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¿Quién estaba con Kingsley Amis?

Martin Amis lo cuenta así: "Veo a Kingsley con su pijama a rayas, retrocediendo ante nosotros en actitud de histriónica consternación… No era solo que se sorprendiera de vernos, estaba horrorizado…"
Martin Amis, Elizabeth Jane Howard y Kingsley Amis
photo_camera Martin Amis, Elizabeth Jane Howard y Kingsley Amis

PERO LAS palabras inaugurales con que nos recibió a Philip y a mí aquella noche —formuladas con delicadeza, según me pareció incluso entonces— fueron:
—No estoy solo, ¿sabéis?
Anonadados, y escandalizados, los dos hermanos nos encogimos de hombros con frialdad, y entramos en el apartamento".
Poco después apareció Jane.
Elizabeth Jane Howard lo cuenta así: "...era pasada medianoche y estábamos leyendo tranquilamente en la cama cuando sonó el timbre. Kingsley dijo que iba él, pero yo me levanté también y lo seguí… Kingsley regresaba de la puerta de entrada seguido por dos niños rubios.
—Este es Philip y este es Martin, dijo, y esta es Jane.
Me miraron, impasibles, demasiado cansados incluso para mostrar hostilidad y yo miré con recelo hacia atrás. Todos estábamos intentando ocultar nuestro shock. Ellos no sabían que yo estaría allí, y a nosotros no se nos había advertido de su llegada".

De este modo se conocieron todos. Hubo un telegrama que nunca llegó a su destino y que probablemente hubiera facilitado las cosas. Corría el año 1962, Kingsley Amis y Elizabeth Jane Howard eran amantes. Él estaba casado y ella comprometida. Se habían encontrado meses antes en un simposio literario que ella organizaba. Y se habían enamorado. Kingsley ya había publicado su exitosa primera novela, Lucky Jim, además de varios libros de poemas, era catedrático de inglés en Cambridge y ampliamente conocido en Londres por su irónica desfachatez, su afilada prosa, su vasta cultura y sus borracheras. Jane tenía asimismo publicada su primera novela The beautiful visit y una segunda y una tercera, aunque ninguna de ellas le había reportado una fama semejante a la de él. Ese año estaba tratando de sacar adelante el que dicen que es su mejor libro: After Julius. Pasaría mucho tiempo y, en ese tiempo, muchas cosas, antes de la publicación de la saga que, esa vez sí, le aportaría reconocimiento mundial: los cinco libros que componen las crónicas de la familia Cazalet.

Martin Amis contaba catorce años el día en que, junto con su hermano, llamó a la puerta del apartamento de su padre. Volvían de pasar cuatro meses en Sóller, Mallorca, adonde su madre los había arrastrado, llevada por un impulso irrefrenable de alejarse de la dolorosa realidad. En 1962, el adolescente Martin tenía preocupaciones más urgentes que los estudios, y sus notas reflejaban con fiel exactitud el estado de la cuestión. Aún así, quería ser escritor. La irrupción de Jane en su vida ayudaría a encaminar su formación de cara a hacer realidad su objetivo existencial. En su autobografía Experiencia reproduce las cartas que enviaba a su padre y a su madastra desde sus lugares de estudio, primero Brighton, luego Oxford. Son desenfadadas, presuntuosas, provocadoras, irreverentes. El intento de un joven aspirante a escritor de medirse ante sus mayores. "Queridísimos papá y Jane. He acabado los exámenes —más o menos—. Han sido una enorme decepción… Con amor, besos. Mart. Postdata: Papá: no sabía que te gustara que en tu poesía hubiera mucha pasión…, mucha pasión".

Elizabeth Jane Howard era la mayor de tres hermanos y cuenta que siempre se sintió fuera de la onda glamurosa que rodeaba a su entorno familiar 

Elizabeth Jane Howard era la mayor de tres hermanos y cuenta en Slipstream, su autobiografía, que siempre se sintió fuera de la onda glamurosa que rodeaba a su entorno familiar. Demasiado alta, delgada y desmañada, con verdadera dificultad para entenderse con su cuerpo y que este le respondiese como se esperaba en aquellos círculos de clase alta en los que se movía.

Kingsley Amis, por su parte, era dado en caerse constantemente, con burgueses y etílicos tropezones a los que ya todos estaban acostumbrados. Una caída de esas sería el detonante de una guerra abierta en aquel matrimonio que se prometía tan feliz.

La madre de Jane había sido bailarina en la primera remesa del Ballet Ruso creado por Diaghilev. Su padre ocupaba un puesto directivo en la empresa maderera familiar. Comidas y cenas suntuosas en casas de campo con invitados de excepción, música en piano de cola y vestidos deslumbrantes.

Primero quiso ser actriz y, muy joven, entró en una compañía teatral y aprendió, con cierta eficacia, los diversos modos de no ser ella misma. También fue modelo por un tiempo pero le gustaba escribir, y se propuso dedicarse a la literatura. Entonces estalló la guerra y las oportunidades para publicar en aquellos años disminuían al mismo ritmo que la comida, la vivienda y la esperanza de millones de afectados. Se casó a los 19 años con un hombre mayor que ella, alistado en la Marina, y subió un escalón de clase al emparentarse con la aristocracia representada en todo su rancio esplendor en la figura de su suegra. La cual deseaba nietos. Tuvo una hija que pronto se encontró inmersa en el torbellino de cuidadoras y hogares ajenos al de su madre, que pasaba los años de puerto en puerto, alojándose en los hoteles para  las decentes esposas de los salvadores de la patria.

Comenzó el desfile de amantes, comenzó la quimera de sentirse enamorada de verdad, una y otra y otra vez.

Su soledad y, sobre todo, su extrañeza ante esa vida que le había tocado y a la que no estaba segura de pertenecer, hicieron que se sintiera miserable la mayor parte del tiempo. Comenzó el desfile de amantes, comenzó la quimera de sentirse enamorada de verdad, una y otra y otra vez. Ahora, sí, por fin, el amor es esto. Pero no era esto.
—Sabes que tu padre tiene una amante en Londres ¿no?
—No, no lo sabía —dije… 
Dije:
—¿Seguro?… Y al cabo dijo, descarnadamente,
—Pues claro.
Cuando volví a ver a mi padre era noviembre, una medianoche de invierno, en Londres.
—No estoy solo, ¿sabéis?

Al fondo, con albornoz blanco, estaba su amante, una mujer con la cabellera hasta la espalda".
Kingsley Amis y Elizabeth Jane Howard estuvieron casados 18 años de los cuales, los primeros cinco, fueron aparentemente felices. 
"Queridísimos papá y Jane…. Estoy dando Shakespeare todo este trimestre lo cual me diverte mucho… Montones de amor… Martin".

Mientras Kingsley Amis trabajaba con regularidad y resaca asombrosas encerrado en su despacho el día entero, a Jane le costaba concentrarse y encontrar tiempo para escribir tras dedicarse a todo lo demás. Estaba también el asunto de ganar dinero. Kingsley había dejado la universidad para dedicarse exclusivamente a escribir y a beber con más soltura. Jane se las arreglaba para conseguir encargos de guiones que le reportaban alivio económico más o menos inmediato. Kingsley era un intelectual. No se interesaba por las finanzas, esa ordinariez. La armonía primera, que se correspondía con una suerte de edén literario y compartido, un avance común hacia la perfección narrativa en las obras de cada uno, fue derivando en una ruptura del equilibrio, en una imposición de la voluntad del hombre frente a la importancia menor, la inteligencia menor, la existencia menor de la mujer.

Esa camaradería entre seres superiores, ardientes, irradiados por la elevada cultura y la conversación chispeante y misógina, repleta de caracajadas liberadoras.


Un buen día Kingsley quiso volver a vivir en Londres, quiso retornar a su club masculino, retomar sus costumbres. En la magnífica casa de campo en la que vivían faltaba esa camaradería entre seres superiores, ardientes, irradiados por la elevada cultura y la conversación chispeante y misógina, repleta de caracajadas liberadoras.

Otro buen día, ya instalados en la ciudad, Jane se marchó. Era 1983 y Kingsley Amis comenzó a alimentar un odio atroz contra ella. Al año siguiente publicó el libro Stanley an the Women, que supura repulsión y furor. Jamás perdonaría a Jane por haberlo abandonado y la culpó de por vida. Mientras Kingsley inauguraba los años que Martin Amis denomina Post-Jane, y se vengaba y alcoholizaba con el mismo ímpetu, ella se fue recomponiendo con el firme propósito de ser lo que siempre quiso. En 1990 se publicó la primera entrega de la saga Cazalet. Y llegó la respuesta unánime del público y de la crítica. Tenía 67 años. Hoy, la crónica de esta familia, cuya base fue la suya propia, es considerada un clásico de la literatura inglesa. 
"—No estoy solo, ¿sabéis?".
No, estaba ella.