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Hacerse la cama

En las novelas, las elipsis se llevan por delante el momento en el que los personajes arreglan su dormitorio. Este nos parece un instante insignificante en la marejada de cualquier vida

HACERSE LA CAMA ES UN ACTO silencioso, invisible, del que casi nadie habla o escribe. Yo estoy esperando a leer algún día una novela que comience con su protagonista haciéndose la suya muy despacio, con celo, mientras escucha a Chopin, tal vez ajeno a lo que se le viene encima cuando en un rato salga de casa. "Me hice la cama y vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo" no habría sido un inicio de novela inmortal, pero colmaría mi búsqueda. No menos que: "El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 e hizo la cama sin embozo, rápido".

Por alguna razón, las elipsis se llevan por delante el momento en que los personajes arreglan su dormitorio. Conocemos de sobra la razón: hacer la cama nos parece un instante insignificante en la marejada de cualquier vida. Puestos a hacer cosas irrelevantes, que no empujan la acción de una novela, el escritor preferirá que sus personajes enciendan un cigarrillo, o abran la nevera para sacar una cerveza, o simplemente se atusen el pelo. Ocurre lo mismo fuera de la literatura. Cuando alguien te pregunta, interesándose por tu día, qué has hecho hoy, rara vez dices que tuviste una reunión con el presidente de CBS, que comiste con tu madre, que a sus setenta años piensa divorciarse de tu padre, y que a primera hora hiciste la cama con entusiasmo, o mejor aún, con ánimo derrotado. Me resulta una omisión cruel, sin embargo, porque creo que es legítimo pensar que todo lo valioso que hacemos a lo largo de un día viene de ahí, de la cama hecha, del pijama bien doblado debajo de la almohada, de los cojines alineados. Muchas veces las cosas interesantes tienen un principio secreto, impalpable. ¿Por qué no podría ser ese?

Imagen para el blog de Juan Tallón (10/02/18)

Empecé muy pronto a hacerme la cama yo mismo. Hacer cosas uno solo, como calentar el desayuno, tomar el autobús al colegio o elegir la ropa que vas a ponerte, producía una entrañable y quizá ficticia sensación de autonomía. Pero la ficción representa, según la época, todo lo importante que tienes que creer. Suponías que así te ganabas poco a poco el respeto de los demás. Cuando eres un niño deseas que dejen de tratarte y hablarte como a un niño, aunque sigas siéndolo.

Pero las convicciones cambian. En otra época, hacerte la cama pasó a ser el acto diario más latoso y largo, irrespirable. A poco que pudieses, fingías olvidarte y salías de casa sin hacerla. Casi de repente, tenías muchas nuevas teorías, que juzgabas audaces, y una de ellas se enunciaba así: "Hacer la cama es absurdo. Y de palurdos". ¿Quién hace algo, te preguntabas, para al poco tiempo deshacerlo, y así todos los días, sin descanso? Tu autonomía personal se verificaba mediante actos divertidos, sociales, que ocultabas a tus mayores. Estabas en la edad de cuestionarte cosas, que iban desde la democracia, la obediencia a, por supuesto, la cama hecha o los cacharros lavados al momento de ensuciarlos.

Pero las teorías nuevas y audaces, o idiotas, se acaban. Vuelves a considerar un acto necesario, casi creativo, el hacerte la cama; simplemente, unos días pones más empeño que  otros. Te parece bien cuando la haces rápido, sin estirar demasiado las sábanas, y te parece bien si por contra le dedicas tiempo y aplicas toda tu destreza. También te parece bien cuando la haces antes de salir de casa, cuando regresas, o solo un poco antes de acostarte. Hay muchas formas de hacer la cama. Me gustaría decir que infinitas, pero sería una parida. En todo caso, se nota el día que te esfuerzas y el día que solo quieres sacarte esa pesadilla de encima. La vida está compuesta de momentos en los que disfrutas de un dormitorio ordenado, en el que las cosas ocupan su sitio, y momentos en los que te satisface el caos y no ves qué hay de malo en que la sábana sobresalga bajo nórdico. No tengo claro cuándo te llega la decadencia, si cuando hacerte la cama a diario es la constatación de un fracaso, o si en la hora que te resulta uno de los asuntos más importantes que te traes entre manos, y al que dedicas una columna si hace falta.

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