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Dino Campana, el profeta vagabundo

"Todo el mundo considera mucho más apasionante el Infierno. Solo ahí viven seres vivos de verdad, en el Paraíso solo hay abstracciones. Como decía Sibila Aleramo, los hombres divinizan a la mujer en la literatura pero la demonizan en la cama. Campana encontró en ella una fuerte personalidad, un vértigo"

Dino Campano
photo_camera Dino Campano

CAMINABA POR Génova, Buenos Aires, Odessa. Quiso estudiar en Bolonia y luego se fue por todas partes. Trabajó de herrero, de portero en un edificio, de fogonero en los barcos. En Odessa vendía juguetes en las ferias. Estuvo en manicomios. En Basilea lo detuvieron por escándalo público.

Vendía su libro Cantos órficos por los bares de Florencia. Si creía que alguien no entendería algunas páginas las arrancaba. A algunos les dejaba casi solo las pastas. Porque quería comunicarse de verdad, no vender tópicos y palabras muertas. No era autor de best sellers.

Su amor con Sibila Aleramo le profundizó más el cuerpo. Si él era Orfeo, ella era una Sibila, también conectaba con lo secreto. La autora de Una mujer era una escritora inquieta y rebelde que tuvo muchos amantes. También ella daba vueltas por todas partes. Despertó en él unas cuantas teclas, aunque su relación no fuera muy tranquila.

Orfeo bajó a los infiernos para recuperar la belleza. Pero tal vez la belleza está en el infierno. No hay belleza perfecta sin algo extraño en las proporciones, decía Poe. Tal vez la belleza es la pasión que se pone en las cosas, eso que las enciende. Tal vez la belleza es la oscuridad y el misterio que profundiza las cosas.

En la tradición clásica el infierno es el mundo oculto, no es el castigo como en el mundo cristiano. El infierno es lo tapado, lo inconsciente. Está debajo de la tierra, como todo lo que tapamos. Aquí arriba están las certidumbres y las armonías, y allá abajo las inquietudes y las incertidumbres. Orfeo baja para buscar a Eurídice y puede traerla con tal de que no mire atrás, es decir, que no simplifique con los ojos el infierno. El infierno hay que sentirlo, no mirarlo. También a Psique le prohíben que mire a Amor en la noche.

Campana bajó allí para buscar las llamas portentosas. Y para ofrecerlas a los que no se atreven. A los que prefieren las costumbres y los simplismos. A los que tienen su vida enjaulada con doctrinas y mediocridades.

Le fascinan las mujeres en la distancia, las mujeres desconocidas. Le escribe a una mujer que pasa, como Baudelaire. Recuerda a la muchacha de los ojos tristes y el sombrero monacal. Admira a la ramera de ojos ferrosos como una leona. Le escribe a tres jóvenes florentinas que caminan. En todas ellas está la gracia, la fantasía.

Su Mujer genovesa está en todas las antologías. "Tú me trajiste un poco de alga marina/ en tus cabellos y un olor de viento". En ella estaba el mar y el viento, la vibración de los viajes. En su cuerpo bronceado no encontraba amor, sino encanto, alegría. Lo animaba como una sombra. "Qué pequeño es el mundo y que leve en tus manos". Convertir la materia en alegría, decía Kazanzakis, el profeta de Zorba el Griego, que era la poesía. Y esa mujer genovesa representa esa transformación: "Había en tu cuerpo bronceado/ una sombra de la necesidad que vaga/ serena e inevitable por el alma/ y la disuelve en alegría".

También en Florencia, Dante bajó a los infiernos. La gente creía que estuvo allí realmente. Y allí no están las penas sino las pasiones vivas de verdad. Con su dramatismo y su fuerza. Todo el mundo considera mucho más apasionante el Infierno. Solo ahí viven seres vivos de verdad, en el Paraíso solo hay abstracciones. Como decía Sibila Aleramo, los hombres divinizan a la mujer en la literatura pero la demonizan en la cama. Campana encontró en ella una fuerte personalidad, un vértigo.

Campana desciende solitario, sin guía. Escribe con "desordenada furia", como dijo el crítico Gianni Pozzi. Es esa furia la que lo hace profeta. Todos los profetas hablan con furia, con entusiasmo. Porque están inspirados. Porque hablan desde lo incontrolable. Pero Pozzi lo hace precursor de los hermetistas. Y los hermetistas no tenían esa furia. Y tampoco la tenían los futuristas, en ellos solo había violencia fascista y mecánica.

Le dice a la Quimera que parece hermana de la Gioconda, que reúne todas las ambigüedades como ella, que reúne las lejanías ignoradas y las primaveras muertas. Le dice al jardín en otoño que en él están los espectros y los anhelos silenciosos. Le dice a la esperanza sobre el torrente nocturno que la noche abre puertas al infinito, como decía Novalis. En mitad de una feria llama a la que no ha nacido, al sueño que vaga en el aire.

Invoca a la Florencia secreta llena de pasión y de fuerza. Esos palacios que representan el Renacimiento representan también la vitalidad. Un día el puritano Savonarola, antecedente de Calvino, quiso destruirlo todo. Pero Florencia no es Ginebra y en Italia es impensable un Calvino. Florencia también tiene el infierno : "He visto tu palacio palpitar/ de mil llamas en una tarde cálida".

Por los jardines de Boboli arrastra sus sueños más inquietos. El río lleva los reflejos de las fiestas de otros tiempos y el perfume del laurel lo asalta en su balcón. Y alguien intenso se acerca a su soledad. "Y ella está presente en mí/entre las estatuas espectrales del ocaso".

Mirando las naves lejanas siente el furor de la tierra. "Lejanas pasan las naves/ negras, pérfidas, silenciosas./ Pero tu boca insaciable/ las llama en un rugido violento". Su paso solitario en la noche imita los golpes de los botes. Y abrazando con furia a la mujer penetra en la morada antigua como los órficos, en la gran nada. En lo que no tiene nombre. Los poetas malditos siempre tratan de nombrar lo innombrable.

Era maldito porque se tomaba en serio la poesía. Porque hablaba del infierno. Porque la belleza para él era el infierno. Y quería arrastrar al infierno apasionado a sus lectores. Pero la sociedad quiere tener controlado el infierno. Y controlada a la belleza. Esa belleza convulsa, de la que hablaba André Breton.

Pero el infierno también es la distancia. En la distancia vio a la Quimera: "No sé si entre rocas tu pálido /rostro se me apareció , o sonrisa/ de lejanías ignoradas". Lo que hace fascinante a la Gioconda es su sonrisa inexplicable, su lejanía ambigua. Por eso está así rebelde y sola y algunos fanáticos quieren matarla. Porque lo conocido se vuelve costumbre y pierde fuerza. La poesía es mirar a lo lejos.

Pero siempre hay que volver al infierno. "Hasta que el pensamiento descendido al infierno/ bebió en él las llamas portentosas".

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