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Costa Figueiras, un cielo ignorado

"Éste es Costa Figueiras, gallego enamorado/ de un camino sin fin y de un cielo ignorado", escribió  Cabanillas. Esos versos hablan de las apetencias de un hombre que sueña. Costa era retórico, decimonónico y pesado. Sus textos estaban cargados de tópicos. Pero fue el primero que citó a Nietzsche en España. Y tenía vida como él

DURANTE TODA su vida reunió antigüedades y obras de arte. Su casa estaba llena de armaduras, baúles medievales y cuadros impresionantes. Había fotos de tipos con los bigotes hacia arriba de hace un siglo, había arcones llenos de libros extraños o cartas en papel timbrado.

Le gustaban las cacerías y las comilonas interminables. En sus novelas describía comilonas durante montones de páginas. Era amigo de Basilio Álvarez, un cura galleguista al que le gustaban las comilonas y las mujeres. "Era un hombre de grandes apetencias", decía un hijo suyo. Costa Figueiras no era galleguista, pero se entendían en eso.
Su mujer era catalana, era una mujer callada y enigmática procedente de Tortosa. Se llamaba María de la Cinta como la Virgen de Tortosa. La llevó a un pueblo de Lugo y ella paseaba su silencio y su sensibilidad por el pueblo. Un pintor la pintó agachada con los ojos enormes y ovalados, llenos de expresividad y silencio, delante del convento de San Salvador de Asma.

Ramón Cabanillas y él fundaron una academia gallega paralela en Madrid. No era la academia oficial, porque no le gustaban mucho los oficialismos. Seguro que sus reuniones se celebraban en las tabernas de las cercanías de la Puerta del Sol. Cabanillas le escribió poemas al vino Espadeiro de Cambados y Costa Figueiras siempre supo apreciar la poesía del vino.  Costa Figueiras tenía algo de celta genial que ama al cerdo y las fantasías fugitivas.

Le daba por proteger a artistas, a talentos bohemios sin recursos. Una vez protegió a un pintor llamado Ardit. En su casa, mucho después de que Costa muriera, quedaban unos cuadros de Ardit llenos de intensidad y misterio, unas nieblas entre los árboles que condensaban intimidades. Los visitantes se perdían entre esas nieblas, que le daban una cierta pasión a un impresionismo pasado por el sueño. Algunos deseaban apasionadamente saber algo más de ese Ardit.

Muchos hablaban de esa dama rusa, inventaban historias con ella. En realidad no era una dama rusa, era una prostituta polaca

Era de derechas, pero en la Guerra Civil no simpatizó con el franquismo. Tuvo que ir a Santander como funcionario, pero se negó a posteriores traslados. Después de la guerra ayudó a algunos perseguidos a escapar. Las siglas de CNS (Confederación Nacional Sindicalista) para él significaban: Comemos Nosotros Solos. Iba a trabajar todos los días desde el pueblo hasta Lugo y algunas veces los maquis asaltaron el autobús.

En una sala de su casa se veía una dama rusa con un gorro blanco y los ojos violeta. Muchos hablaban de esa dama rusa, inventaban historias con ella. En realidad no era una dama rusa, era una prostituta polaca que Costa Figueiras conoció en Buenos Aires. En una novela contaba como la conoció. Iba por una avenida, le gustó mucho y se puso a hablar con ella: "No se aburra, hable conmigo". "El burro lo será usted, pavo", contestaba la polaca.

Luego, en los años cincuenta, cuando ya pasaba de setenta años, pronunció una frase que para algunos es la síntesis de su literatura y su vida. Decía: "Yo a mi edad, mucha coña, poco coño y un poquito de coñac". Está muy bien como síntesis del encanto de la vida. Como protesta contra todos los puritanismos, como reclamo de lo esencial de la vida. ¿Quién sintetizó mejor, con melancolía y un toque en sordina de pasión, lo que se puede pedir de la vida? ¿ Quién hizo mejor literatura?

Sus libros eran retóricos y decimonónicos, pero había en ellos rasgos fascinantes. Publicó varias novelas en la editorial Ramón Sopena y se pueden encontrar todavía en las ferias de libros de ocasión. O incluso en la Cuesta de Moyano en Madrid. Tenían ocurrencias chocantes y sugerentes.

Hay casas llenas de hijos, muchos problemas, muchas ganas de salir adelante.

En La risa de Dios hablaba de una chica catalana a la que sale todo mal. La abandona su amante, le muere un hijo, se pone enferma. Está perdida en la Costa Brava. Al final dice que Dios se ríe de nosotros, que nos ha diseñado para divertirse, como hacían los dioses griegos.

En La sugestión de América cuenta sus años de emigración en Buenos Aires, la cantidad de personajes vitalistas y chocantes que conoció, todas las cosas que le ocurrieron, todo lo que hacían los emigrantes para sobrevivir. Hay casas llenas de hijos, muchos problemas, muchas ganas de salir adelante. En Las fraguas de la fortuna continúa con la historia. Traza muchos tipos con garra y luchadores que se buscan la vida. El estilo puede ser engolado y empalagoso, pero la invención tiene fuerza, hay muchas cosas que enganchan.

En Los agros de Sureda, que se desarrolla en Chantada, el protagonista se pone tan loco que resucita a su amada con su deseo. Cuando está angustiado da vueltas sin fin por todo el pueblo. Muchos años después un nieto suyo, escritor y visionario, hacía lo mismo cuando se ponía triste en las calles de Santiago de Compostela: se pasaba horas y horas recorriendo las calles sin fin para superar la angustia. En su libro Costa Figueiras habla de cacerías y de banquetes celtas interminables. Disfrutaba la comida como poesía igual que Álvaro Cunqueiro.

En el libro En tierras del Plata, una colección de artículos, dice cosas que hoy suenan tan cursis, como que las mujeres son las flores de la tierra y que no deberían votar. Pero es de los primeros que citan a Nietzsche en España. Fundó un periódico en Chantada titulado El Regionalista y sacó en él a sus hijos antes de que nacieran. Se burló de Valle Inclán y puso por las nubes a un tal Jaime Solá, que ahora no conoce ni su familia. Y no comprendía la poesía expresionista que asomaba. Pero tenía destellos de genio.

Escribía en una revista que se llamaba Vida Galante, tenía algo de Bukovski a escondidas. En esa revista escribió un diálogo que decía : "—¿ Me quieres? —Claro que te quiero. —¿Y si hay lluvia de mujeres? —Si hay lluvia de mujeres... no llevaré paraguas" Tenía una vitalidad generosa que se reflejaba en sus libros. Era un tipo decimonónico que estaba secuestrado por su estilo engolado. Pero tenía destellos de genio y se le ocurrían cosas atrevidas y audaces.

Costa Figueiras era mi abuelo.