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Katheleen Raine, la intensa aparición

Antonio Costa Gómez lembra a poeta Katheleen Raine nunha praia de Escocia habitadas por fadas

Kathleen Raine
photo_camera Kathleen Raine

ME LA IMAGINO en la playa de Sandaig, enfrente de la isla de Skye. A pocos kilómetros está Eilean Doran, el castillo más sugerente de Escocia. Las rocas se meten en el mar y hay pequeñas calas secretas en los abrigos. El brezo coge tonos de leyenda en otoño cerca del agua. Una placa indica donde estaba Camusfearna, la casa que se construyó su confidente Gavin Maxwell. 

Allí vivió su amor con Gavin Maxwell. Ella estaba fascinada por él. Pero él era homo y no le correspondía del mismo modo. Le importaban más las focas que ella, en El anillo de agua clara habla sobre todo de su relación con las focas. Ese libro fue un éxito de ventas en Gran Bretaña. Pero ella escribió algo mucho más denso, En una desierta orilla

En ese libro destila el aguardiente más intenso. Los poemas son como destilaciones en segundo grado. Se ve que los ha pulido como el agua de miles de años ha pulido las piedras. Les ha quitado toda palabrería, todo lo que no sea esencial. Ha dejado el misterio, y todo lo que tiene resonancia. 

Platón está presente en ella. La idea de que hay otro mundo más verdadero e inmenso que se esconde detrás de éste. La idea de que estamos en una caverna y en momentos privilegiados podemos mirar lo esencial directamente. La idea de que en momentos visionarios podemos elevarnos a las Ideas, que no son meros conceptos, sino que son arquetipos vivos que dan vida a todo. En el fondo de Platón había una locura, un misticismo delirante, que nutrió de sueños a muchas generaciones a lo largo de la Historia. 

El soñar con territorios ilimitados, con marineros que se pierden en los océanos

La magia céltica también está presente. El soñar con territorios ilimitados, con marineros que se pierden en los océanos. El pensar que todo tiene un dinamismo incesante y todo se transforma continuamente. El pensar en hadas que quintaesencian la sensualidad y la libertad más profundas. El encontrar el misterio y el fervor detrás de todas las cosas. 

Nunca olvidaré ese poema: "¿Qué algo infinitamente precioso/ buscábamos por la orilla?/¿Qué rúbrica,/ promesa en nacarada concha, sabiduría en piedra?/ ¿De qué rey muerto dorada corona gastada por la marea,/ qué perdida, imperecedera estrella?". Ahí está la nostalgia ilimitada, la saudade atlántica. El deseo platónico de una sabiduría más honda, de una condición más intensa. 

Está la memoria órfica : “Memoria: más allá del recuerdo/ el canto del jilguero./Sin embargo, allí estuvimos nosotros/ mi amor y yo juntos en una casa”. Los órficos influyeron en Platón y hablaron de la Fuente de Mnemósine, una fuente que nos haría recordar nuestro origen perdido. Y también Platón creía que todo conocimiento era una reminiscencia. La memoria de todos modos esencializa las cosas, se queda con su perfume. Y eso hace también Kathleen Raine. 

Está el apasionamiento de vivir: “Si algún ángel , al pasar las hojas/ del cerrado libro de las vidas/ abriera de nuevo aquellos días solitarios, dulces, agrestes/ ¿no trascenderá alguna esencia, no vibrará?” También los ángeles significan la superación de lo limitado como en Rilke. 

Está todo lo que se ha vivido alguna vez: “Cuan honda la recordación de los muertos/ en cuya memoria rememoramos”. Todo lo que se ha vivido y se ha palpitado a través del marasmo de la vida cotidiana. Todo lo que de verdad tiene vida. Sobre todo si se tiene pasión como Kathleen. 

Los poemas son fragmentos, trozos sueltos, notas instantáneas. Como cuando la vida habla en un instante, sin sujeción a un programa. Como un Chopin cósmico. Cuando Robert Frost decía “nada dorado puede permanecer” significaba que nuestra capacidad de visión es intermitente. Que nuestra capacidad de vivir de verdad se agota con frecuencia. 

Los mitos recogen lo más hondo de nosotros. Y el Paraíso es un mito potente.

Está todo lo que no se dijo : "Silencio de los muertos;/ lo no hablado/¿Qué quisieras que dijera/ cuando en la tierra, amor mío, casa compartíamos". Las palabras no pueden apoderarse del silencio abierto, pero pueden al menos señalarlo. Pueden impregnarse de él. Y dejar la palabrería. 

Está la permanencia apasionada, indomable: "Desde el Paraíso/ la voz inmortal del ave/ sigue cantando". Los mitos recogen lo más hondo de nosotros. Y el Paraíso es un mito potente. Aunque Llorenç Villalonga decía que no hay más paraísos que los perdidos. Estarán perdidos, pero están en nuestra cabeza. 

Las ideas de Platón persisten. Como los arquetipos de Jung. Como las hadas célticas escondidas en la niebla. Como el arco iris insistente que se eleva sobre la cascada cambiante de Schopenhauer.

Está la insistencia : "Si del amargo vivir/ cual de un sueño despertar pudiera/ en inocencia recién nacida/ tu nombre llevaría". Ella platonizó al Gavin Maxwell que ella vivía. Convirtió su nombre en mito, en sustento de su vida apasionada. Aunque el hombre mirara hacia otra parte. 

Y todo eso en una playa solitaria de Escocia, lejos del ruido de la civilización. Lejos de los tópicos, los lugares comunes, los titulares sensacionalistas. Lejos de las modas y el runrún de las cotorras. Cuando el silencio deja escuchar todas las cosas que valen. 

El pecado original sería que ya no vemos, que ya no sentimos de verdad. Igual que hemos caído de las Ideas según Platón. Esas ideas no son abstracciones, no son conceptos. Son permanencias que vibran. No las captan los filósofos, más bien los poetas. 

Cuenta su desacuerdo con el materialismo moderno, con la vulgaridad. Su espiritualismo pagano y libre de origen céltico

Recuerdo como Kathleen Raine cuenta su infancia encantada en Adiós, prados felices. Su desacuerdo con el materialismo moderno, con la vulgaridad. Su espiritualismo pagano y libre de origen céltico. Su vivir por encima de la degradación cotidiana y su equipaje de dama culta con fuerte personalidad: "Sabía que el sueño era mi vida, la pauta que seguiría forzosamente, la sustancia de toda vida generada. Pero en los sueños no generalizamos, sentimos"

La evoco como una aparición acorralada. Una dama intensa en medio de la mediocridad, del nivelamiento. Todo lo que destaca hay que nivelarlo. No puede haber nada encantado, todo tiene que ser mediocre. Cualquier cosa que nos sorprenda tiene que ser irreal. Entonces ella es irreal. 

Me imagino charlando con ella en aquella playa solitaria. Hablando de poesía y de Platón. De los dioses célticos. Ella diciéndome: "Solo el oído atento percibe lo lejano". Yo recordando su transfiguración al final del libro: "De pronto los árboles vistieron extraña belleza".  Sigo contigo en la playa, Kathleen.

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