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Fondane, el macarra metafísico

Rimbaud para Fondane es un macarra metafísico. Representa el absurdo de la vida, la contradicción insoluble. Rompe todos nuestros esquemas, para traernos la inquietud metafísica

Fondane, Táboa Redonda
photo_camera Fondane, Táboa Redonda

INVITO A MI editor francés, Michel Carassou, a charlar en el Café de Flore. Casi me arruino por poner el culo donde lo puso Albert Camus. Él me publicó en francés La serenité passionnée. Le llevo otro libro, por si quiere traducirlo. Me habla de Benjamin Fondane, un autor rumano al que ha publicado. Publica a muchos rumanos, pero ése es el principal de todos. Él es un especialista en Fondane. Dentro de unos días irá a la Universidad de Yale a hablar sobre él.

El libro fundamental de Fondane es Rimbaud, le voyou, algo así como Rimbaud, el macarra. No está traducido en España. Como yo he leído cientos de cosas sobre Rimbaud hace mucho que le tenía echado el ojo, pero nunca tenía ocasión de leerlo. Y ahora resulta que el editor me lo envía como regalo. Aquí en Cádiz, donde no me escribe nadie en papel, encuentro en mi buzón el libro de Fondane. Y me lo leo en dos tardes, le tenía muchas ganas.

Tanto se ha escrito sobre Rimbaud. Que si era un católico sin saberlo, como decía su cuñado después de que su hermana lo envolviera en incienso mientras se moría. Que si era un místico en estado salvaje, como decía Claudel. Que si era el precursor del surrealismo, como decía André Breton, con algunas reconvenciones por no ser del todo surrealista. Que si era un monstruo de inocencia e insensibilidad, como quería Jacques Riviere. Que si era Shakespeare niño, como dijo Víctor Hugo. Que si era el modelo de los malditos, como proclamó Paul Verlaine, un ángel o un demonio. Que si era el padre de la poesía moderna. Que si era el rebelde por excelencia, un padrino para Henry Miller o Patti Smith. O también un patrimonio oficial francés, acallado en una estatua y metido en los libros de texto para que no dé la lata.

Pues nada de eso, para Fondane es un macarra metafísico. Representa el absurdo de la vida, la contradicción insoluble. Rompe todos nuestros esquemas, para traernos la inquietud metafísica.

Entonces ya no hay que preocuparse de sus contradicciones, de que primero lo dejara todo por la poesía y después dijera que la poesía era una mierda, de que primero quisiera todo menos trabajar y luego se rompiera los riñones trabajando en lo que fuera para meter dinero en su cinturón, de que fuera sensible a veces y después provocara a todo el mundo. Para Fondane esa es la esencia de Rimbaud, es la contradicción y el absurdo, la demostración de que la razón no sirve, de que no hay coherencia profunda. De que el absurdo nos saca del mundo convencional y nos lleva a Dios, que es la pura contradicción. Así se muestra el Dios de la Biblia, cuando habla con Abraham o con Job. Así es el Dios de Kierkegaard.

Pero cuando uno da una imagen muy personal de un escritor lo que hace es retratarse a sí mismo. Porque también en los poemas de El mal de los fantasmas —que en España publica Maldoror Ediciones— Fondane insiste sobre lo mismo: «¿Si los dioses se divirtieran tomándonos por blanco?/ Tú has entrado vivo en las manos del dios terrible/ y hasta en la muerte has permanecido vivo». Para Fondane estar consciente es tropezar con los fantasmas del otro mundo y ser desventurado. Por eso publicó en Argentina La conciencia desventurada, contra los intelectualistas que solo defendían la razón.

El gran maestro de Fondane es Leon Chestov, autor de Kierkegaard y la filosofía existencial, y ese libro sí que lo he leído casi clandestinamente hace tiempo. Me provocó una gran impresión. Chestov se basa a su vez en Dostoyevski, y para él la forma de profundizar en la vida es experimentar el absurdo. Sentir el absurdo como algo que hace saltar los esquemas y las explicaciones tranquilizadoras. En Chestov vibra la palpitación de Dostoyevski y la angustia de Kierkegaard. Y eso es lo que hizo también Fondane en París y Rumanía hasta que los putos nazis lo mataron en Birkenau.

Fondane encontró en Rimbaud una especie de iluminación, un escándalo metafísico. Una manera de decir: mirad, os equivocáis todos, dejaos de explicaciones baratas. Aquí hay algo que no podéis explicar. Rimbaud decía que la verdadera vida está ausente, y esa es la frase que repite obsesivamente Fondane. La verdadera vida no cabe en nuestros esquemas, no es algo reductible y confortable. Y Rimbaud maldice la vida no porque no sea infeliz, sino porque quiere maldecirla. La felicidad no es la vida —engorda mucho, decían en una película de Steven Soderberg—. Y Rimbaud escapó de ella continuamente, en ese marcharse de todas partes, en ese desmentir a todos y desmentirse a sí mismo.

Fondane tiene algo que ver con Cioran, y los dos mucho con las corrientes gnósticas que colocan la verdadera vida totalmente fuera del mundo. Y con el dor de la literatura rumana, algo parecido a la saudade gallega. Pero lo que es en Cioran una decepción tranquila, una costumbre del asco, en Fondane es palpitación e inquietud. La verdadera lucidez es una cuchillada, no hay que encerrarse en ninguna visión.

Fondane compara a Rimbaud con Stavroguin, un personaje desconcertante de Los endemoniados de Dostoyevski. Tiene las perversiones más increíbles y de repente hace el bien de manera absurda. Desconcierta absolutamente como muchos personajes de Dostoyevski. Dostoyevski nos decía: No tenéis ni idea de nada, y decir que dos y dos son cuatro es una chorrada que no sirve de nada. Y Fondane hacía lo mismo. Para él las Iluminaciones de Rimbaud son sus propias iluminaciones. Hay que ser como Rimbaud un "hombre metafísico". Hay que provocar a la gente, no dejar que se duerma. En España lo fue en gran medida Miguel de Unamuno.

Fondane funciona por iluminaciones, tiene párrafos fulgurantes, y después se envuelve en contradicciones y páginas confusas. Tiene un estilo animado, provocador, desgarrado. Nada del ensayismo intelectualista al uso, en que te coges la barbilla con la mano y miras como si lo entendieras todo. No, esto son golpetazos y respiración caliente, y macarrismo metafísico. Si de verdad quieres salir y enterarte tienes que dejarte de tópicos y de fórmulas. Al fin y al cabo también el surrealismo sería una fórmula, y sobre todo si reclama la patente André Breton. Y así está bien, Rimbaud está fuera de todas las fórmulas.

Y Fondane es como el Rimbaud que él se ha inventado. Es como un fantasma que nos trae el mal de la lucidez, es como un ataque del océano: "¿Océano/ tu ola furiosa azota el viejo otoño!/ En el hospital esta blancura de angustia, amarillosa".

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