioso que cree en el honor y en la familia, pero que constata —con pánico— que el honor y la familia se diluyen sin remedio en una especie de caótica realidad, a la que le cuesta aferrarse. Pierde pie. Y decide ir al psiquiatra. Que resulta ser una mujer.

Tras varios rechazos de las principales cadenas, HBO se detiene en ese pitch, que es como se conoce a la presentación breve de un proyecto audiovisual. En la entrada de siglo, HBO arrancaba también, y buscaba entrar en la competencia de contenidos con el resto de cadenas. Entonces, después de muchos noes, llegó el sí definitivo. Adelante con la serie oscura, con la serie existencial, con la serie que se convertiría, en muy poco tiempo, en paradigma de la ficción televisiva. Todo lo que vendría después de Los Soprano bebió de Los Soprano. 

Hasta ese momento, nadie se había planteado una serie de televisión como un producto de calidad equiparable al cine. Hoy ya no existe ninguna duda de que eso puede ser así. El éxito de la serie fue absoluto, en términos de retorno de inversión, en términos de público, en términos de crítica. 86 episodios, distribuidos en seis temporadas, 21 premios Emmy y Golden Globes, gloria para su creador, la cadena y los actores y actrices protagonistas. Gloria para una idea que supo salirse de sus estructuras. De ahí su indignación. La de ese público fiel, rendido y emocionado. Primero porque acababa y después porque acababa así. 

Si salvamos las distancias, existe otro ejemplo de reacción indignada en el mundo de la ficción que recuerda a este. En el año 1948, una escritora llamada Shirley Jackson envía un cuento a la revista The New Yorker, consciente de su calidad, convencida de su fuerza narrativa. La revista lo publica. Y entonces irrumpe un torrente de voces encolerizadas que acusan a la autora, a la revista, al mundo. Imposible comprender la desfachatez de atravesar fronteras. Prácticamente nadie pensó en el término ficción ni en la libertad creativa. La ira del público iba a dejar claro lo que pasa cuando a alguien se le ocurre avanzar por otro camino. El relato, por si les intriga, se titula La lotería y es uno de los más grandes en la historia del cuento. Jackson tuvo que esperar a que el tiempo hiciera su función, organizara, por decirlo de algún modo, los conceptos. Pero sirva la anécdota para iluminar el comportamiento humano. Las cosas van fluyendo y, de pronto, nos ponen delante un muro. ¿Por qué diez segundos —que iban a ser treinta— de pantalla en negro? Qué es esto, ¿una especie de prueba? 

Ese 2007 en que saltaron chispas demostró, como en el caso de Shirley Jackson, que la indignación tiene que ver con la confianza y la confianza con la adecuación de las ideas propias a las ofrecidas por un bien cultural. En cuanto algo invita a cambiar la perspectiva, lo primero que se siente es decepción, y después rabia. Poco a poco, como ocurre con todo, las aguas vuelven a su cauce. Aunque, es justo reconocerlo, algo tras el revuelo permanece, y ese algo es la excelencia. La calidad de una narración, a pesar de toda polémica, se incrusta en la historia de nuestras vidas. Y, por muchos años que hayan pasado, la mirada y sus consecuencias, siguen ahí. 

Veinticinco años han transcurrido desde el éxito abrumador de Los Soprano. Es un 2024 repleto de conmemoraciones y miradas atrás. Tony Soprano no puede entenderse sin James Gandolfini, fallecido en 2013 a causa de un infarto, después de haber encontrado el papel de su vida. Existe unanimidad en que su interpretación dio a la serie la densidad y el peso que necesitaba. El resto del elenco brilló también en sus respectivos roles y el guion apuntaló el ritmo, el detalle, la manera de mostrar. 

Como la vida sigue y las cosas cambian, ya de lleno mediados por lo digital, la celebración que ha preparado HBO pone el foco en las redes sociales, el consumo inmediato, el picoteo de la atención. Se ha lanzado una versión reducida de la serie para Tik Tok, se lanzan contenidos adicionales para suscriptores, se realizan cenas temáticas, se anuncian encuentros especiales para fans eternos, se levanta una pop up store (una tienda temporal) a la manera de la charcutería de ficción de Nueva Jersey. Dieciocho millones de espectadores no pueden haberse equivocado. 

Entretanto, David Chase, mantiene la misma postura crítica con respecto al mundo televisivo. Sus palabras para The Times no dejan resquicio a la esperanza: "Los Soprano no debe ser visto como una celebración, sino como el funeral de un tiempo glorioso para la ficción televisiva". 
Hasta que aparezca alguien que se atreva, de nuevo, a plantear las cosas de este mundo de otro modo y crear, como no, indignación.

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