Avivemos los sentidos

Sólo quien es capaz de situar los diferentes matices en un vino o en una comida, como los sonidos en una orquesta, podrá disfrutar a plenitud de la mesa o de la música. No se trata de ser especialista en nada ni de filosofía del conocimiento. Sencillamente proponemos el autocultivo que, si puede ir acompañado de formación, será mejor y más fácil para despertar los sentidos. No es imprescindible ''saber'' para descubrir la riqueza de sensaciones que pueda darnos un vino. Hay que ''conocer'', aunque se carezca de palabras para expresar lo que se siente a la hora de disfrutar de un plato, de beber un vino, de escuchar un concierto.

Carecer de conceptos no impide el disfrute. Lo importante es contar con los sentidos despiertos, abiertos y cultivados para percibir los matices. Quien aporte el discurso perfecto sobre una vivencia sensorial de este tipo no necesariamente logra un nivel de percepción y de gozo mayor  que quien lo vive careciendo del lenguaje adecuado para describirlo. Parece demostrado que avanzaremos y profundizaremos si en la práctica descubrimos por nosotros mismos. Y avanzaremos con el esfuerzo para describir lo que percibimos, aunque las palabras que utilicemos no se correspondan necesariamente con las que pueda aportar un catador profesional. Pero sí, el esfuerzo de reflexión, de introspección sobre lo que experimentamos en la mesa ayuda a mejorar el conocimiento sobre lo que comemos o bebemos. Contribuye a la sensación de placer .

La lectura de los clásicos de la gastronomía es aconsejable. Abrirán caminos. Pero es sobre todo en la práctica donde podremos educarnos y despertar en plenitud los sentidos. Siempre estuvo mal visto esto, tanto por la vía tradicional religiosa como por la vía progre de la izquierda redentora. Suárez Granda en ''Las cucharas de la tribu'' cita al místico alemán Tomás de Kempis, el de la ''Imitación de Cristo'', que decía ''vale más sentir la compunción que saber definirla''. Cierto. No será igual lo que del amor cuente quien cerró sus sentimientos al otro y nunca vivió el estado de obnubilación del enamoramiento, que lo que pueda decir quien está abierto al mundo y al otro, con todo el optimismo  de un enamorado, si además es un experto en relaciones humanas.
 
Recuerda también el autor las memorias de Pablo Neruda, 'Confieso que he vivido', en donde por cierto se describe la experiencia de beber un tinto en Galicia en una clásica cunca de porcelana blanca. La referencia a Neruda es para una maldad, transformar el título en 'Confieso que he bebido'. Pero quien confiesa que ha bebido, aunque fuese mucho licor de Escocia, como quien ha comido o quien ha amado, es quien puede decir con fundamento que ha vivido. No hay otra obligación en el escenario de la vida, que es el que nos corresponde en este valle de lágrimas, que el de vivir en plenitud. Poco o nada que ver con los excesos que se aproximan para Navidad y fin de año.

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