Puertas del Camino: Samos

La fachada de la iglesia del monasterio es de un barroco tan sobrio que casi parece eoclásico. Imponente, pone al hombre que se acerca a su puerta en su verdadera y pequeña medida.
Mosteiro de Samos. ARCHIVO
photo_camera Monasteiro de Samos. ARCHIVO

Prados, frondosidad, un vallecito, suave montaña: la situación de Samos no puede ser más seductora. Y el monasterio benedictino, claro, que viene –no en su forma actual, por supuesto– del siglo VI o VII. El viajero hace una rápida visita, la enésima. La iglesia barroca del siglo XVIII, formidable y luminosa, a la que se accede desde abajo por una escalera que recuerda a la del Obradoiro. El claustro grande –dicen que el más grande de España– o del padre Feijoo, pues el escritor e ilustrado era benedictino y pasó un tiempo aquí; una estatua de Asorey lo homenajea. El claustro pequeño o de las Nereidas, ninfas que adornan una preciosa fuente barroca; a destacar, como anécdota, una burlona inscripción en el techo que reza: Qué miras bobo. La valiosísima biblioteca, pese a haber sufrido el monasterio varios incendios, el último a mediados del siglo pasado. La botica. El huerto. Todo un mundo el monasterio, que era tradicional hospedaje de  opositores que se retiraban aquí para concentrarse en sus estudios y que hoy también ofrece alojamiento a peregrinos y viajeros varios. 

Para llegar a la capilla del ciprés o al ciprés de la capilla, tanto monta, solo hay que cruzar la carretera y ya está: una capillita mozárabe y un ciprés varias veces centenario. El río Oribio pasa casi recién nacido.

Dejando atrás el puerto de O Poio y el alto de San Roque, por fin O Cebreiro, que es famoso por sus pallozas, por su situación jacobea y batida por todos los vientos, pródiga en nevadas, por su iglesia prerrománica y por su medieval milagro, este que se cuenta resumido en el párrafo siguiente, por si queda alguien que no lo conozca.

"Un día crudo y feroz de invierno, el cura se dispone a decir misa, creyendo que nadie habría en la iglesia, porque nadie sería capaz de desafiar tanta inclemencia. Pero hete aquí que un devoto vecino de Barxamaior, a unos tres kilómetros de O Cebreiro, aparece para cumplir con su fe. El cura, para sus adentros, se dice que parece mentira que haya sufrido tantas penalidades por un simple trozo de pan y un poco de vino. Y entonces, el mal sacerdote se encuentra con que la hostia se ha convertido en verdadera carne de Cristo y el vino en su sangre, casi una especie de Santo Grial gallego".

Y, antes de marcharse, la comida, la preferida absoluta por el viajero: caldo, un par de huevos fritos con patatas y chorizo y, de postre, queso de O Cebreiro (en este caso y concretamente, de Fonfría) con membrillo: no hay nada mejor.

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