Relatos de una pesadilla: "Por suerte, mi hija solo se rompió una pierna, pero vamos a denunciar" 

Afectados y familiares de las víctimas relatan en primera persona cómo vivieron los momentos más críticos tras el derrumbamiento de O Marisquiño

María del Mar, madre de uno de los heridos en O Marisquiño. CAROLINA NEIRA
photo_camera María del Mar, madre de una de las personas heridas en O Marisquiño. CAROLINA NEIRA

Caos, angustia, nervios. Miedo, incomprensión, desorientación. La lista de sensaciones que experimentaron quienes se encontraban en As Avenidas al filo de la madrugada del domingo no tiene fin. El derrumbamiento del muelle fue como un suspiro que convirtió, en apenas segundos, el concierto más esperado de la última edición de O Marisquiño en una pesadilla que se repite una y otra vez en la memoria de quienes la sufrieron en sus propias carnes.

Algunas de las personas que tuvieron suerte y no resultaron heridas a pesar de estar en la zona cero del derrumbe, así como aquellas que solo fueron testigos de lo ocurrido, paseaban ayer por el Náutico de Vigo, tratando de darle sentido con la luz del día a lo que les había dejado en shock recién caída la noche. Junto a ellas, padres, turistas y vecinos intercambiaban puntos de vista sobre el accidente. Todos conocían a alguien que había estado allí.

La explanada, que en otro lunes de agosto similar a este hubiese estado llena de familias, niños y paseantes, se mantuvo acordonada durante toda la jornada por la Policía Local. Muchos lamentaban lo sucedido y una mujer preguntaba, desesperada, por un punto de información. Todavía buscaba a un ser querido con el que no había sido capaz de contactar.

Muchos vecinos y usuarios del muelle reconocieron no estar sorprendidos por un suceso que creen que era previsible

Autoridades políticas y sociales no tardaron tampoco en aparecer. Elena Muñoz, portavoz del PP en la Corporación olívica, o Rubén Pérez y Alexandra Fernández, de En Marea, hicieron acto de presencia a lo largo de una mañana en la que las novedades llegaban a cuentagotas a los teléfonos de los afectados.

Aunque las causas del siniestro todavía están por aclarar, no son pocos los que alzan la voz para advertir de que esto fue "la crónica de una muerte anunciada", en palabras de Abelardo Pena, usuario con su embarcación de uno de los amarres de la dársena durante años. Otra propietaria de un barco de recreo, Amelia Vázquez, entiende que para una persona de a pie la situación de degradación del muelle fuese un secreto, "porque desde arriba no se aprecia". Pero asegura que es suficiente con coger una zodiac, como las que utilizan los empleados del Náutico diariamente para recorrer el embarcadero, "para comprobar cómo está". "Antes de poner en marcha este evento y de atraer a tantos jóvenes, deberían haberlo visto", afirma Amelia, que se despide con una frase lapidaria: "Cuando vi la noticia por la mañana no me sorprendió".

De momento, las víctimas dejan entrever con su relato que su objetivo es recomponerse psicológicamente de todo lo vivido. Las imágenes, dicen algunos, no se les borrarán ni siquiera cuando se consiga dilucidar qué fue lo que falló. Mientras tanto, las muestras de cariño no dejan de llegar a través de las redes sociales, procedentes de todos los puntos del globo (dado el carácter internacional de O Marisquiño) y de todos los sectores, especialmente del mundo de la cultura urbana.

María del Mar, madre de una de las personas heridas: "Por suerte, mi hija solo se rompió una pierna, pero vamos a denunciar" 
María del Mar, madre de uno de los heridos. CAROLINA NEIRAEsta viguesa, residente actualmente en Ponteareas, estaba casi dormida cuando una llamada de su hija le hizo subirse al coche y plantarse en As Avenidas lo más rápido que pudo. Golpes, magulladuras y una pierna rota es el saldo de lesiones que sufrió la joven, de 17 años, que se recuperaba ayer por la mañana en el Hospital Álvaro Cunqueiro.

María del Mar sacó un rato de tiempo para acercarse hasta el muelle a tomar unas cuantas fotografías, por consejo de su abogada. "Esto, lógicamente, lo vamos a denunciar". Afirma que le sobran los años que ha vivido en Vigo para asegurar que esto "se veía venir". Resalta, como otros muchos de los vecinos que ayer se agolpaban ante las vallas, el mal estado en el que se encontraba la pasarela de madera y la poca seguridad que eso implicaba.

"Dentro de lo que cabe, mi niña está bien", reconoce María del Mar, que tuvo que pasar por Comisaría para tratar de localizar la mochila de su hija, perdida durante el caos de la noche. Ese trámite lo realizaron otros progenitores que no tuvieron éxito buscando los enseres de sus hijos en el punto de objetos perdidos que la organización habilitó en un hotel cercano al lugar del derrumbamiento.

A otra madre se le quebraba la voz al pensar que si su hijo, probablemente un gran fan del cantante que en el momento del siniestro estaba actuando, no hubiese estado en primera fila "habría caído en ese agujero". "¿Cómo dejan a tanta gente estar en esa madera, que ya rechina cuando solo pasea una persona por ella?", se preguntaba. Otro padre, trabajador en una de las áreas de O Marisquiño, aseguraba que nunca se le pasó por la cabeza "que algo así pudiese ocurrir" y celebraba que no hubiese víctimas mortales.

 

Daniel Rodríguez: "Me costó dormirme, porque la imagen se me repetía todo el rato"
Daniel Rodríguez. CAROLINA NEIRADaniel apenas tiene 16 años. Sus ojos aún conservaban el susto mientras, durante la mañana, relataba lo vivido apenas unas horas antes. "Escuchamos como un ‘crack’ y ya vimos a todo el mundo caer". Aunque sus amigos se salvaron, por los pelos, su cuerpo sí que acabó metido en el pozo que se creó con el hundimiento del muelle. "Yo tenía a la gente encima mía y me pisaban cuando trataban de salir. Impacta mucho", explica, "porque cuando yo intenté ascender también pisaba a otros que estaban por debajo".

Por suerte, apenas tiene algunos arañazos en una pierna, "pero tengo amigos que tienen fracturas". Daniel recuerda la ansiedad, la dificultad para salir y el momento en el que el suelo engulló al público del concierto. Ese instante, asegura, «se me repite todo el rato» y apenas le permitió pegar ojo durante la noche.

 

Alfredo Löb: "Estaba tan atrapado que por un momento pensé que me moría allí"
Quince minutos. Es el tiempo que Alfredo Löb, vecino de Pontevedra, calcula que estuvo atrapado entre tablones de madera, trozos de vigas y tierra. Se lo dijeron sus amigos, porque él sintió estar bajo escombros "dos semanas". Durante la tarde del lunes, Alfredo descansaba en su casa, tratando de recomponer en su cabeza el puzle de momentos del que saca solo una conclusión: "Volví a nacer".
Alfredo, con su mascota, descansando tras el accidnte. CAROLINA NEIRALas puertas de la muerte no se atisban en cualquier circunstancia y es lógico tardar en entender cómo se llega a una situación así. "De un segundo a otro, yo pasé de estar por la zona del concierto", al que no le estaba prestando especial atención, "a estar abajo de todo". "No entendía nada. De hecho, lo primero que pensé fue que se había producido un terremoto. Todo estaba oscuro, escuchaba gritos y notaba que tenía la pierna inmovilizada", explica Alfredo.

Al principio, cuenta, al menos podía vislumbrar un recodo de luz por un hueco entre los tablones caídos, pero a medida que iban sacando a otra gente, otros restos de materiales se precipitaban sobre él, hasta que todo quedó negro, oscuro y aterrador. "Es como si se hubiese hecho de noche. Estaba tan atrapado que pensé: ‘Ya está, me muero aquí’".

La desesperación hacía pensar a Alfredo que nadie le escucharía, que estaba tan abajo que no serían capaces de levantar todo lo que le mantenía inmóvil. Hasta que unos tablones de madera empezaron a moverse y vio la cara de su amigo. "Me dijo que estaban intentando sacarme y recuperé un poco la tranquilidad". Las labores de rescate, sin embargo, no fueron sencillas. Además de los obstáculos que le aplastaban la pierna, Alfredo tenía un resto de viga anclado sobre el estómago. "Imagínate el peso que estaba soportando, que para quitarlo tuvieron que tirar cinco personas de él".

Cuando la pesadilla parecía haber llegado a su fin, algo frenó, de nuevo, la salida del pontevedrés del atolladero. "Fue en ese momento cuando descubrí que tenía el pie derecho totalmente atrapado entre varias piedras". La ansiedad empezó a aflorar y el miedo amenazó con invadir de nuevo a Alfredo que, finalmente, logró ascender hasta suelo firme aupado por su amigo y otros cuatro desconocidos "que me salvaron la vida".

Si Alfredo se queda con algo de lo ocurrido es precisamente "con cómo todos nos ayudábamos entre nosotros", con la empatía de las personas en momentos de desgracia. Él mismo consiguió templar sus ánimos cuando, en medio del caos, allí abajo, en el hoyo, vio a un niño de doce años. "Aunque yo estaba tan aterrado como él, o más, le miré y le dije: ‘No te preocupes, nos van a sacar’". Y así fue.

Al emprender el camino de vuelta a casa, acompañado de los dos amigos con los que había ido al concierto -que, afortunadamente, resultaron ilesos-, "me cruzaba constantemente con gente que se preocupaba por mí, que me preguntaba si necesitaba algo. Incluso una persona me llegó a ofrecer un abrazo. Eso me dio la fuerza que necesitaba, porque en ese momento estaba muy afectado y necesitaba cariño". Y es que, tal y como explica, "el panorama era horrible, muy angustioso. Vimos demasiadas ambulancia, demasiada sangre, madres preocupadas por sus hijos, porque había gente muy joven... Como una película que realmente no lo es. Psicológicamente es indescriptible".

 

"Visto desde arriba, parecía que la gente se caía por un colador"
Tres de estas cuatro amigas estaban en una zona casi VIP durante el concierto: uno de los balcones situados en la fachada del edificio que da al muelle, mientras que Bárbara lo disfrutaba a pie de pista. Ninguna se imaginaba lo que ocurriría durante la segunda canción, cuando se vino abajo el suelo sobre el que el público bailaba. "Fue como si la gente se cayese por un colador, la imagen fue impresionante. Al momento se oyeron sirenas, empezaron a llegar ambulancias, policías...", aseguraba Carmen el, que junto a sus compañeras quiso acercarse al lugar del siniestro para ver si podían servir de ayuda.

Bárbara recuerda ver a "muchísima gente" precipitándose a lo que, a sus ojos, parecía el vacío. "Teníamos a dos amigos que estaban allí y fuimos a ver si los encontrábamos, pero apenas podíamos movernos por la cantidad de gente que había". "Unos se caían encima de otros, no nos creíamos que estuviese pasando", añade Dalia.

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