Opinión

Un pavo azul e inmortal

Aunque el tiempo se haya relativizado en los últimos meses, su avance incesante es un hecho inevitable. Entre las muchas muertes que hemos vivido, unas cercanas y otras mudas, se colaron también nombres conocidos. Esta semana se ha cumplido el primer aniversario del fallecimiento de Lucia Bosé (1931-2020), musa del neorrealismo italiano.
Lucía Bosé.
photo_camera Lucía Bosé. EP

LUCÍA BOSÉ, autoproclamada como diva divina, es una de esas figuras aparecidas a mediados del siglo pasado en Europa que, bajadas a la lectura básica, son todas prácticamente iguales. Cumple el guión perfectamente estructurado al igual que otras actrices de la época, casi como un A-B-C o 1-2-3 de condiciones y requisitos a cumplir. Pero es en el detalle, en el devenir de cada historia, donde se encuentra la diferencia.

Nacida en Milán todavía bajo el puño de Mussolini, Bosé pasó su infancia primero como hija miserable de una familia de campesinos y después, durante la Segunda Guerra Mundial, transitando un país bajo bombas. Esa experiencia la marcó profundamente, haciendo que renegara de la nostalgia y los recuerdos de su vida antes de su mayoría de edad.

Su fortaleza e independencia comenzaron a asomar entonces, tan precoces como necesarias. Pese a ser cabeza de un famoso clan hasta su muerte, Lucía intentó alejarse de sus raíces. A la edad de cuatro años quiso huir cogiendo el bolso de su madre para pagar el billete y repitió la hazaña a los siete, aprovechando el despiste de su familia mientras miraban pichones en un parque. Era sibilina, silenciosa, invisible en muchos sentidos.

En la fuga de Milán que sus padres se vieron forzados a hacer entre bombas, uno de tantos desplazamientos bélicos que han sido y todavía son constantes en la Historia, Bosé recuerda cómo su familia la dejó olvidada mientras trataban de salvar todas sus pertenencias. Se quedó sola en un edificio en ruinas. Pudo salvarse porque en los vehículos que huían se desprendían objetos y, entre ellos, una cuerda a la que se agarró.

De su vida al fin de la guerra y los inicios de la reconstrucción poco se ha podido saber salvo trabajos duros en tiempos difíciles y que con sus propios ojos vio colgados al dictador Benito Mussolini y a Clara Petacci. En 1946 y con 15 años comenzó a trabajar como dependienta en una pastelería de Milán, Pasticceria Galli. Algo tan anodino como decisivo.

Tras el mostrador del establecimiento vendía todo tipo de dulces y en una ocasión, una concreta que le hizo despertar y cambiar la idea que sobre sí misma tenía, Lucía atendió al cineasta Luchino Visconti. Tras darle una caja de castañas confitadas, el director le dijo: "Señorita, tiene rostro cinematográfico. Usted hará cine". Y aquel señor desconocido que le había parecido presuntuoso y extravagante terminó con los años siendo el hombre al que dio lo que a pocos.

Se hizo con el título de Miss Italia por delante de Gina Lollobrigida, entonces desconocida pero su futura gran rival

Al año siguiente sus amigas deciden de manera unilateral anotar a Lucía a un importante concurso de belleza entregando unas fotos de la joven, todavía menor, que daban fe de su singular belleza. Ella, ajena a esto, recibió la bofetada de uno de sus hermanos por el descaro de meditar esa decisión. Sin embargo, le permitieron participar y se hizo con el título de Miss Italia por delante de Gina Lollobrigida, entonces desconocida pero su futura gran rival.

Conseguir ganar ese certamen, o al menos participar, parece que es un trazo común en la vida de una generación de actrices italianas. La realidad es que el título te abría una serie de puertas, siendo el cine una de ellas y el que más filón parecía tener. Bosé pasó a formar parte de las maggioratas, un grupo de actrices con un cuerpo concreto —caderas anchas, cinturas estrechas, rostros bellos— que hoy conforman Sophia Loren, Claudia Cardinale o Silvana Mangano.

Tras trabajar en un cortometraje histórico sobre la revolución de las cinco jornadas de Milán, Lucía Bosé se hace oficialmente un hueco en la industria y su belleza se convierte rápido en un reclamo para directores consagrados como noveles. Su rostro sereno, ajeno a cualquier exuberancia que en otras actrices era innegable, rezumaba tristeza pese a una sonrisa amplia que le otorgaba un aire infantil y atemporal, casi como ausente del presente.

No solo se trataba de físico, la joven poseía fuerza y presencia, talento para la interpretación y un potencial que bajo las órdenes adecuadas no envidiaba al de raza.

En su debut como protagonista en 1950 en una cinta de Giuseppe de Santis encarnó a una pastora, rol que previamente había rechazado porque encajaba demasiado con su propia vida y temía ser encasillada por sus orígenes. Sus expresiones, su trayectoria vital e incluso sus andares remitían una realidad muy lejana a lo que se suponía que era el cine.

Antonioni apostó por  Lucía Bosé y por alejarla del costumbrismo que imperaba en el arte, llevándola a nuevas cuotas dramáticas

Pese a no sufrir consecuencias por este rol, Bosé se embarcó en ese mismo año en el rodaje de la ópera prima de Michelangelo Antonioni, en la cual interpreta a una miembro de la alta burguesía milanesa. El mítico director italiano apostó por ella y por alejarla del costumbrismo que imperaba en el arte, llevándola a nuevas cuotas dramáticas gracias a roles de mujeres adineradas y nacidas en otro tipo de cuna, una más elevada.

En la década de 1950, Lucía trabaja en más de quince películas y no todas del mismo éxito. En este punto su nombre se junta en el peor de los casos al de directores mediocres o producciones malas, sin calidad, pero también al de Maselli, Antonioni, Juan Antonio Bardem (en su clásico rol de burguesa aburrida en ‘Muerte de un ciclista’) o Luis Buñuel, con quien rueda Así es la aurora, su única película con un final considerado feliz.

En esos mismos años conoce al gran amor de su vida y por quien deja el cine de manera temporal, el torero Luis Miguel Dominguín. El matador era una figura social y cultural que atraía las miradas de todo el mundo. A su lado, Lucía pudo conocer a Ernest Hemingway, Jean Cocteau o Pablo Picasso, de quien se hizo gran amiga y cuya relación duró hasta la muerte de él.

Sin embargo, todo el postín de las fiestas y las locuras ocultas de una España franquista se saldaban con las incesantes infidelidades del torero y las humillaciones a las que sometía a su mujer. Lucía se había casado en Las Vegas por lo civil, sin consultar a su familia, que se enteró por la prensa; y no dudó en instalarse en un país que vivía cincuenta años por detrás del mundo que ella conocía.

Su marido despertaba pasiones hasta en el más alto poder y justamente su amistad con Franco era una de las líneas rojas que la actriz más sufrió. El dictador los obligó a casarse por la Iglesia para evitar escándalos y calmar a su mujer.

En su primer encuentro con él, Lucía cumplió con su misión y respetó las normas. Durante la cena alguien gritó que el general estaba sentado junto a una comunista. Bosé lo único que pensó fue que "Obviamente lo soy, como todo el mundo en el cine italiano". Temió ser fusilada y calló mientras sonreía al escuchar a Franco decir: "Una mujer tan guapa no puede ser comunista".

Su mansión de Somosaguas por la que pasaron Orson Welles, Elsa Maxwell o la Duquesa de Alba se convirtió en punto de encuentro de la intelectualidad opositora al franquismo.

En otra ocasión la actriz dejó plantado al dictador y su mujer porque no quería madrugar para ir a la misa de las 6 de la mañana. Cuando Franco preguntó por ella, Luis Miguel volvió a casa para recogerla y solamente le puso un abrigo gordo para volver rápido a la capilla. Durante la misa, Lucía abría el abrigo y dejaba entrever con malicia el camisón de dormir, provocando al torero en medio de una escena digna de Berlanga.

Al fin de su matrimonio con el torero su vida social y cultural no terminó. Su mansión de Somosaguas por la que pasaron Orson Welles, Elsa Maxwell o la Duquesa de Alba se convirtió en punto de encuentro de la intelectualidad opositora al franquismo. Tras la muerte del dictador, nombres como Serrat, Luis Eduardo Aute, Ginés Liébana o Francisco Nieva.

En esta segunda etapa de su vida, liberada de nuevo artísticamente comienza a responder los reclamos que desde Italia y Francia recibía. La vuelta al cine oficialmente la realiza junto al director Pere Portabella en 1968 y al año siguiente trabaja para el maestro Federico Fellini. También lo hará con los hermanos Taviani, Marguerite Duras, Jaime Camino o Jorge Grau, entre otros.

Lucía Bosé fue apartándose de los focos poco a poco, queriendo ser olvidada para lograr paz, hasta quedar de ella su icónico cabello azul, un signo de viuda que remite al traje de los toreros y llamado azul pavo en el mundillo. Durante unos años se dedicó a gestionar un museo dedicado a esculturas de ángeles, su obsesión, y hace años que esperaba a la muerte pero sin prisa. En una de sus últimas entrevistas, la diva italiana contó:

"La última vez que me renové el DNI, el hombre de comisaría me dijo que sería la última vez y podía escoger la fecha de caducidad para ponerle. Escogí el 1 de enero del año 9999. Entonces caducará mi carnet. Oficialmente soy inmortal".  

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