Blog | Que parezca un accidente

Chesi, Goytisolo y las Predicciones Catastróficas

AL INICIO de la presentación de la novela Predicciones Catastróficas (Trifolium, 2018), su autor, Chesi —José María Pérez Álvarez para los amigos—, se refirió, casi con vocación redentora, al feliz e inevitable momento en el que todo escritor se da cuenta de que jamás será capaz de escribir como quiere, teniendo que conformarse con hacerlo como puede. Cualquier autor, reflexionaba el novelista ourensano, está convencido al inicio de su carrera de que es la literatura la que está a su servicio y no al revés. De que puede hacer con ella lo que quiera. Retorcerla a su antojo, moldearla, someterla a su voluntad. "Uno siempre cree que alcanzará lo más alto —explicaba Pérez Álvarez, quizá absolviéndonos a todos y a sí mismo—, pero al final termina aceptando que pertenece a una división inferior".

Juan Goytisolo no estaba de acuerdo. Al menos en la valoración que Chesi parece hacer de su propia obra. En mayo de 2003, disertando durante la Feria del Libro de Madrid sobre la diferencia entre el texto literario y el producto editorial, precisando la oposición entre lo contemporáneo —"lo que resiste, lo que circula a través del tiempo"— y lo actual —"lo efímero, el hijo de la moda"—, lamentando la escasez de obras meticulosas y de digestión reposada frente al predominio de la literatura fast-food, el autor catalán quiso destacar un solo título de entre todos los que había leído últimamente. Se trataba de la novela Nembrot de José María Pérez Álvarez.

​Pocos meses después, en un artículo para el Times Literary Supplement, Goytisolo elegiría Nembrot como la mejor novela española del año. Fue a partir de entonces cuando comenzó a fraguarse la afectuosa relación de amistad que ambos escritores mantuvieron durante más de una década. Se conocieron personalmente en Ourense al año siguiente, tal vez a propósito de la presentación de Telón de boca o El lucernario. En 2007, Goytisolo invitó a Chesi a su casa en Marrakech, donde la tangia se cocinaba indefectiblemente desde cuatro de la tarde sobre las cenizas del hammam para que estuviese lista exactamente a las nueve, hora de cenar. Son deliciosas las anécdotas de ambos en el Café de France, donde el autor de Makbara disponía de su propia silla y su propio cojín. Se trata de historias fecundas, algunas incluso desternillantes, pero he dado mi palabra —ya lo lamento— de no escribirlas.

He leído la nueva novela de Chesi y me parece una obra fantástica. Como en su día me lo pareció La soledad de las vocales, ganadora del III Premio Bruguera de Novela. Y como me lo ha parecido siempre Nembrot. No es de extrañar que Goytisolo destacase a su autor como el único escritor español al que merecía la pena leer hace quince años. Ni que seleccionase su novela como la mejor del año en el Times. Ni que la incluyese en la antología Afinidades electivas, publicada en Letras libres. Ni que solicitase su participación en una mesa redonda sobre literatura que tuvo lugar en París en 2005 o en un congreso sobre Nueva narrativa española celebrado en Lausana en 2011.

Sospecho que Chesi se equivocaba cuando declaró que todo autor termina aceptando que es peor escritor de lo que esperaba ser. O al menos, no se trata de su caso. Apenas consideraré sus palabras, por tanto, como algo más que una mera predicción catastrófica.

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