La segunda revolución del Cason

El 5 de diciembre de 1987 el mercante panameño Cason embarrancaba en la Costa da Morte. No fue el accidente marítimo más trágico, ni el más grave, ni el más mediático del litoral gallego, pero sí quizás el más misterioso

 

Los restos del esqueleto del Cason bajo el mar. BUCEO FINISTERRE
photo_camera Los restos del esqueleto del Cason bajo el mar. BUCEO FINISTERRE

La imagen de 23 cadáveres tirados en una lonja; la evacuación masiva de 15.000 vecinos de la Costa da Morte a Santiago; nubes tóxicas y explosiones en el mar; una revuelta social que jamás se volvió a ver aquí; el primer comité de empresa despedido de la historia de España y muchas más dudas que certezas tres décadas después. Son algunos de los factores que convierten el naufragio del Cason en el más singular de la historia de Galicia, una condición a la que ahora apelan vecinos, empresas, pescadores, el Concello de Fisterra y otras zonas limítrofes para conseguir que el montón de chatarra en que acabó convertido el mercante se quede donde está: a diez metros de fondo cerca de la playa fisterrana de Rostro.

La ley dice que el Cason no es patrimonio histórico porque no lleva cien años bajo el mar, pero desde la Asociación de Vecinos Costa da Morte su presidente, José Fernando Carrillo, entiende que hay otra vía para conseguir esa protección y que el carguero no se mueva del sitio: que sea declarado naufragio singular basándose precisamente en su enorme repercusión. "Todavía se puede hacer, queda tiempo; pero no hay voluntad política", lamenta. "El Cason es un pecio muy importante en nuestra historia".

Tras ver cómo lo que sí naufragaron fueron todos sus escritos y los del Concello enviados a la Xunta o a Defensa para pedir la paralización del desguace, adjudicado a una empresa de Carballo e iniciado en verano, Carillo es de todo menos optimista: "Lo vemos bastante difícil porque no hay interés en salvaguardar estos restos", aunque no se darán por vencidos. Sobre todo ahora, aprovechando que Desguaces Lema ha paralizado los trabajos en el pecio hasta la primavera, cuando se espera que el tiempo permita retomarlos.

El Cason provocó hace tres décadas una revuelta social jamás repetida en Galicia; y ahora amenaza con poner en pie de guerra a Fisterra


¿Y qué sentido tiene mantener toneladas de acero y hierro bajo las aguas? Alicia Carrillo, de Buceo Finisterre, lo ve claro: "A xente flipa cando o ve". Se refiere a los clientes de su empresa de inmersiones, que buscan emociones como la del Cason o la del crucero Blas de Lezo, que reposa no muy lejos de allí. La buena conservación de parte de su estructura, unido a que la dureza del mar en la zona impide verlo con frecuencia, hace del Casón un tesoro todavía más deseado.

"A fin de semana estiven en Portugal buceando en pecios que afundiu o Estado para xerar biodiversidade. Aquí ao lado afunden barcos e poñen carteis para explotalos turísticamente e nós non valoramos estas cousas e retirámolas", lamenta la empresaria.

Su cabreo es similar al de los marineros de la zona. Y es que el Cason se ha convertido en un biotopo único, refugio de grandes sargos, lubinas, congrios o pulpos que representa un seguro de vida al lanzar los anzuelos al mar. "Os patróns de pesca protestan; saben que isto é un beneficio para todo o pobo e van acabar con el", dicen.

MISTERIO. Del Cason está todo dicho, que no es lo mismo que afirmar que está todo resuelto. La versión oficial cuenta que el mercante hacía la ruta Amberes-Shangai cuando, en un temporal a la altura de Galicia, parte de su carga escoró y causó un incendio a bordo que acabó con la vida de 23 de sus 31 tripulantes. El buque acabó en las rocas de Rostro entre humo y llamas, lo que llevó a las autoridades a decretar la evacuación de 15.000 personas de los concellos de la zona a Santiago ante el temor a que su carga tóxica tuviese repercusiones para la salud.

Los bidones del Cason, en lugar de cargarse en el vecino puerto de Brens (Cee), iniciaron entonces un inexplicable periplo por media Galicia levantando pánico a su paso y sorteando barricadas en llamas y tractores atravesados por aquellos vecinos que no querían verlos ni en pintura. La presión social impidió que acabasen en el campamento militar de Parga, pero no en la factoría de Alúmina-Aluminio de San Cibrao, la principal damnificada por esta crisis.

El desalojo de la fábrica ordenado por el comité desembocó en un expediente de regulación para más de 574 empleados y en el despido de un comité por primera vez en el país. La factoría, considerada la ‘gallina de los huevos de oro’ de la provinciad de Lugo, estuvo más cerca que nunca de cerrar sus puertas para siempre por una serie de decisiones políticas surrealistas que nadie quería apadrinar y por las que 30 años después no se ha asumido aún ninguna responsabilidad, más allá de un perdón simbólico a los despedidos.

Hasta no hace tanto, cada vez que algún vecino de Fisterra enfermaba gravemente todavía salía a relucir el nombre del Cason. Y tampoco A Mariña olvida este capítulo de su crónica negra. Ni siquera cuando se retire el último de sus hierros del fondo del mar se acabará su leyenda. Por eso, diga lo que diga la ley, el del Cason es un naufragio singular. 

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