Opinión

Cartas y madres contra la ira

En la pared de una casa de Quebec, hoy en día, cuelga una carta enmarcada que no llegó a su destino hace 25 años. El destinatario es Leonardo DiCaprio y el remitente, el cineasta Xavier Dolan (Montreal, 1989). El director, con 12 años, había enviado a su ídolo de infancia unas sentidas palabras por su papel en Titanic. DiCaprio jamás recibió la carta porque la dirección no era la correcta.
Xavier Dolan. EFE
photo_camera Xavier Dolan. EFE

En total, Xavier Dolan recuerda haber escrito cartas siendo un niño a Kate Winslet, Susan Sarandon, Danny DeVito, Jennifer Aniston, Céline Dion y a todo el reparto de las series Buffy cazavampiros, Roswell, Embrujadas y Smallville. Al igual que ocurrió con la misiva a Leonardo DiCaprio, ninguna de estas tuvo una respuesta. Esta falta de comunicación e infancia errática dan cuenta del Dolan adulto y cineasta como parte responsable de sus obsesiones, más ahora, que anuncia su retirada con 34 años.

Dolan argumenta que vivir del cine es doloroso, que no basta y no alimenta al alma, que las horas empleadas no reportan ya ni la satisfacción ni el dinero, que el arte es inútil y dedicarse al cine es una pérdida de tiempo. El cineasta canadiense está cansado de fingir que tiene tiempo para realizar todo lo que hace, de que lo realiza tiene un impacto en un mundo a punto de desmoronarse. Queda lejana en ánimo, que no en tiempo, la imagen de aquel genio del cine que había entrado por la puerta grande.

Sin embargo, la llegada de Xavier Dolan al mundo del entretenimiento fue discreta y fácilmente comparable a la experiencia de muchos otros. Su padre, conocido como Tadros, es un cantante y actor de cierto reconocimiento en Montreal, por lo que con frecuencia llevaba a su hijo a rodajes y escenarios. Allí, Dolan encontró rápido la magia. Su tía Julie trabajaba en aquel entonces en la producción de series de ámbito regional y le llegaban rumores de que un casting se abriría para encontrar a niños que solo supieran correr, sin mayor oficio. Presentaron al cineasta como un candidato más y encontraron el éxito, ya que el niño incluso debía decir una frase. Dolan señala este evento como algo importante en su vida porque llevó a que su madre lo viese muy pronto en televisión, pudiese grabar en VHS y repetirlo en bucle veinte veces. Mostraba antes de un debate sobre su futuro que, a través del audiovisual, podría hacer una vida.

Tras esto, con 6 años, el niño se convirtió en uno de los rostros televisivos de la cadena de farmacias Jean Coutu, famosa en Quebec, y se introdujo en el audiovisual voluntariamente, pero sin saber lo que quería. Aquel trabajo duró cuatro años, los mismos en los que las ancianas lo detenían por la calle para estirarle las mejillas. En cierto modo, era famoso, algo que siempre había querido. No tardaron en llegar los papeles en telefilmes, producciones locales y regionales, y alguna oferta más seria.

Dolan, por su parte, crece con serias diferencias respecto a su entorno, desconectado de gran parte de sus congéneres y desarrollando comportamientos obsesivos. Cuando Titanic llegó al cine, el niño acudió veinte veces a verla a sala y alquiló otras quince el VHS para verla en bucle en casa. Las paredes de su cuarto estaban empapeladas con Leonardo DiCaprio y su gato se llamaba Dawson, como el personaje del actor. El personaje de Kate Winslet, por su parte, despertó en él las ganas por diseñar vestuario. Ahora, décadas después, admite que este fue el momento en el que decidió ser director de cine.

Como adolescente, Xavier era un joven violento con accesos de ira y un comportamiento complicado. Provenía de un hogar dividido por el divorcio de sus padres cuando él apenas sumaba 2 años. Aquel inicio romántico de matrimonio en el que un cantante local y su fan se enamoran en un café concierto no había prosperado. Ella, administrativa de raíces irlandesas, y él, artista mujeriego de ascendencia egipcia, duraron lo suficiente como para dejar como rastro de amor la vida de un niño.

Sin embargo, esto supuso que la madre de Dolan afrontase la infancia y sus requerimientos en solitario, con la figura de un padre que de vez en cuando se paseaba por casa. El problema surgió cuando las horas libres para la crianza mermaron y el comportamiento del niño se convirtió en un problema. Diagnosticaron a Dolan como hiperactivo y sus habituales enfados hacían de él alguien difícil de controlar. Por eso, con 8 años, el cineasta fue enviado a un internado al campo, del cual regresaba en fin de semana.

Allí encontró el cine de Hollywood y sus obsesiones cinematográficas se dispararon con otras cintas como Jumanji o La señora Doubtfire y las sitcoms estadounidenses. Estas eran la válvula de escape a un ambiente represivo, en el cual recibía acoso por parte de sus compañeros. Dolan recuerda vívidamente la ocasión en que, sin más mediación, un compañero decidió pasar por encima de él a toda velocidad montado en una bicicleta. Los maltratos eran muy frecuentes y no se debían solo a su factor como novato o persona de gustos distintos, era leído como homosexual por sus compañeros y atacado por ello.

El único apoyo dentro de la institución que pudo encontrar fue la de un jefe de estudios que comprendió la situación, pero no pudo hacer demasiado contra el mecanismo interno. Por eso, permitía que Dolan viese en bucle la filmoteca de la que disponía la escuela, solo, en una habitación vacía. Aquello lo salvó por varios motivos, en cierta medida. El hombre que lo ayudó entonces terminó siendo acusado por pedofilia y suicidándose por ello.

El cineasta era un joven brillante, lúcido y con ideas sorprendentes para su edad, pero también un alumno nefasto. Dolan carece de título de educación secundaria y lo achaca a un problema de ritmo, para él la escuela se movía demasiado despacio y su cabeza era veloz respecto al sistema educativo. Su madre se había rendido ante esta energía caótica y el propio joven decidió apuntarse a un curso de guionista para dar salida a su pasión.

Dolan había sido un niño precoz a la hora de hablar y ahora debía aprender a escribir con sentido. Reconoce que realmente dio forma a su primer relato cuando tenía 9 años. Lo realizó en muchos plazos durante visitas a casa de su tía Magda, ya que en su casa en las afueras de Montreal carecían de ordenadores. Recuerda pasar horas en el sótano redactando historietas. La más completa trataba sobre la llegada de ángeles guardianes a la Tierra para cuidar de simples mortales.

El joven se financió sus breves estudios de cine con todo el dinero ahorrado de sus intervenciones infantiles como actor, pero también gracias a su carrera como doblador a francés de Quebec de la saga de películas de Harry Potter, Crepúsculo y la serie de animación South Park. Con 16 años, finalizó su primer guion, Las alas rosas, centrada en la vida de un adolescente perdido y solitario que esconde su homosexualidad al mundo, pero todo cambia cuando un ángel lo encuentra y lo guía a la luz.

Tras participar en un cortometraje en 2007 con el papel de un joven gay, Dolan interpreta esto como una señal y reformula su trayectoria. Comienza de nuevo a trabajar en el texto de otra película y abraza todas sus diferencias respecto al resto del mundo. Decide volcar la ira y el enfado que acumula por haber perdido su infancia totalmente en el guion. Asume también que será un largometraje, que no será humilde. Gastará su propio dinero. Así surge Yo maté a mi madre, su película debut. Convenció telefónicamente y por carta a la actriz Anne Dorval, figura fundamental del cine canadiense, para que participase en el rodaje y esta, a su vez, movilizó la financiación necesaria cuando los fondos del joven se agotaron a mitad de rodaje.

El asfixiante debut de Dolan se centra en la destructiva relación de un adolescente gay y su madre pasiva, una sucesión de escenas violentas y agresivas en muchas escalas que consiguió llegar hasta la sección de nuevos talentos del Festival de Cannes. Allí, tras su proyección, despertó una ovación de 6 minutos ininterrumpidos. El director acababa de cumplir 20 años y el mundo del cine lo recibía como la llegada de un nuevo mesías. Canadá la eligió para representar a su país en los premios Oscar de 2010.

La inspiración era su propia vida, las cíclicas discusiones y peleas con su madre a lo largo de los años hasta su mudanza a un apartamento de Montreal. Había encontrado una historia genuina en sí mismo y ahora, pensaba, debería seguir con el instinto natural que me ha llevado hasta aquí. Todos los medios globales lo apodaban y llamaban «enfant terrible» y él aceptó la descripción con gusto. A la francesa, lo describieron como un niño o joven brillante, precoz, rebelde y transgresor, con capacidad de vanguardia y aires de incomprensión. No era el primero que se daba en el cine, pero desde luego era uno de los más deslenguados. Sus entrevistas comenzaron a popularizarse por su incapacidad para mantener un perfil bajo, callado y humilde, más típico de los debutantes.

En 2010, con la llegada de su segundo film, Los amores imaginarios, Dolan regresa a Cannes y es acogido de nuevo con mucho cariño. Su relato sobre un triángulo amoroso bisexual encuentra buena recepción, aunque en la sección de nuevos talentos y no en la principal. Esta historia refleja la dificultad romántica que ha experimentado el cineasta, incapaz de mantener relaciones de larga duración por una inevitable atracción hacia los hombres heterosexuales, y su soledad por causa de falta de amigos, los cuales comenzó a tener a partir de los 20 años.

Con Laurence Anyways, su tercer filme centrado en un relato sobre la identidad trans y con un cuidado sentido de la estética, Dolan se convierte en un talento indudable del cine internacional y se reivindica como la nueva promesa del séptimo arte hablado en francés. Ningún crítico pudo desmembrar ni un solo aspecto de la película y Cannes, de nuevo, lo fijó en la sección de nuevos talentos. Harto, Dolan arremetió contra el festival y afirmó que su película era capaz de competir por la Palma de Oro. Este desaire le supuso la comparativa con Pedro Almodóvar, la cual rechaza todavía y ve completamente infundada.

Con 23 años y cinco premios otorgados solamente por el Festival de Cannes, una cifra superior tomando otros certámenes, Dolan se entrega a una cuarta cinta más perturbadora y opresiva, Tom à la Ferme, su primera adaptación de un texto ajeno. Funcionó relativamente inferior al resto de trabajos, pero fue tremendamente útil para liberarse de la carga que suponía la adicción a las drogas que había contraído entre los rodajes de sus primeras películas.

Dolan ha admitido que su consumo de alcohol y sustancias ocurría en su vida desde temprana edad. Salía de fiesta buscando el amor, aunque fuese efímero, y conocía a personas a las que seguía hasta el amanecer. Se compró un documento de identidad falso a los 16 años para poder entrar en bares y salir de martes a sábado, el cual usó hasta los 20 años. Tomó cada droga que pudo y a día de hoy, reconoce ya cansado, se aburre de fiesta y la evita a toda costa.

En 2014, el cineasta estrena Mommy y el mundo de la crítica, tanto como el público, cae de nuevo rendido a sus pies por el uso de la estética al servicio de una historia deliciosa, violenta e imaginativa. De nuevo, la represión de la familia, la identidad y la maternidad tomaban la pantalla al tiempo que una energía que recuerda con intensidad a los videoclips de la MTV. En esa ocasión, Cannes lo eligió para competir con los grandes pesos de la industria y la ovación, todavía recordada, duró 13 minutos. Cuando se anunció el palmarés de esa edición, el Premio del Jurado recayó en manos de Dolan, aunque compartido. Paradójicamente, con el anterior «enfant terrible», o quizás el más conocido del cine francés. En el podio, Godard y Dolan empataron con una poética mordaz.

Gracias a este espaldarazo, el productor de Haneke y Kieślowski decide apoyar un proyecto ambicioso e íntimamente personal para el cineasta canadiense. Decide adaptar la obra de teatro Solo el fin del mundo y rodearse de sus figuras soñadas del cine francés, como Marion Cotillard, Vincent Cassel o Gaspar Ulliel. Sin embargo, este supone el primer fracaso de Dolan, pese a un nuevo premio principal en Cannes. Su ira contra los críticos se desató entonces y se mantiene flagrante, apuntando hacia los artículos y los comentarios en redes sociales. Decide manifestarse entonces como un artista para sí mismo, no para el resto.

Dispuesto a llevar la contraria, decide embarcarse con 29 años en su primera película en inglés con un reparto, de nuevo, plagado de estrellas, incluida su carteada Susan Sarandon. El desastre es masivo y la proyección de la cinta casi anecdótica. Así comienza un ciclo de fracasos que vuelve callado y taciturno al cineasta, que no consigue el antiguo brillo. Casi similar, aunque con mayor aceptación, ocurre con su último film, Matthias & Maxime. Arrastrando una fama peligrosa y en un bajo momento de éxito, Dolan desaparece. Los periodistas y paparazzi que lo trataban como una celebridad en Francia, deciden dejarlo en paz. Sin que nadie lo sepa, se sumerge en una titánica película en cinco partes, que decide editar en formato de serie. De nuevo, adapta un texto preexistente y Canal+ (Filmin, en España) emite La noche que Logan despertó.

De manera imprevisible, Dolan es capaz de regresar a un estado de gracia previo, pero con todo lo aprendido en la madurez a golpes. Su estética se mantiene impoluta, incluso elevada, y la tensión dramática con todos los temas recurrentes de su filmografía se concentran y condensan como nunca. Maternidad, familia, sexualidad, opresión, ruralismo. Este trabajo es la mejor muestra de un talento que parecía extinto y, sin embargo, brilla con la intensidad adecuada como para atraer, pero sin cegar.

Con los titulares y elogios anunciando el renacer del cineasta canadiense, comenzaron a surgir las respuestas en voz y palabra de él mismo. Abandona el cine, abandona el audiovisual; quiere ser feliz. Los mensajes parecen telegramas concretos y sinceros. No se rinde, se va. Él. que había afirmado que «todo lo que uno hace en la vida es para ser amado y aceptado», apuesta ahora por montar una casa y vivir con sus amigos, autoabastecerse y vivir a un ritmo más propio y lejos de los nuevos talentos.

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