Opinión

Emancipación de una musa

A lo largo y ancho de este planeta nos cruzamos con gente de la que ignoramos absolutamente todo, ni siquiera su apariencia tiene por qué decirnos la verdad. ¿Cuántas personas conocemos de casualidad y jamás volvemos a ver? ¿Y lo contrario? La estadística, además, nos indica que algunas de estas son famosas

ESTO MISMO LE OCURRE a la cantante británica Lianne La Havas (Londres, 1989), que casi celebra como una victoria cuando alguien la detiene en la calle para pedirle una foto. Pasea en bicicleta por la ciudad, se mueve en metro, compra en su panadería del barrio y almuerza en el parque como los demás. Esta nueva forma de fama choca con las antiguas estrellas que jamás pasaban desapercibidas y es, quizás, una nueva manera de triunfar.

La Havas es una promesa del soul y el funk en ciernes, lleva casi una década siéndolo. Se convirtió en la eterna amiga de y sirvió como guitarrista y telonera a nombres titánicos de la industria, todo ello antes de atreverse a dar un paso como individuo y artista. De aquella chica que aprendió cuatro acordes en la universidad queda la sombra de quien hoy es una multiinstrumentista consolidada, que trabaja en soledad sobre la alfombra de su casa.
En la vida de esta británica ha habido episodios que definen su irregular ascenso y explican su casi fama invisible, como si fuese una estrella solo en la intimidad. Su historia es la de alguien aislado, que desconocía el auténtico tejido material de la sociedad y que debió experimentar para realmente descubrir, así, en general. Primero tuvo que conocer su identidad, después emanciparse y, finalmente, romper con lo anterior para ser libre.

Lianne La Havas fue una precoz adolescente que, con lo justo para ser considerada mayor de edad, fue capaz de sacar un disco que, sin quererlo, atrajo la atención de personas importantes. Su interés musical proviene de la propia familia en la que creció. Sus padres se divorciaron cuando ella era poco menos que una bebé y entonces comenzó a vivir un dualismo que alteró la forma en la que se veía.

Su padre es un músico griego que tocaba el acordeón e introdujo en ella el hormigueo musical, mientras que su madre era una mujer de origen jamaicano con unas ideas prácticas y claras sobre estabilidad en la vida. La matriarca inculcó en La Havas la idea de que ella no era negra, jamás lo sería porque su otra mitad es blanca, y que debía definirse como mestiza para apartarse de un racismo radical y evitar dolor innecesario.

Su entorno estaba constituido por un montón de etnias y tipologías de familia que no levantaban sospecha sobre lo que su madre le inoculaba

La identidad de la por entonces joven artista estaba en procesos de formación. Su entorno estaba constituido por un montón de etnias y tipologías de familia que no levantaban sospecha sobre lo que su madre le inoculaba. Esta inocente y protectora posición terminó derivando en la idea de que, al proceder de dos etnias y una de ellas ser opresora, su identidad era de víctima y verdugo, viéndose en la obligación de adoptar un rol conciliador.

Su tez, sin embargo, no remitía la realidad maternal que le habían impuesto. Nadie encontraba antepasados blancos al mirarla ni comprendía como, siendo ya una voz a tener en cuenta dentro de la industria, podía jugar a la equidistancia. Lo que se desconocía era su miedo interno a ser reconocida como traidora u opresora mestiza, que aprovecha su herencia paternal.

Tras protagonizar un escándalo por intentar alejarse de la inclusión a la población negra —la señalaban y ella, entonces, no se identificaba como tal—, se alejó de los focos y se recluyó en la cultura escrita, los ensayos, las teorías y aquellas ideas que le reportaron clarividencia sobre un asunto que no terminaba de comprender.

Esta negritud inherente a su estilo se había reforzado y entre sus fans se encuentran Coldplay, Bon Iver o el mismísimo Stevie Wonder

La primera parada de este viaje del autodescubrimiento consistió en adentrarse en Jamaica, buscar sus raíces y asimilar aquello que su madre le había negado. Allí descubrió ritmos de percusión, nuevas formas de tocar la guitarra y una manera fresca de entender la música. Esto lo aplicó en su segundo disco Blood (Sangre), con el que se consolidó en su camino como icono renovador del soul y sin miedo a jugar con las cuerdas, el folk y el funk.

Llamó la atención entonces por su manera de ver un género musical tan rígido y cultivado, abrazando una herencia que primero rechazó por no sentir propia y con la confianza de que tan suyo era como del resto. Esta negritud inherente a su estilo se había reforzado y entre sus fans se encuentran Coldplay, Bon Iver o el mismísimo Stevie Wonder, quien la considera una esperanza para el futuro de la música.

Quizás fue su admirador más conocido el ya fallecido Prince, quien vio en ella una guitarrista, una estrella y, de manera más íntima, una musa a la que proteger y apadrinar. Hablaban a menudo y él se dejaba caer muy de vez en cuando por el salón de La Havas, donde tocaban, componían, tomaban té con miel y nunca leche, e incluso dieron una rueda de prensa de ámbito mundial.

De la figura de Prince tuvo que emanciparse y seguir su propio camino, algo que no fue sencillo debido a la muerte de él y el duro duelo que para ella supuso. Continuó profundizando en su identidad y alimentando la seda con la que teje su material artístico. Lianne La Havas acaba de estrenar su tercer disco, que lleva su propio nombre, y asegura que suena como nunca porque es libre para conocerse a sí misma, es su propia musa.

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