NATURALEZA tiene fama de sabia, pero yo no serÃa tan categórico. Para mà que sabe más por vieja que por naturaleza y que detrás de esa supuesta sabidurÃa hay mucho de perspectiva, de cinismo y de resignación. A lo mejor es solo espabilada, que bien le llega, perplejidad bien disimulada.
Tantos millones de años después, la única vÃa que ha encontrado la evolución para ir tirando sigue siendo el ensayo y error, un método que asumimos exitoso a fuerza de perseverancia y olvido, de memoria selectiva. Y porque tampoco hemos encontrado hasta ahora un modo que nos comprometa menos, nuestra osadÃa tiene más lÃmites que nuestra curiosidad, somos los evolucionaditos cobardes.
El método, sin embargo, funciona a base de tiempo. Aunque tiene muchos agujeros, demasiados ensayos como para que no se cuelen errores groseros. Por ejemplo, que la evolución no haya desarrollado una vÃa eficaz y que podamos asumir con naturalidad para evitar que cualquier elemento pueda reproducirse sin mayor control. Yo mismo, sin ir más lejos, soy padre de dos hijos y no me han pedido ni un test psicotécnico ni un carné de manipulador de alimentos ni un permiso de ciclomotores ni nada. Ni un triste máster en la Universidad Juan Carlos I, asÃ, a pelo.
Esto no hubiera podido ser en la sabana, en el Serengueti yo serÃa la gacela coja que hace la goma la final de la manada para servir de comida fácil a los depredadores y que el grupo de individuos sanos pueda completar su migración y follar entre mejores pastos. Pero aquà soy un machito improbable, padre de dos criaturas desconcertadas.
Contra todo pronóstico, a la naturaleza le ha vuelto a salir bien, ya habÃamos quedado en que es espabilada. Sin que yo haya puesto gran cosa de mi parte, por ensayo inesperado o por puro error evolutivo, quién sabe, el caso es que ahà andan un chaval y chavala estupendos a los que la naturaleza ha echado al mundo sin más explicación que mi propia perplejidad.
Hace mes y medio, a lo que iba, los mandé a los dos con su manada al instituto como quien los envÃa a cruzar el rÃo Mara infestado de cocodrilos. Estaba convencido, como todos los padres, de que en pocos dÃas los tendrÃa de regreso en sus habitaciones y en sus pantallas de videoconferencias, mordisqueados por el dichoso coronavirus. Para alimentar mi perplejidad, ha resultado que no, que en las clases están resistiendo mucho mejor de lo que esperaba.
Al menos ella, que ha tenido la suerte de formar parte de la manada que sigue manteniendo las clases por la mañana. Lo del chaval está siendo otra cosa. A él le ha tocado entre los alumnos a los que han puesto las clases por la tarde, como si fuera el grupo de cabeza que es empujado al rÃo en primer lugar por la presión de la manada para que los cocodrilos se vayan saciando mientras el resto cruza.
Lo que todos estos meses no ha conseguido el covid-19 lo está consiguiendo un cambio de rutinas tan injusto que le está afectando en toda su vida. Vamos camino de un año tirado. Sale de casa con la comida en la boca y no regresa hasta las diez de la noche. Mientras el resto de sus amigos está entrenado, en actividades extraescolares o viendo la Champions, él purga el ensayo- error sentado junto a una ventana abierta al frÃo de la noche, embozado en una parka.
Cuando llega, su hábitat ya está descansando, cuando se levanta se encuentra una casa vacÃa ventilándose al frÃo de la mañana. La mayor parte de las tardes incluso falta algún profesor. Otras, llegan todos tan desorientados a la última hora que deciden no darla.
Ha pasado de entrenar cuatro dÃas a la semana a hacerlo un par de horas los sábados. Está peor fÃsicamente, tiene a menudo dolores musculares y cefaleas. Está agotado.
Nadie dice que sea fácil encajar tantas piezas, pero uno habrÃa esperado que las autoridades educativas, en su método de ensayo y error-error-error, hubieran encontrado una solución que no fuera lanzar a los cocodrilos a una parte de la manada. Bien es cierto que confiaba en ellas más por autoridades que por sabias, pero es que han demostrado que no llegan ni a espabiladas. Perplejo me tienen.