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Bruno Shulz, los relojes oscuros

El escritor Bruno Schultz daba cuerda a relojes deformes y felices

BrunoSchulzSI, SCHULTZ NOS TRAJO el color canela. "Las llamo las tiendas de color canela por los tonos oscuros de sus fachadas. Esos verdaderos comercios nobles, abiertos en la noche tardía, fueron siempre el objeto de mis sueños ardientes". En su interior se esconden todos los encantos, todos los misterios. Huele a países lejanos y a extrañas materias, hay cajitas encantadas, sellos de países desaparecidos. El padre encarga al niño que vaya a casa a buscar la cartera olvidada, y el niño se pierde en las callejuelas escondidas, en la nieve del invierno, en una noche de falsa primavera con dos lunas.

El padre vivía en el color canela. Con su sensibilidad latía en los rincones más escondidos de la casa, en los ruidos del suelo, en las sugerencias de los cuartos. Se dedicaba a estudios misteriosos y se metía en libros prohibidos. Por toda la casa crece una vegetación que emite susurros destellantes. Las mujeres acaban por relegarlo. Las mujeres eran algo amenazante, pero también fascinante. La hermana Adela toma las riendas y acorrala al padre. El padre conecta con los pájaros y la hermana los dispersa a los cuatro vientos.

Tenemos que refugiarnos en Las tiendas de color canela. Tenemos que escapar de la calle de los cocodrilos. La calle donde las tiendas son solo tiendas y todo se vuelve vacío e insípido. Solo cuenta el utilitarismo, el consumo. "Pocos veían lo curioso del barrio: la ausencia de color, como si esta ciudad de pacotilla, levantada aprisa, no pudiera permitirse el lujo de los colores. Todo era gris como en las fotografías monocromáticas, como en los folletos ilustrados".

En los relatos de ‘Las tiendas de color canela’ de Bruno Schultz, cada tiempo suda revelación

Tenemos que escapar de ese tiempo funcional de los cocodrilos, de esa vaciedad. En los relatos de Las tiendas de color canela de Bruno Schultz, cada tiempo suda revelación. No es el tiempo de la producción, es el tiempo de la literatura y de la vida auténtica. El tiempo está vivo, igual que la materia, se contrae, se expande. El tiempo normal es como un tren donde todos los billetes están vendidos y hay acontecimientos que no encajan. Pero hay tiempos paralelos donde esos acontecimientos revientan. En La época genial todo se desborda. El niño dice: "Os dije siempre que todo estaba retenido, uncido al aburrimiento, aprisionado. Ahora mirad qué diluvio, qué florecimiento de todo". La vida puede revelar su genio. En cambio en La temporada muerta todo se paraliza y se vuelve angustioso.

Schultz revienta el tiempo y hace salir todos los diablos, nos trae el zumo escondido del tiempo. Nos da ese transcurrir especial, único, sabroso. Tantos hablaron del tiempo. Proust, para decir que todo está agazapado. Dostoievski, para expresar todo lo que puede vivirse en diez minutos. Sábato, para negar el tiempo de los relojes. Pero Schultz nos habla de los relojes oscuros, los relojes que revientan el tiempo.

El sanatorio bajo la clepsidra nos mete en esa densidad donde todo se aumenta, todo es como un absceso. El padre febril agobiado por las mujeres de su casa tiene que ir al sanatorio. Pero allí todo está metido en ese tiempo onírico y salvaje. Ese tiempo que lo saca todo y lo suelta en nuestra cara.

En esa película los relojes revientan y se vuelven locos, el tiempo se desengancha y nos rodea con fiebre

La película de Wociej Hass da una idea cabal de lo que es ese mundo; la vi un día alucinado en la Filmoteca Nacional de Madrid. En esa película los relojes revientan y se vuelven locos, el tiempo se desengancha y nos rodea con fiebre. No son ni siquiera los relojes blandos de Dalí, es la clepsidra en que cada minuto se hincha y nos deja abrumados.

Schulz es tan importante como Kafka. Pero solo lo sabemos unos cuantos iniciados. En España, después de otros intentos, Siruela publicó las obras principales, y después Maldoror editó sus obras completas con pasión y sistematismo. Schultz era de la misma raza literaria que Kakfa. Por eso tradujo a Kafka al polaco. Gombrowicz dijo: "Éramos tres mosqueteros para renovar la literatura polaca, Witkiewicz, Schultz y yo". Pero en Schultz está el veneno de Kafka. Esa metamorfosis esencial, esa transformar la vida para que diga su inquietud esencial. Ese ir a lo radical de la experiencia del tiempo.

Schultz metía a todos en otro tiempo, en sus relojes oscuros. Incluso un nazi impidió su muerte y lo tuvo a su servicio, porque le asombraron sus dibujos. Lo hizo decorar el cuartel de la Gestapo, la habitación de su hijo. Pero luego intentó escapar y lo mató otro nazi imbécil y brutal. De esos que no ven nada, solo los panzer aplastando, solo el tiempo brutal.

Schultz era de Galitzia, esa zona que se llama así porque allí también hubo celtas. Su nombre suena como Galia, Gales, Galicia, Galatia. No descarto que Schultz tenga algo de celta. Los celtas también hablan de transmutaciones, solo que hay que recordar la historia de Etaine. Los celtas tenían su tiempo, sus marinos que se pierden en el mar vuelven con otra noción de los años. Eso queda en algunas leyendas gallegas, como la de San Amaro. Si un día voy a Galitzia, ahora en Ucrania, tengo sobre todo que visitar al fantasma de Schultz.

Prefiero refugiarme en esos relojes oscuros de Schultz, no en los relojes de la producción y el consumo

No sé quién me descubrió a Schultz por primera vez. Tal vez fue Anxo Pastor, ese gran catador de la literatura de verdad. El que quería hacer un estudio poético del mundo. El inventor de la Secta de los Silenciosos. El que me habla de Sebald, o de Joseph Roth, o de los expresionistas centroeuropeos. Pastor vive en el silencio extraño de la Literatura.

Prefiero refugiarme en esos relojes oscuros de Schultz, no en los relojes de la producción y el consumo. No en los de la Historia que nos lleva unívocamente en una sola dirección, de mecanización sin fin, sin que nadie se pare a pensar si es la correcta. Seguir caminando por esa senda mecánicamente. Yo quiero que me marquen las horas interiores. Las horas locas y llenas.

Yo quiero ese color canela. No el color metálico y el gris del hormigón. Quiero al comerciante mago de Schultz. Quiero las tiendas misteriosas de color canela. Quiero la clepsidra que personaliza mi tiempo. Quiero que la literatura le saque la miel amarga al tiempo.

¿Quién comprendió mejor la literatura que Schultz? Como lo expresó en ‘La mitificación de la realidad’: "Cada fragmento de la realidad vive en la medida que participa de un sentido universal. Las antiguas cosmogonías expresaban esto con la sentencia: En el principio fue el verbo". ¿Cómo se puede emplear el tiempo mejor que leyendo a Bruno Schultz?

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