Limpia de ajos y exceso de lluvias

Llovió a Dios dar toda la noche. Tanta agua cayó que regresó Paul Verlaine del subconsciente de la edad temprana con la lluvia que no cesa: «Il pleure dans mon coeur comme il pleut sur la ville». Arrancaban unos tristes oficios de Semana Santa en un tiempo de escaseces y temporales.

Desde Santiago nos acompaña bajo la lluvia permanente el buen sabor de una lubina, limpia de añadidos de ajo y excesos de aceite. La lluvia llamaba a los ventanales de aquella mesa cálida en la Ruta Jacobea. Era el sabor del mar atlántico que tiene excelente puerto en la plaza de abastos compostelana. No debería ser necesario advertir siempre por estas tierras que el buen pescado a la plancha ha de saber y recordar al mar y no a los ajos y a la fritanga. El dominio del ajo mata todo sabor. Nos produce a algunos jaqueca. Solo se justificó, como el limón sobre pescados y moluscos varios, para ocultar los efectos del paso de tiempo sobre lo que debería ser fresco.

En la ruta de Santiago al interior peninsular, con parada y fonda en Lugo, el mar se cambió por dehesa industrial en formato de bocadillos de ibérico en la gran soledad de las áreas de servicio; unos espacios plagados de gente triste que no se atreve ya a mirar al exterior.

La lluvia que no cesaba había permitido en una mañana compostelana la ansiosa lectura de Thomas Merton. Desde la mesa de un café en A Quintana que permitía ver cómo llueve hacia arriba en las viejas plazas y rúas de Santiago esperaba la plenitud. El agua celestial sube para lavar los genitales de los peregrinos y ahorrar en incienso al botafumeiro en la catedral. Así me lo contaron al pie de la Cruz dos Trapos sobre el tejado de la catedral. Yo lo creo.

Toda la noche también en Lugo se oyó el agua contra las ventanas, sobre el tejado, contra las paredes. Toda la noche llovió de forma ininterrumpida una música de tortura con variaciones al alza del ritmo. Atizado por el buen hacer del Glenmorangie de las Tierras Altas escocesas regresó Verlain en la noche diluvial con un mensaje imposible: «O bruit doux de la pluie/Pour terre et sur les toits/ Pour un coeur qui s’ennuie».

Y desde Lugo, los oficios de Semana Santa continuaron su celebración por las áreas de servicio, con platos combinados fríos y el arroz seco y duro que rompe los dientes. Hay que huir hasta del café en estos sitios. Deberían transformar las obligados estaciones de vía crucis de las autovías y autopistas en muestrario selecto de la gastronomía del territorio en que se ubican, además de atender las urgencias de desagüe del viajero. No estaría demás que el Ministerio de Fomento obligase en la concesión de áreas de servicio a instalar una casa de comidas a la vieja usanza, con salsas, cuchara y cazuelas. Una de aquellas posadas gallegas que salpicaban las viejas carreteras nacionales por Castilla. Habría de obligar también a cocinar sobre el hierro de una bilbaína. Los microondas y demás aparataje son para quienes cultivaron el paladar con la comida basura de los años de abundancia.

Esperábamos el sol por Pascua. Habrá que buscarlo de la mano de Camus para ser menos pobres.

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