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Pascoaes, gozo oscuro en Amarante

"...paseamos por ese pueblo mágico y espléndido, callado y jubiloso, donde las casas colgantes y el puente se reflejan y fantasean en el agua, se colman en el agua como todo el mundo del poeta..."

Teixeira de Pascoaes.
photo_camera Teixeira de Pascoaes.

SÍ, TENÍA RAZÓN Paula en la biblioteca de Amarante, cuando me acercaba un montón de libros sobre Teixeira de Pascoaes para que los consultara en la mesa redonda, cuando decía: "Es una visión muy personal mía; pero yo creo que Pascoaes no es triste, tiene mucha alegría cuando siente la naturaleza". Claro que sí, en Señora de la noche la diosa nocturna se acerca al poeta y lo lleva por las montañas del Marao, y una Anunciación nace de sus labios, y entonces "su hermoso/ cuerpo cruel de diosa omnipotente,/ voluptuoso,/ de pie, sobre aquella sublime soledad,/ y el infinito cielo/ y aquel júbilo/ dorando la sierra,/ es un ángel que nos muestra el Paraíso,/ más allá de la tierra", y la saudade es una plenitud añorada que, a veces, se desea: "Busto de la esperanza que resplandece/ dentro de nosotros, en la oscuridad de la memoria", pero en ciertos momentos se vive: "Mi alegría hecha de recuerdos/ como de muertes está hecha mi vida/ y ante aquel milagro repetido/y extraordinario /en estruendosa cumbre solitaria,/ yo vi, yo vi el loco encantamiento/ del mundo que revive y se deslumbra/ y la neblina quimérica y deshecha/ sobre el ancho horizonte de la montaña".

Orfeo sale del viento con la música y Eurídice revive completamente. Estuvimos en la casa del poeta en lo alto, ahora es un hotel y no se puede entrar; pero dimos vueltas por patios, sorprendimos las acequias y las construcciones traseras y la capilla, nos asombramos ante la entrada palaciega, miramos como él las neblinas quiméricas de la sierra del Marao, paseamos por ese pueblo mágico y espléndido, callado y jubiloso, donde las casas colgantes y el puente se reflejan y fantasean en el agua, se colman en el agua como todo el mundo del poeta, vimos la iglesia de San Gonzalo con cúpula rojiza, ese santo que busca pareja a los solitarios, ese santo de la soledad y la plenitud, en honor al cual se venden en las pastelerías dulces en forma de polla.

Porque en ese pueblo se unen lo místico y la pagano, los santos cristianos y los dioses, lo sensual y lo etéreo, y todo parece volverse susurro y vibración, soledad y alegría secreta. Todavía ese pueblo no está manoseado por el diseño y la pijería como otros del Portugal moderno y europeísta. Vimos el museo de Amadeo de Sousa Cardoso que expuso con Modigliani en París, vimos el esplendor de creaciones simbolistas y surrealistas, de audacias y fantasías, vimos al poeta en la alameda de Pascoaes mirando intensamente el agua, con su soledad de deseo, con su soledad de entrega apasionada a su entorno misterioso.

Les preguntamos a los de la Biblioteca Municipal por qué no habían hecho un museo en el palacio donde vivió, que ahora es un hotel

Encontramos la casa donde nació que ahora está abandonada, y les preguntamos a los de la Biblioteca Municipal por qué no habían hecho un museo en el palacio donde vivió, que ahora es un hotel. Nos dijeron que la Cámara Municipal cogió el expolio, sus libros, sus muebles, deseamos que hicieran un museo, pensamos que en ese pueblo también nació Agustina Bessa Luís, la que escribió La Sibila; nació Antonio Carneiro, el pintor simbolista que desplegó simbolismos como Klimt; años después estuvo Mario Cesariny, el gran poeta surrealista que nos llevó a todos a una fiesta delirante en Elsinor en el norte. Pensamos que era un pueblo de plenitud de arte y literatura, de creatividad misteriosa, un pueblo de saudade fecunda. Por allí estuvo Unamuno con su vitalidad paradójica, allí Eugenio D'Ors olvidó su racionalismo reseco e invitó a Pascoaes a dar conferencias en Cataluña. Sí, tenía razón Paula, la bibliotecaria; esa saudade era, en el fondo, una alegría desenfrenada; un júbilo de unión con la sierra y el agua, donde todo se convertía en niebla y fantasía, donde la ciudad entera soñaba y palpitaba en el agua.

Y después, cuando tomaba licor beirao en la terraza de la Casa de la Calzada mirando el puente entusiasta y la iglesia de san Gonzalo con su cúpula roja, se me ocurrió que Teixeira de Pascoaes tenía mucho en común con Gerard de Nerval, y que podrían estar los dos charlando en la Confitería da Ponte mientras miraban pollas esplendorosas convertidas en dulces, porque también el famoso poema El desdichado empieza diciendo: "Yo soy el tenebroso, el viudo, el desconsolado,/ el príncipe de Aquitania de la torre abolida", pero acaba en una muestra de gozo delirante, y en la noche de la tumba. Alguien lo consuela, y el poeta le pide el Posilipo y el mar de Italia, le pide la flor que gustaba a su corazón desolado, le pide la rama que es a la vez un pámpano y una rosa. Sí, hay en él una alegría secreta y delirante, una alegría que no se limita al nombrarla.

Igual que las Penas de la décima elegía nos traen la plenitud más profunda, Rilke también hubiera estado allí a gusto con Pascoaes, mirando las neblinas de la sierra y las casas de colores temblar en el agua, y Nerval dice que su frente está roja todavía del beso de la reina, igual que Pascoaes tiembla con el beso de la Señora Noche, y dice que ha atravesado dos veces vencedor el río de la muerte, que ha soñado en la gruta donde nada la sirena anfibia y delirante, que ha modulado golpe a golpe la lira de Orfeo, ese Orfeo que trae la música de lo más escondido de la vida; dice que en esa música ha mezclado los suspiros de la santa y los gritos del hada, el suspiro y el placer, porque ahí en Amarante, como en la poesía de Pascoaes, el cuerpo y el alma no se contraponen. 

La saudade trae una plenitud de espíritu que es cuerpo, y de cuerpo que es espíritu, porque la Saudade es "una aparición de sueño y realidad,/ matrimonio de lágrima y sonrisa;/ cielo y tierra, infierno y paraíso,/ beso rezado y oración besada", Pascoaes une sin fronteras el cielo y el infierno como William Blake, pero, sobre todo, fijaos en el último verso, como lo cristiano y lo pagano se identifican. Así es antropológicamente en una vertiente del cristianismo, los dioses paganos se convierten en santos, los lugares de iniciación se vuelven santuarios, la Diosa Blanca se transforma en María o en Sofía, y rezar es como besar, y besar hondamente es como rezar, y lo que se vive plenamente se profundiza, se vuelve invisible como decía Rilke.

La saudade es esa profundización, esa aparente tristeza, ese sentir lo ilimitado, ese sueño de infinitudes de los navegantes portugueses, o de Pascoaes en las nieblas, o de Nerval mirando el Vesubio en el mar de Nápoles. Sí, tenía razón Paula la bibliotecaria, en los poemas de Pascoaes hay un desenfreno de la naturaleza.

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