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Ruega por nosotros, Dylan Thomas

Antonio Costa ruega a Dylan Thomas para que le contagie su cosmos borracho y agitado de celtismo, cristiandad e individualidad

Dylan Thomas. EP
photo_camera Dylan Thomas. EP

EN LA PLAYA de Swansea había miles de pequeñas esculturas de arena, nunca vi nada así en ninguna parte, pensé si serían diminutas cagadas de algún animal, pero las pisaba y eran pura arena, parecían diminutos cordones entrelazados, era una labor delicadísima y complicada, qué demonios sería aquello, señales de los extraterrestres, algún signo de unos seres secretos, en algún momento me dio pena deshacer algunas de ellas, tal vez estaba estropeando alguna comunicación misteriosa, la playa entera parecía estar hablando secretamente, tal vez era porque en Swansea nació Dylan Thomas, yo me alojaba en un hotelito al pie de la playa, subí a la parte alta de la ciudad para ver la casa natal de Dylan Thomas, el propietario Geoff Haden nos atendió suavemente,  nos sentó en un sofá y nos dio una charla sobre la casa y el poeta, en esa casa vivió hasta los 23 años y después desde Londres volvía con frecuencia, vagué con toda emoción por la casa, fui a la habitación donde nació Dylan, estuve en el pequeño despacho que usaba repleto de papeles caóticos y alborotados, visité la cocina donde la madre se afanaba, entré en el dormitorio de los padres, luego fuimos al parque donde Dylan pasó su infancia, bajamos andando desde la parte alta, la parte alta de Swansea tiene unas calles muy elegantes de encantadoras casas georgianas con ventanales salientes, va bajando por la montaña llena de rincones mágicos, luego en el centro de la ciudad bastante feo y en obras pasamos por la calle del Viento, donde estaba el periódico en el que trabajó entusiasmado Dylan, entramos en el pub No Sign donde se emborrachaba como contó en uno de los cuentos de Retrato del artista cachorro, y me gustó Swansea, aunque es fea, el propio Dylan decía que era fea pero encantadora, y estuvimos debajo del puente medio hundido en la playa de la localidad que aparece en otro de sus cuentos donde tres desconocidos solitarios se cuentan sus vidas frustradas.

Y entonces me exalté pensando en la obra de Dylan Thomas, en todo el hervor y la vida y la visión que trajo a la poesía contemporánea, en esa agitación y vitalidad desorbitada que puso en sus textos, en esa mezcla de cristianismo, celtismo, individualidad, borrachera, ese nuevo apocalipsis que quiso traer con su poesía para que todo fuera de nuevo decisivo y significativo, para romper el marasmo y la parálisis de la vida rutinaria, y el intelectualismo reseco y sin vida de tanta cultura contemporánea, y la falta de encanto y misterio del racionalismo moderno, cuando habla de los seres que ya se mueven en las barrigas de sus madres, de la fuerza que desde las raíces se levanta por el mundo entero («la fuerza que por el verde tallo impulsa la flor,/ impulsa mis verdes años»), la transformación incesante de raíces célticas, los santos cristianos y los héroes celtas entremezclados, los vivos y los muertos en la misma fiesta, los sueños y las realidades que explotan como sueños, ese borbotear de los niños que se pelean y se abrazan, que hacen excursiones, observan a los abuelos borrachos, se asombran con todo, Cristo que baja al país de los muertos y lo encuentra más vivo que el de los vivos, como el dragón rojo de la bandera de Gales, el hormigueo de ese pueblo de ‘Bajo el bosque lácteo’ que a lo largo de todo un día desde el despertar hasta el dormirse borbotea de marineros que sueñan con sus travesías y sus amantes, muchachas que se acuestan fácilmente, cotillas en la fuente, niños que alborotan y se confunden unos con otros, olores, sabores, sueños, recuerdos, borrachos que se tragan peces vivos, barqueros que pescan corsés de mujeres, todo un pueblo hormigueando con esa vida misteriosa e inagotable que no cesa nunca, como cuando Dylan le dice a su padre que no entre dócilmente en la noche callada, como cuando dice que aunque los amantes mueran quedará el amor, como cuando dice que él no practica su oficio de poeta al modo de los académicos sino al modo de los amantes.

 

Oh Dylan, pide por nosotros a la Diosa Blanca de la poesía y el delirio, pide por nosotros para que no nos metan más en este mundo cada vez más mecanizado y sin alma


Y después fuimos hasta Laugharne, un pueblecito perdido en la costa de Gales donde Dylan pasó sus últimos años, paseamos por el sendero hasta su casa colgada sobre el mar adonde soñé con ir tantas veces, más tarde volvimos a ella por la playa, visitamos las habitaciones colocadas en varios niveles, observé el árbol que plantó su hija Aeronwy, miramos el mar desde las ventanas, escuchamos la voz real de Dylan recitando poemas con entusiasmo en un gramófono, esa voz que en la era de la radio lo hizo tan popular como un cantante actual, pero con mucho más arrastre y misterio, antes de llegar a la casa vimos el granero diminuto donde escribía y nadie podía molestarlo, vimos la mesa llena de papeles en todas las posiciones y casi saltando, las paredes llenas de cosas colgadas en el desorden apasionado de Dylan, desde allí veía el bosque tupido que está enfrente en el otro lado de la bahía, el bosque lácteo que inspiró su obra extraordinaria, vimos el castillo grandioso que perteneció a los Tudor donde yo creí que habría un castillo pequeñito, vimos las barcas abandonadas en el ríachuelo lírico esperando que subiera el agua y pudieran meterse en el mar, e hicimos lo máximo, cruzamos del norte al sur el bosque lácteo por un sendero con una espesura radical y apasionante, parecía que estábamos como Dylan latiendo entre las raíces de los árboles, luego fuimos la poderosa iglesia de Saint Martin, en el cementerio lleno de lápidas caídas en distintas posturas como en un poema de Dylan lo encontramos, me arrodillé ante su cruz tan sencilla sin lápida, le recé, le dije: Oh Dylan, pide por nosotros a la Diosa Blanca de la poesía y el delirio, pide por nosotros para que no nos metan más en este mundo cada vez más mecanizado y sin alma, para que resista la poesía, la visión, el sueño, los bosques lácteos, la vitalidad, ruega por nosotros para que no nos roboticen totalmente ni nos quiten nuestras visiones.


Ya se lo había pedido en el pub French House en Londres, adonde iba todas las noches a despedirme de él, y veía tipos que eran poetas o simplemente viejos tristes, el espacio del fondo con ese vendaval de fotos de escritores en la pared parecía otro texto de Dylan, las fotos de Dylan me animaban en las paredes, había una ventolera de escritores pintados cerca del techo, ya se lo pedí allí, pero en su tumba en Laugharne le dije de rodillas: no nos falles, no te olvides de nosotros.

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