Opinión

Zúñiga en su centenario

Juan Eduardo Zúñiga acaba de cumplir cien años y su literatura emerge desde un largo silencio sólo roto por una crítica siempre favorable a ese camino solitario. A punto de publicar un libro de memorias su obra se revisa en los próximos meses con debates y reediciones

TAN MANOSEADA desde la escritura, la Guerra Civil coloca a Juan Eduardo Zúñiga en la cima de sus narradores. Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria, conforman una trilogía a la que pocos se pueden aproximar en su capacidad de trasladar al lector lo que emana tras un escenario de barbarie y miseria como el propiciado tras el levantamiento militar de 1936. Madrid se constituye aquí como la realidad vivida por el propio escritor, los ojos aún de niño, pero el alma madurando entre bombardeos y vidas desoladas. A esas vidas es a las que presta atención Juan Eduardo Zúñiga, los ecos de la aviación están presentes desde la altura, y sus efectos devastadores van cercando página tras página a todos esos seres que se mueven en la cotidianeidad teñida de tragedia, mientras avanza al mismo tiempo el destrozo urbano y el destrozo humano y moral.

Juan Eduardo Zúñiga nace en Madrid el 24 de enero de 1919, quiso participar de la Guerra como soldado republicano pero, declarado inútil, no lo pudo hacer. Su interés por la escritura se fue alineando con su admiración por las literaturas eslavas. Pushkin, Turguéniev, Chéjov o Dostoievski, estarán de una u otra manera en su literatura. De manera teórica en su ensayo Desde los bosques nevados, o en sus relatos, de los que es un consumado maestro, en los que el realismo y la imaginación fluyen en un íntimo contacto. Ajeno a corrientes o a grupos literarios su obra se fue devastando lentamente, él mismo habla de su proceso creativo como de "calma y una cierta soledad". La constante búsqueda de la palabra precisa y la fluida literalidad desencadenan todo ese proceso narrativo centrado en la persona y en su fortaleza ante la vida desde la dignidad que le confiere su actividad diaria. Anónima pero firme.

Su primer cuento se publica en 1949 en la revista Ínsula. En 1951 autoedita Inútiles totales, novela corta basada en aquella experiencia de no ser aceptado por el ejército. En 1962 su segunda novela, El coral y las aguas, lo irá distanciando de cualquier adscripción generacional. El relato breve será su ring desde el que hacer sombras con la propia literatura. Su figura desgarbada, su barba espesa, configuran al personaje al tiempo que su escritura entra en una sima ajena al gran público. En 1980 se publica el primero de los libros de esa trilogía de guerra: Largo noviembre de Madrid, que comienza a generar el ruido que se había ausentado de la vida del escritor. Las dos siguientes entregas conformarán un volumen que en 2011 Galaxia Gutenberg tituló La trilogía de la Guerra Civil. En 2016 recibió el Premio Nacional de las Letras por el total de su obra.

Ahora, con todo un centenario encima, se anuncia la publicación de un libro de memorias antes del verano en esa misma editorial, mientras que Cátedra reeditará El coral y las aguas e Inútiles totales, sus primeras obras publicadas. Textos muy desconocidos por los lectores y que nos aproximarán al escritor en sus comienzos. También ya se anuncian diferentes encuentros y debates en el Instituto Cervantes para analizar y conversar a través de su obra y relación con la literatura que no se limita sólo a la propia narrativa, ya que también son muy importantes sus aproximaciones a los autores rusos mediante ensayos o su labor de traductor, lo que le valió en 1987 el Premio Nacional de Traducción tras su trabajo con la prosa de Antero de Quental.
Pero como a todo autor el mejor homenaje que se le puede hacer es el de leer sus libros, el de contactar con su manera de narrar. Cualquiera de los relatos que componen esos tres libros sobre la Guerra Civil son un magnífico acceso a su escritura, lean por ejemplo el relato Rosa de Madrid incluido en Capital de la gloria (Premio de la Crítica 2004) y entenderán como una persona puede mimetizarse con la destrucción de su entorno, como una mujer se puede ir fragmentando y descomponiendo en su ser más íntimo por los sucesos que se producen a su alrededor. Una deriva repleta de crudeza que nos lleva a entender lo que es una guerra mucho mejor que describiendo cualquier escena bélica o cualquier paisaje en ruinas. Las ruinas importantes son las nuestras.

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