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La taberna de San Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz habla de un no sé qué que se encuentra a veces como un regalo. Y de ir más allá del conocimiento convencional, 'toda ciencia trascendiendo'. Y de volar de golpe para dar caza al amante: 'Volé tan alto, tan alto/ que le di a la caza alcance'

Monje

ESTOY EN el convento de los Carmelitas donde murió San Juan de la Cruz. He venido a Úbeda y lo primero que he pensado es en visitarlo. Recorro pasillos y salas, me asomo al oratorio y a la iglesia de San Miguel desde las tribunas, veo colecciones de arte religioso. Y en un cuarto desnudo está él con el hábito, escribiendo sobre una mesa de madera.

Lo veo reproducido junto a una mesa, con una imagen austera. Y sin embargo interiormente estaba en la taberna, nos llenaba a todos de marcha. Su mística era la borrachera interior, el recibir zarpazos de visión. Su interior se desinhibía para acercarse al interior de la vida y tenía una fiesta íntima. Rompía todos los cánones, todas las seriedades, y se desbordaba con entusiasmo. Y en el Cántico espiritual después de dar vueltas enloquecida por prados y riberas detrás de su amante acaba en una caverna desenfrenada igual que una taberna.

El estuvo en Úbeda y Baeza. Son dos ciudades prodigiosas que todavía quedan en nuestro mundo que arrasa todo. Baeza es elegante, renacentista e intensa. Úbeda es barroca, dicharachera y suelta. Me gusta más Baeza, concentrada e interior, llena de callejones secretos y plazas con fuentes prodigiosas. Pero Úbeda también tiene magia en medio de la acumulación y las plazas pomposas. Las dos se asoman al mar de olivos que se extiende hasta las montañas.

En Úbeda está la calle Melancolía, que es la calle Real, donde vivía Joaquín Sabina. Una taberna bastante pija lleva el nombre de su canción. Así son las cosas, lo que era canalla y melancólico se convierte en negocio para exprimir turistas. Pero aunque parezca extraño hay algo en común en Sabina y San Juan de la Cruz. Al poeta tampoco le gustan los encierros, se escapó una vez por una ventana cuando estaba encarcelado.

En Baeza está Antonio Machado. Lo ves sentado en un banco de hierro en la calle de San Pablo entre palacios elegantes. Menos mal que no le pusieron un rombo de hormigón de esos que se diseñan ahora. Toda la ciudad parece un poema de Soledades. No parece casual que Machado viniera unos años aquí. Ni que en medio de su silencio resonaran las mismas densidades que en los silencios de Baeza.

La gente no se entera. Se empeña tópicamente en darle un sentido negativo a la noche. Es el simplismo ramplón de nuestra cultura: el día es bueno y la noche es mala. Pero así no captan para nada lo que dice Noche oscura del alma. La noche es callar y escuchar, atender a lo más secreto, silenciar las palabrerías y los conceptos. Dejar de pensar y empezar a sentir. Dejar los conceptos vacíos y tocar la visión. Y así lo expone el propio San Juan en el comentario en prosa al poema. Pero he visto libros de texto en que se dice que la noche son problemas, etc. Y así se prolonga el malentendido y la tontería.

El prado del Cántico espiritual significa el interior sin estorbos donde se busca al amante. La naturaleza sabrosa donde se persiguen con pasión los amantes. Todo alrededor le habla a un amante del otro. Hasta que acaban escondidos en las cavernas, olvidados de todo, sin despistarse con nada, concentrándose solo en ver al otro ser. En verlo de verdad, más allá de conceptos.

La noche significa el desenfreno, la desinhibición, la pasión desatada. El sentir sin trabas ni prejuicios, el escuchar todo lo que calla durante el día. La noche es callarnos de una vez y escuchar todo lo que clama en nosotros. Y a las tabernas se va sobre todo de noche. Por eso San Juan de la Cruz vivía en su taberna. Y con él estaba otra marchosa, Santa Teresa de Jesús.

La Llama de amor viva significa la intensidad de la experiencia, la furia del amor que contacta con el otro ser. Sin paliativos, sin cortapisas, sin prevenciones. A San Juan de la Cruz, como a Blake le atraen las experiencias sin límites. Lo que puede quemarte pero te lo da todo en un instante. Entonces la experiencia es una herida: "Oh llama de amor viva/ que tiernamente hieres". Y es una paradoja que supera el lenguaje: la llama hiere tiernamente, el cauterio es suave. La vida tiene mucho más que el lenguaje, no cabe en las palabras. Hay que estar en la taberna como San Juan de la Cruz para besarla en la boca sin mallas.

Por eso San Juan de la Cruz habla de un no sé qué que se encuentra a veces como un regalo. Y de ir más allá del conocimiento convencional, "toda ciencia trascendiendo". Y de volar de golpe para dar caza al amante: "Volé tan alto, tan alto/ que le di a la caza alcance". Y de encontrar una fuente oscura en mitad de la noche. Y toda luz viene de ella, aunque es de noche. Enciende el lenguaje, métele fuego, Juan, haz que de verdad el lenguaje se salga de sí mismo, y conecte con la vida y nos haga vivir. Que nos arranque de la experiencia mediocre y nos otorgue la experiencia que trastorna. Sácalo de las vulgaridades y las academias y haz que nos alumbre de verdad. Haz que nos lleve a la taberna del sentido.

Haznos vivir, arráncanos del marasmo, otórganos la visión. Solo tú, en medio de tanto pituso que habla de artefactos y de cálculos, eres capaz de encender esa mecha mejor que nadie. Y reventarnos los ojos. Y reventarnos los sentidos. Y llevarnos de la noche del sentido a la noche del espíritu. Y la noche aquí es la culminación, que no se enteran.

Sí, las palabras así lo trastornan todo, nos hacen vivir. Deja las gilipolleces calculadas, los artefactos, las estructuras, las fabricaciones. Haz que estemos en ese incendio, en esa borrachera interior, más desenfrenada que la de Rimbaud. Estamos borrachos así en tu celda. Escapamos contigo de los mezquinos, de los que no se enteran. Llévame a tu taberna a tomar algo, apasióname.

Un místico persa, Hafiz, encuentra a su amada con el pelo revuelto en la noche, la busca en las tabernas. Dice que la amada llega de noche a su cama con el cabello alborotado y le revoluciona todas las experiencias. Y luego la busca por todas las tabernas, y ofrece toda su vida mediocre a cambio de un encuentro con ella. Los místicos en ninguna cultura quisieron saber de inquisiciones, de academias. Traen la visión y la intensidad interior.

Recuerda a San Juan de la Cruz, gilipollas. Déjate de jueguecito y de miraditas con las cuales lo comprendes todo. Es decir, lo simplificas todo. Ábrete la piel y las heridas. Y no hace falta estar en Úbeda para eso. Monta una taberna en tu habitación.

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