Opinión

La víctima inocente

LA MUERTE de un niño de ocho años es siempre un hecho injusto. Si además esa vida queda cortada de forma violenta y en la acción está implicada, presuntamente, la novia del padre de la víctima, no hay adjetivo que describa el sentimiento general de la sociedad que recibe la noticia. Una sociedad que lleva casi quince días con la atención centrada por los medios en la desaparición del niño. Consternación, evidente. Asombro y espanto también. Rebelión, ¿frente a qué? ¿Qué explica un suceso así? Como el que recogía la imagen de un niño refugiado sirio muerto sobre la arena de una playa. Una foto que de cuando en cuando habría que hacer presente como una puñalada que interroga. ¿Cambió la posición de la ciudadanía europea sobre el acogimiento de los refugiados de la guerra tras aquella conmoción general? Durante unas horas. Los ciudadanos de Múnich se fueron a entregar comida y abrigo a los trenes de refugiados. Pero, poco después, fue esa misma Baviera la que criticó a Angela Merkel por su política de apertura y acogimiento a los refugiados. Es el interrogante sobre la muerte del inocente, sobre el origen del mal en definitiva, que acompaña a la humanidad desde siempre: desde el primer crimen, que aparece en el capítulo cuarto del Génesis, a la literatura y el pensamiento de Albert Camus. No es la violencia para la supervivencia. Es el mal por el mal. ¿Qué explica que unos hombres, con independencia del fanatismo religioso o la geopolítica que alimenta el odio para la violencia y la guerra, puedan cometer sucesos como los del 11-M en Madrid, que ayer se recordaban? El comportamiento general de los medios ante estos sucesos se corresponde con el de las personas individuales: la explosión puntual —en algunos casos, diríase que explotación— de los sentimientos. Ni mejores ni peores en un juicio moral al que con frecuencia nos someten.

Comentarios