Una expresión de la filosofía del 'bo xantar'

Taberna de Marcos

Manuel Méndez (Foto: Xesús Ponte)

La Taberna de Marcos, en el barrio lucense de A Milagrosa, es un lugar peculiar, con una idiosincrasia propia. Su enxebrismo se extiende a la mesa, donde son protagonistas los productos del país, con un absoluto respeto por las cosas bien hechas.

El establecimiento asienta su prestigio en su rico y abundante churrasco y sus buenas chuletas y chuletones de ternera gallega. La carne se corta a gusto del cliente, según se desee de mayor o menor tamaño. Compartir un buen chuletón entre dos es una opción ideal. Un mayor grosor permite que quede más hecho por fuera y jugoso por dentro tras su paso por la parrilla.

Los propietarios del local, Manuel Méndez y su esposa, fueron los primeros en poner de moda en Lugo, allá por los años ochenta, el bacalao a la portuguesa. Este plato es un clásico de las parrilladas, pero en pocos sitios como aquí se ofrecen piezas de calidad suprema de este pescado en salazón, que se sirve acompañado de una guarnición de cebolla, pimientos y patatas cocidas.

No descuidan tampoco en la Taberna de Marcos el pescado fresco, adquirido siempre en las lonjas de Burela y Celeiro. La merluza es una apuesta fija en la carta. Su textura y la facilidad para deshacerse en láminas constituyen su mejor certificado de garantía. Siempre hay algún otro pescado en función del mercado del día. Las xoubas, que para mí siempre son un entrante obligado, tampoco faltan a la cita diaria. A ellas se unen los mejillones en escabeche, que tuve oportunidad de probar esta semana, y los xurelos elaborados con la misma receta. Los chipirones también están a la altura de la fama de la parrillada. Las zamburiñas, de un tamaño especial y carnosas, gozan de gran aceptación entre la clientela.

La variedad de preparaciones de pulpo llama la atención. Lo ofrecen al estilo feira, al ajillo, en escabeche y, en la temporada de verano, en una vinagreta con fabas de Lourenzá. El homenaje a las costumbres gastronómicas lucenses no pasa únicamente por el cefalópodo, símbolo de sus fiestas de octubre, sino también con otra especie, antaño abundante, y que tuvo su protagonismo en las casetas. Me refiero a las anguilas, fritas con unto y tocino, como mandan los cánones.

A medida que enfríe el tiempo, ya sea a finales de octubre o en noviembre, llegarán las androllas de Navia, otra de las peculiaridades culinarias del Mesón de Marcos. Las hojas del calendario desgranan ya la cuenta atrás para el añorado comienzo de la temporada del cocido, hecho con productos de la provincia.

Entre los postres caseros sobresalen las cañas y las ‘lucías’, un hojaldre relleno de nuez picada, muy similar a las ‘casadielles’ asturianas. El flan casero vale la pena y pronto llegará el tiempo del arroz con leche. Lo que no deben perderse es el increíble café de pote, una delicia para el paladar.

Para beber, aunque son muchos los que se inclinan por los mencías o riojas de marca, yo lo hago por el Amandi de la casa, que es habitual en el chateo. Estamos en uno de los pocos establecimientos donde se pueden tomar uno de esos vinos cosecheros que de veras valen la pena.

Y como además del cuerpo hay que alimentar el espíritu, un día de cita obligada en la Taberna de Marcos es el viernes, cuando se reúnen un grupo de aficionados a la canción popular, al compás del acordeón o de la gaita. Así la alegría se mezcla con el bo xantar.

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