A la mesa al final del Camino


Un peregrino lee El Progreso en la Praza do Obradoiro (Foto: AGN)

El Camino está de permanente actualidad y es una riada constante de caminantes y peregrinos hacia Santiago. El final del trayecto merece una cierta celebración gastronómica, que puede inclinarse por la cocina del país. Hay en Santiago oferta de calidad y hay también exceso de locales que funcionan únicamente con el objetivo de captar turistas, sin más.

Nos fuimos hasta el Enxebre del Hostal, llamados por su marco único, incitados por alguna literatura y a la busca de algo de tranquilidad en el bullicio turístico que domina estos días de verano la ciudad vieja compostelana. El Obradoiro era en la anochecida una fiesta de lenguas diversas y disfrute de una de las plazas con más encanto y belleza de Europa.El marco del Enxebre es único. El mobiliario recuerda en exceso esa tendencia pseudoconventual de los paradores. La promoción publicitaria que allí se hace de la cocina gallega merece un elogio, incluso por el uso del idioma gallego. La cocina que se oferta, económicamente muy aceptable, podría cuidar más la calidad y la presentación.

Salimos cenados al Obradoiro con cierto optimismo. Nos fuimos por las rúas con el sonido de una gaita que llegaba desde las inmediaciones del Pazo de Xelmírez y de una pseudotuna que entretenía a turistas por las inmediaciones del pazo de Raxoi.

Vamos a otorgarle el aprobado a la experiencia en la taberna del Hostal, con matizaciones y alguna reserva. Una hamburguesa de cerdo celta invita a probarla ciertamente. La experiencia solo con abrir los panes que envuelven la carne apunta a que se olvidaron de que la hamburguesa acostumbra a ser con carne picada. Un trozo de filete, de excelente sabor eso sí, en medio del pan de la hamburguesa produce decepción. Y las patatas fritas que la acompañaban en el plato eran un auténtico atentado para la vista por el grosor, el color y las dudas sobre cómo llegaron a la freidora.

Un arroz caldoso de pescado, que también pedimos, estaba dominado por el color rojo de un colorante o pimentón, como si se lo hubiesen rociado en exceso antes de llevarlo a la mesa. El pimentón o el colorante no se había incorporado a la base previa, si la hubo, a la cocción del arroz. El sabor, con dominio de mejillones, superaba en calidad a la pobre presencia. Cualquier humilde arroz caldoso que se coma en Portugal pudiera servir como mejor referencia comparativa.

Unos xurelos fueron la mejor elección. Un plato para encontrarse con el sabor del mar de Galicia, aunque le sobrase algo de la base de una especia de vinagreta en el fondo del plato. Pero, en todo caso, se agradece en días de calor.

Perfecta la temperatura del godello que invitaba a ser bebido. Excelente el Joaquín Rebolledo. Hay blancos en Galicia que permiten prescindir de los tintos a la hora de sentarse a la mesa, sobre todo en tiempo de verano y con platos como los xurelos o el arroz caldoso. Hay que destacar también la opción de poder pedir por copas. Y una lástima que el agua que se sirve no sea gallega, sobre todo cuando el restaurante está dedicado a la cocina de Galicia.

Comentarios