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El Aliento de Christina (Rosseti)

La poesía no se fabrica, Surge del aliento interior. Que digan lo que quiera los que creen que todo consiste en técnica, en fabricación

VIVÍ UNOS Bloomsbury. Ella era mi vecina. Y no la encontraba. Pero al final lo hice. Vi la hermosa placa que la recuerda en la casa donde vivió, en Torrington Square. El problema es que confundía Torrington Square con Torrington Place. Regresaba al dormitorio y me decía: ¿dónde demonios se esconderá esa casa?

Siempre pienso en ese encuentro en el poema Eco. Me parece el encuentro más fascinante que se ha dado en la literatura. Lo descubrí en La poesía inglesa, una antología maravillosa de Maria Manent. Me enamoré de él para siempre.

¿Qué otra forma más honda puede haber de encontrarse? ¿Qué comunicación más increíble puede haber? ¿Cuándo dos personas pueden ser de tal modo ellas mismas? ¿Cuándo pueden tocarse con una desnudez tan extrema? "Ven a mí en el silencio de la noche". Ella comprende el valor de la noche, como los místicos y los románticos. Ella necesita el silencio y la escucha absoluta. El final de las palabre rías. "Llégate en el silencio murmurante de un sueño".

"Oh sueño de dulzura excesivo y amargo". Ella conoce los excesos del sueño, la intensidad amarga del sueño. Como supera las limitaciones del día, va más allá de las palabras corrientes, supera las censuras de la razón. "Donde llenas de amor habitan y se encuentran/ las almas y sedientos los ojos con ahínco/ miran la lenta puerta".

"Pero ven en mis sueños y así viva de nuevo/ mi vida verdadera aunque esté muerta y fría". Ella conoce el vértigo de la comunicación, la verdadera vida que las normas del día reprimen, la plenitud que los ruidos de la sociedad oculta.

Pero en la libertad del sueño llega al latido esencial, al puro vivir. A lo que constituye a cada uno. Más allá del presente, en el mito de la memoria. En lo más escondido de la intimidad: "Vuelve otra vez en sueños para que pueda darte/ latido por latido, aliento por aliento,/ habla bajo y acércate/ como en aquellos tiempos, amor, ya tan lejanos".

No hay pedantería, no hay rebuscamiento. No están las listezas de Browning, o las que más tarde tendrá Auden. Solo está el dar en el clavo. El encontrar las palabras certeras, con sencillez y densidad. El rozar el tono que no se olvida. El captar el espíritu.

La poesía no se fabrica. Surge del aliento interior. Que digan lo que quieran los que creen que todo consiste en técnica, en fabricación. Ningún poema me ha dicho tanto, me ha recogido tanto. Solo ciertas extrañezas de Rilke.

Y me empeñaba en verla, me empeñaba en buscarla. Y al fin vi su placa. Me quedé pasmado ante su casa. Lo que ocurría es que yo buscaba en una calle de nombre parecido.

Me gusta más que su hermano, Dante Gabriel Rossetti. Es posible que sea una cursi. También hay algo de eso en la Beata Beatrix de su hermano, y, a pesar de todo, me fascina. Es posible que sea una beata religiosa. Que yo no comparta su sentido de la religión. Que sea fea y esmirriada. Y a pesar de todo la amo. En el fondo de todo eso escondía una fuerza sutil. Y la rigidez victoriana no pudo con ella. Ya sabemos que esa época tenía tantas fuerzas escondidas, tantos secretos.

Me ha dado un espacio para recogerme de verdad. Para preservarme a mí mismo. Y nos lo ha dado a todos. Nos ha dado un espacio secreto para respirar. Ese poema es una casa. Una casa que nadie puede deshacer. Que nadie podrá invadir.

Estoy contigo para siempre, Christina Rossetti. Tu poema era algo tan sencillo y a la vez tan intenso. Consistía en que llegara ese aire, las palabras que recogen ese aire. Tenías que recoger ese aliento. No te ibas a escapar, te busqué una encerrona. Y estuve contigo en los escalones de aquella casa.

Así, como en el poema Eco, deberíamos encontrar a las personas. Así deberíamos encontrar los lugares. Con esa acuidad, con ese aliento. Con esa extrañeza apasionada. Puede que tuviera una sexualidad reprimida.

Puede que su misticismo albergara una sensualidad honda. ¿Y qué? El misticismo es la sensualidad del espíritu. Es la pasión más escondida.

A veces se escondía en los sueños, en las fantasías. Escribió relatos fantásticos. En El mercado de los duendes los duendes ofrecen un flujo vertiginoso de frutos sensuales, nos inundan con su sensualidad secreta. ¿Y qué? No hay forma mejor de estremecer a los seres. De hacer que tiemblen. Y la poesía es hacer que alguien tiemble o no es nada.

Me emborracho secretamente con ella. Somos amigos en las tabernas del espíritu. Fui con toda la pasión buscándola por Londres. Al anochecer, cuando iba en el barco a Greenwich, me acordaba de sus versos. Pero es mejor que no hablen de ella, que no la adocenen o la simplifiquen. Que no la oculten con malentendidos. Que no empiecen a torturarla con estructuras y análisis.

No podemos dejar la cultura en manos de las instituciones académicas que lo matan todo, en manos de doctores Frankenstein que descuartizan a poetisas desnudas sin tocarlas. O doctoras que descuartizan a los poetas desnudos, no me vengan con tonterías. Una vez en noviembre de 1979 alguien escribió en Compostela: "La universidad solo alumbrará cuando le prendan fuego". Yo no propongo que la quemen, pero sí que le inyecten algún tipo de fuego. Que no esté en manos de Frankensteins que cosen pedazos muertos.

Por eso se les escapará el aliento. El aliento no se capta con escalpelos. Hay un cuadro de Andrew Wyeth, se llama El mundo de Christina. ¿Por qué no llamarlo El aliento de Christina? Se ve a una muchacha solitaria mirando una casa a lo lejos, disfrutando con pasión solitaria toda la pradera y la casa. Y así está tal vez también Christina Rossetti, mirando en una pradera a solas la casa del encuentro fascinante. Muchos habrán buscado a Christina en el prado, yo la encontré en Bloomsbury.

Me compré una selección de sus poesías en inglés en una librería de segunda mano de Hay on Wye. En ella encontré ese poema que habla de una mujer que viene de muy lejos buscando las sombras placenteras, Encontré ese otro en que piden que alguien la recuerde después de muerta por el vestigio de los pensamientos que tuvo una vez. Encontré ese otro en que habla de hilos de música en barcos sueltos en el mar. Pero el que nunca olvido es el poema Eco. Como el título sugiere, en él se queda el aliento de nuestra vida, el sonido que queda de nuestras voces. Lo que perdura de nosotros, aunque nadie lo sepa.