Opinión

La farragosa verdad

"De 'Cosmos' tengo recuerdos que van del interés al aburrimiento, dependiendo de cómo tuviese yo la tarde"

Escucho una entrevista a Chimamanda Ngozi Adichie, la escritora nigeriana autora, entre otras, de la novela Americanah. Le describe con mucha gracia al periodista el ambiente que la acogió a su llegada a Estados Unidos, de gente ideológicamente significada, políticamente activa, ecologista, pacifista y recicladora. Chimamanda tiene una postura comprometida y combativa en cuestiones políticas y sociales como el racismo y el feminismo, pero aun así la dejaba perpleja aquella impecable coherencia, como de diseño. Cuenta también que su propio prestigio le valió de poco cuando en una entrevista afirmó que una mujer transgénero formaba parte del movimiento femenino, tenía unos derechos que reivindicar, etc., pero que, por varias razones, no era exactamente lo mismo que una mujer. Se le echaron encima y no lo entendía. Y saca en conclusión que en este y en otros temas, y con el fin de facilitar su discurso, "cierta izquierda evitaba cualquier verdad demasiado compleja". Donald no está solo.

He empezado a ver con mi hijo la serie Cosmos. La nueva, en la que el astrofísico Neil deGrasse Tyson sustituye a Carl Sagan. De la primera tengo recuerdos que van del interés al aburrimiento, dependiendo de cómo tuviese yo la tarde en aquellos domingos con doce años. Sin embargo, acabada la adolescencia leí el libro que la resumía y puedo decir, sin exagerar, que cambió mi vida. Era sobre todo una fascinante y convincente defensa del saber, la ciencia y el amor al conocimiento. Ahora, de esta, llevamos cuatro capítulos y me está volviendo a deslumbrar. Y aún encima le sumo el placer de ver cuánto le gusta a Carlos, que con once años me insiste para que la pongamos y se vuelve loco con los datos astronómicos.

Y no, no he cambiado de tema. Creo que Chimamanda y Neil, a pesar de sus aparentes diferencias, comparten algo importante: ninguno de los dos se permite el lujo de la indiferencia frente a problemas que consideran de todos, y a ninguno de los dos le vale cualquier método a la hora de afrontarlos. Ambos defienden un modo de actuar que, se llame política o ciencia, y persiga arreglar el mundo o explicarlo, debe basarse en la inteligencia y la razón, y en una apertura de miras que rechace las consignas a priori. Un modo que no desprecia los sentimientos ni la imaginación que lo inspiran y le sirven de guía, pero que sabe hasta dónde pueden llegar y de dónde no deben pasar en la búsqueda de la mejor respuesta. Sea cual sea. Aunque, como suele ocurrir, sea compleja.

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