Opinión

Un poeta intacto

La publicación en castellano del primer poemario de Francisco Cortegoso, Memorial y danza, vuelve a redimensionar la obra de este autor pontevedrés fallecido con tan solo 31 años y la convierte en el único consuelo ante ese vacío permanente en nuestra poesía

TODAVÍA y siempre estremece pensar en la pérdida prematura de Francisco Cortegoso (Pontevedra, 1985-2016). En la falta de la persona y en las posibilidades que tendría una poesía que ya es deslumbrante desde los dos libros suyos que conocemos: Memorial e danza (2014) y Suicidas (2016). A ellos sumaremos próximamente un tercer libro de poemas, Carta ao poeta español, todavía inédito y que plantea un amplio diálogo con la figura de Leopoldo María Panero. Hablamos de tres hitos de nuestra poesía, de tres destellos que como un faro señalan una rotunda presencia que cada cierto tiempo con su haz de luz hace añicos la oscuridad, el dolor y la pena.

Ahora se viene de editar en castellano el primero de esos textos, Memorial y danza por la editorial Ultramarinos y con la traducción de Gonzalo Hermo, figura indisociable de Cortegoso, amigos y confidentes en un territorio poético que ambos balizan en nuestra literatura con una inusitada potencia. Francisco Cortegoso, junto al editor y también poeta Antón Lopo, son dos de esas presencias imprescindibles para entender la reivindicación de la poética del creador de Suicidas.

Confianza, respaldo, emoción, difusión... son las palabras que rodean esa relación entre estos tres poetas capaces de generar una paisaje humano y poético en el que adentrarse y del que salir no siendo el mismo que antes de esa aventura. Y digo aventura porque recorrer la poesía de Francisco Cortegoso es una experiencia única, un itinerario contundente en el que, pese a apreciarse una fragilidad en el tono general, cada palabra, cada frase, cada fragmento adquiere una enérgica presencia. En esta preciosa edición dos textos, uno de María do Cebreiro y otro de Claudio Pato, envuelven al poemario junto al lúcido prólogo firmado por Gonzalo Hermo. Pocos como él para conocer esa dimensión poética, para urgirnos a su lectura, para posicionar ciertas claves permanentes en una poesía definida desde una personalidad que se aprecia como arrebatadora por lo vivido, por la búsqueda de experiencias y de conocer nuevas geografías físicas y humanas. Provenza, donde se instaló durante un tiempo Fran Cortegoso mientras trabajaba como camarero, y donde se fue ahormando este poemario, la India o París. Vidas, filosofías, miradas se han ido integrando en su poética hasta lograr esa singularidad que la caracteriza, que la hace única ante el resto de sus efervescentes colegas que han situado a la poesía gallega en una posición de privilegio y a él como isla, como esa isla exuberante, repleta de vegetación, de posibilidades vitales para hacer de ese territorio un lugar de asombro.

Dalias, gladiolos, rosas, caléndulas o calas nos convocan a una mirada libre, desacomplejada, una nueva dimensión de la memoria ante la experiencia sensorial.

A ello contribuye su lenguaje lleno de creatividad, también de una complejidad que lo hace sinuoso a la vez que radicalmente expresivo para hacer de cada poema un cuerpo que sustituye al yo. Una poesía que es sujeto y donde esa exuberancia de la que hablaba antes logra que la naturaleza tome un protagonismo irrenunciable. Ese mismo que poseía en sus primeras miradas al entorno, en la pontevedresa parroquia de Bora, un ámbito rural que se ha colmatado en el interior del poeta, en el alma de la persona. En esa sucesión de flores aumentadas en sus perspectivas como espadas ante el mundo. Dalias, gladiolos, rosas, caléndulas o calas nos convocan a una mirada libre, desacomplejada, una nueva dimensión de la memoria ante la experiencia sensorial. "La cala/ desde sí se abre/ en un único pétalo./ Con un movimiento espiral/ pareciese de ella nacer el mundo/ en anillo al dedo de Dios./ Un único órgano/ emergente y central,/ hermafrodita y de polución intensa,/ al que llevar este baciamiento/ del cuenco en que bebemos./ En ella recogemos una gota de amanecer/ y en ella un cordón se une al aire".

Cada poema de Francisco Cortegoso es eso, "una gota de amanecer", un instante emocionante convertido en eterno, como una gota de vida encapsulada desde la emoción interna del que siempre está presto al descubrimiento, a sentir la vida, a permanecer siempre, como afirmó Antón Lopo, como "un poeta intacto".

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