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LadyBird

LadyBird
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LA PRIMERA vez que la vi, estrenando un nuevo año, me fijé en su altura. En sus piernas interminables y aquella sonrisa contagiosa de labios rojos que esgrimía cada vez que hablaba con su gracejo de cordobesa y esa dulzura de azahar que enseguida nos atrapó. Me llamó la atención su zapato derecho, con una plataforma de varios centímetros, que quizás, pensé, para qué, si ya es altísima y guapísima. Pero al ver el par izquierdo diferente, más bajo, supe que no era una plataforma. No recuerdo si aquella Navidad Rocío llevaba muleta, pero sí que tenía una sonrisa inmensa incrustada en la cara, que ni siquiera perdió cuando comentó que sufría una dismetría de 9 centímetros provocada por un sarcoma de ewing que le detectaron en la tibia con solo seis añitos.

Nos veíamos de fin de año en fin de año, algún San Froilán que otro.Sabíamos de sus operaciones y nos alegrábamos cuando nos contaban que había salido del hospital, que estaba mejor, que ya no llevaba muleta, que cantaba en un grupo, que volvería en Navidad. Y años después nos volvimos a encontrar a través de esa ventana que es la red social, que nos acerca a quienes tenemos lejos y nos permite compartir un poco las vidas y las opiniones. Hace algún tiempo una infección en la maltrecha pierna la llevó de nuevo al hospital y puso en riesgo su vida. Un año después anunciaba que acababa de tomar la decisión más difícil de su vida. Se había despedido de su pierna y no admitía la tristeza por compañía. Lo contó, dijo, a todos juntos. A los de hoy y a los que la recordamos con un clavel rojo en el pelo en las madrugadas adolescentes de una Nochevieja bajo cero. Lo contó para ahorrarse tener que explicar uno a uno que era lo mejor, que había luchado con su pierna desde niña y que había llegado el momento. Lo contó para que cuando tiempo después nos la encontrásemos en silla de ruedas, o frente al espejo supiésemos que le habían amputado la pierna. Y lo contó entera, segura de que había dado un paso muy importante.
 

Se había despedido de su pierna y no admitía la tristeza por compañía

En estos tres meses ha compartido canciones y fotos nuevas. Sin dramatismos y con sentido del humor. Tan natural como su acento y con tanta luz como la tierra de la que siempre habla orgullosa. Su familia, sus amigos, sus seguidores, la van empujando, pero es que realmente no le hace falta.

El otro día, por vez primera, la sentí llorar. La insensibilidad de una Administración de números y porcentajes, sin alma ni tacto, le borraron la alegría en cuestión de minutos, cuando acudió a valorar su discapacidad y se sintió algo más que cuestionada. Y yo desde este norte desde el que no puedo dejar de admirar su valentía y ese arrojo y ese brillo con el que pinta su día a día, solo puedo enfadarme y escribirlo.

Hay quien le dice que haga trampa, que no puede pretender ir a la Seguridad Social con esa felicidad sobre su pierna biónica, aunque a ratos se note que todavía no es suya. Aunque a veces se muera de dolor por dentro cuando sube escaleras, ese dolor fantasma que todavía aparece, pero que se niega a mostrar.

Le dicen que acuda sin ducharse y le cuente al funcionario de turno sus ansias de desaparecer de este mundo, que la vida ya no tiene sentido, aunque sea todo lo contrario, para no tener que esperar tres meses por una tarjeta de aparcamiento, y no se exponga a perder la incapacidad del 33% que la acompaña desde chiquilla. Pero LadyBird sueña con desprenderse de sus muletas y con hacer deporte, con pasear por el campo y bailar. Me cuenta que de su entorno recibe todo el apoyo y cariño y mucha admiración aunque en la calle aún percibe la lástima que despierta en algunos que la ven por vez primera y no la conocen. Porque si la conocieran sabrían que el próximo año también lo recibirá bailando.

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