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El fuego interior

Lumen ha reeditado Todo queda en casa, los cuentos escogidos de Alice Munro, premio Nobel de Literatura en 2013. Una oportunidad perfecta para comprender que cada cotidianeidad lleva escondida su fuego.
Alice Munro AEP
photo_camera Alice Munro. AEP

Nació en Wingham, Ontario, en el año 1931, y en Ontario también nacen sus cuentos que son como universos intemporales que explotan dentro de cada cuerpo. Sus historias están sujetas a las raíces que alimentan la vida rural, pequeños pueblos que respiran de un modo característico, latiendo a un compás determinado, reconocible. Su infancia transcurrió en una granja y en una casa de ladrillo que su padre, criador de zorros y visones, había construido para la familia. El ambiente era austero, alguien podría calificarlo como falto de calidez, envuelto en los estragos de la gran depresión y el conservadurismo doctrinario del presbiterianismo. Su madre era maestra y de moral rígida, con una concepción de lo femenino que ya chocaba frontalmente con la niña lectora y escritora de relatos en los que certificaba otros mundos posibles.

Fue La sirenita el disparador de su vocación. "Me interesé en leer desde muy temprano porque me leyeron un cuento, de Hans Christian Andersen, que era La sirenita. Es terriblemente triste. Apenas terminé este cuento salí y di vueltas y vueltas por la casa donde vivíamos, en la casa de ladrillo, y me inventé un cuento con final feliz, y pensé que se lo debía a la pequeña sirena".

Al exterior de esa casa, reconvertida en otra cosa, pero identificable aún, volvió la Alice Munro adulta, escritora ya, acompañada de un periodista que la estaba entrevistando. "Cuando mi padre murió, todavía vivía en esa casa de la granja. Aunque ha cambiado mucho. Ahora es un salón de belleza llamado Total Indulgence". A la pregunta de si había entrado alguna vez, ella responde: "No, no lo he hecho, pero pensé que si lo hiciera, pediría ver la sala de estar. Ahí está la chimenea que construyó mi padre y me gustaría verla. A veces he pensado que debería entrar y pedir una manicura". 

De camino al colegio y de regreso a casa inventaba relatos. Durante esas idas y venidas fue adquiriendo consciencia del poder, la magia y el efecto transformador de las historias. Al principio ella era la heroína, siempre con un final feliz. Poco a poco, tras más lecturas y más atmósferas, su voz se expandió y sus personajes femeninos se hicieron complejos y se hicieron contradictorios y los finales, tristes y esperanzadores y llenos de una especie de verdad profunda que en ella siempre parece fácil, pero que nunca lo es. 


Se casó pronto, por amor, por salir, por huir. Había empezado estudios de Periodismo y Filología, pero los dejó, se fue. De aquel entorno tal vez asfixiante, tal vez —o más tarde— inspirador, revelador. Ella y James Munro abandonaron Ontario y se instalaron en Dundarave, una localidad de Vancouver. Tuvieron tres hijas y, unos años más tarde, se mudaron a Victoria. Allí abrieron una librería. Y, un tiempo, estuvieron bien. Venía de escribir: "Pensé que las historias eran muy importantes en el mundo y quería inventar algunas de estas historias, quería seguir haciendo esto, y no tenía que ver con otras personas, no necesitaba decírselo a nadie". Aun así, vendía sus historias para la radio pública canadiense. Y entonces se puso a escribir: "No fue hasta mucho más tarde que me di cuenta de que sería importante si uno las llevara a una audiencia más amplia".

En 1968, a los 37 años, publicó su primer libro: Dance of the Happy Shades (Danza de las sombras). Recibió excelentes críticas y un premio, el más prestigioso de Canadá, el Governor General’s Award. En 1971 publicó Lives of Girls and Women (Las vidas de las mujeres), un libro de relatos que se entrecruzan y que se convierten en su única novela. Cuatro años después cerraron la librería y el matrimonio. Alice Munro volvió a Ontario, escribió otro libro, Who Do You Think You Are (¿Quién te crees que eres?) y ganó, de nuevo, el mismo premio. Pasados otros cuatro años, se casó con Gerald Fremlin, con quien conviviría hasta la muerte de este. 

Ya estaba ahí el universo Alice Munro. Un lugar de memoria, oscuro y vibrante, olvidado y recuperado, una y otra vez, por una voz que llaman "la Chéjov canadiense". Un territorio mínimo donde los personajes femeninos se salen siempre del marco e imponen su mirada. Aunque se queden en el mismo sitio. Como hizo ella. Encuadran su estilo en el Southern Ontario Gothic (Gótico del Sur de Ontario) un equivalente al gótico sureño estadounidense, aunque con los rasgos de la tierra pegados a las palabras. En más de una ocasión afirmaría la conexión: "La parte del país de donde vengo es absolutamente gótica" y la constatación de sus influencias literarias reafirman la inserción en esa tonalidad tormenta. Flannery O’Connor, Eudora Welty, Carson McCullers. Siempre algo que está a punto de estallar. 

A finales de los 70 y principios de los 80, realiza una serie de giras que acrecientan su fama y continúa publicando sus relatos breves,  que no deja de revisar, publicando más tarde las nuevas versiones, a pesar de las dudas que le suscita el hecho de reescribir: "A menudo hice revisiones en esa etapa que resultaron ser errores porque ya no estaba realmente en el ritmo de la historia. No estoy muy segura de este tipo de cosas. La respuesta puede ser que uno debería detener este comportamiento. Debería llegar un punto en el que digas, como lo harías con un niño, esto ya no es mío".

Lo que sí es suyo, lo que permanece, es la memoria: "La memoria es la forma en que seguimos contándonos a nosotros mismos nuestras historias". La memoria de un yo femenino que parte de su interior y atraviesa el mundo. Hay niñas, hay adolescentes, hay mujeres adultas y mayores que dialogan con su cuerpo, que es, a la vez, su propia historia, y con el mundo, en un Ontario rural, de terror encubierto y violencia reprimida que en cualquier instante puede brotar y cubrirlo todo. Ese momento suspendido es la clave de los relatos de Alice Munro, su sorpresa, su misterio, su explosión. El torrente de premios que le llegaron en las siguientes décadas corroboran su maestría: el tercer Governor General’s Award, por el libro The Progress of Love (El progreso del amor), pasando por el Booker Internacional por Too Much Happiness (Demasiada felicidad), hasta llegar al premio Nobel de Literatura, en el año 2013 por una obra entera dedicada a contar las cosas que le pasan a la gente normal, principalmente mujeres, y que, aunque suene extraño, casi nadie cuenta.

Un día dijo que dejaba de escribir. Comentó que se le olvidaba alguna palabra, que ya no era lo mismo, su marido había muerto. Las cosas cambiaban. Después no fue del todo cierto y publicó en 2014 Family Furnishings: Selected Stories 1995-2014 (Todo queda en casa. Cuentos escogidos. 1995-2014). Entonces lo volvió a decir en 2015, a los 84 años. "Estoy muy contenta. No es que no ame la escritura, pero uno llega a una fase en la que piensa diferente".

Hoy tiene 93, su memoria está en sus libros. La memoria de aquella niña y aquella madre: "La vida de mi madre fue muy triste, y si yo hubiera sido diferente persona, podría haberlo hecho un poco mejor... Si hubiera sido un tipo diferente de mujer con calidez más inmediata, en lugar de este fuego interior, podría haber sido muy útil para ella, no en términos físicos, sino en la comunicación del día a día, en lugar de dejarla sola". La memoria de lo que se perdió y de lo que permanece es el pulso de sus cuentos, que sigue así. Latiendo.

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