Puertas del Camino: Benavente

La Virgen con el Niño y los Reyes arrodillados en adoración. Pero quien retiene nuestra mirada es San José, humilde y ajeno, apoyado en su bastón y dormitando
Iglesia de San Juan del Mercado. VÍA MAGICAE
photo_camera Iglesia de San Juan del Mercado. VÍA MAGICAE

El viajero se acerca a la ciudad recordando el romance Un castellano leal, del duque de Rivas, en el que el conde de Benavente incendia su palacio para purificarlo por haber tenido que alojar a un noble que le había ofendido, una imposición de su rey, el único ante quien tenía que ceder por lealtad y nobleza. Hasta se acuerda de algunos versos, por ejemplo de los del comienzo: "Hola, hidalgos y escuderos / de mi alcurnia y mi blasón". O de estos otros: "Pues si él es de reyes primo, / primo de reyes soy yo, / y conde de Benavente / si él es duque de Borbón". Cree que el legendario suceso se situaba en Toledo y el rey era Carlo I o V, pero no se compromete.

Atraviesa la vega del Órbigo, de la que se tiene una espléndida panorámica desde el castillo, hoy parador. Después sigue hasta el corazón de Benavente, que tiene un casco viejo con bastante sabor y con dos iglesias románicas que son las causantes de esta visita. San Juan del Mercado y Santa María del Azogue bien merecen un desplazamiento, tal cual este, y una parada, tal cual esta. La decoración de las fachadas de cualquiera de las dos es rica y sus interiores austeros y auténticos. Puesto a escoger una figura de cada una de ellas, se queda con el San José de San Juan del Mercado, al que ya se refirió en la introducción, y con una Eva de Santa María del Azogue, vestida tal cual Dios la trajo al mundo, es decir, desnuda.

El Benavente viejo –que afortunadamente no es el de las autovías de las afueras– tiene esa construcción de ladrillitos tan típica de la zona. En la Plaza Mayor, tampoco muy grande, el ayuntamiento ocupa por completo o casi uno de sus lados. Si sales de ella por un lado, sales a San Juan del Mercado; si por otro, a Santa María del Azogue. Sale por este último y se sienta en una terraza a tomar algo y para ver a los benaventanos y especialmente benaventanas que pasan (no hay error, se dice benaventano; benaventino sería referido a don Jacinto Benavente).

Relativamente reconfortado anda por la que le parece la calle principal, que se llama simplemente La Rúa, si no miró mal. Los comercios se parecen a los de su infancia, por su aire antañón y demodé, dos adjetivos que nada tienen de peyorativo, todo lo contrario. Y tan dulce sensación de un tiempo pasado y perdido se acentúa delante del Gran Teatro, donde se detiene no pocos minutos.

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