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Una chica que pensaba en Cioran

"Leyó sobre un dios secundario que había creado este mundo torpemente copiando otro muy superior e inalcanzable"

HABÍA UNA QUE SE identificaba con Cioran, sobre todo con El inconveniente de haber nacido. Se sentía muy identificada con todo lo que decía Cioran, ese asco y ese disgusto por todo, su considerar todo lo de este mundo algo insuficiente y miserable, su someterlo todo a un desgaste feroz y a una crítica despiadada, esa idea de Cioran de que lo posible siempre es mucho mejor que lo real, de que en cuanto llevamos algo a la práctica ya es mucho peor que todas las posibilidades que había antes de hacerlo, de que lo finito es mucho peor que lo infinito, al nacer hemos caído desde la indefinición y el todo y la posibilidad sin límites a algo que es limitado y decepcionante. 

Tiempo después descubrió que algo parecido decía la poetisa gallega Rosalía de Castro, que se preguntaba donde quedaban veladas las ideas, que buscaba por todas partes algo que no sabía lo que era, y por llamarle algo le llamaba Felicidad, y sentía que no era un sueño, y lo añoraba vivamente como se añora el pan, y sentía hambre de ello con todas sus vísceras y le dolían los flancos.

En los libros de Cioran oyó hablar de los gnósticos, y se puso a leer el Himno de la perla y los fragmentos de Basílides sobre Abraxas, y los poemas de Valentín sobre Sofía. (Sofía pretendió con su razón comprender todos los mundos superiores, pero no creó más que concepciones patéticas y risibles, no construyó más que mediocridades sin valor. Pretendió comprenderlo todo y fue arrojada al caos). Leyó sobre un dios secundario que había creado este mundo torpemente copiando otro muy superior e inalcanzable, como Cioran expresaba en El aciago demiurgo. Creyó, como los gnósticos, que este mundo solo era una triste parodia de un mundo superior, como antes habían creído los pitagóricos, y antes Platón, e intuyó que en el fondo Cioran era un romántico que se moría de nostalgia, y era más platónico que el mismo Platón.

Pensaría que algún día acabaría por decir algo que tenía en la punta de la lengua, pero tal vez, como creía Cioran, nunca lo haría en esta vida, porque la vida es por definición mediocridad y miseria, porque lo que está más allá de la vida, lo que no se ha realizado, es lo que de verdad lo esconde todo, y ella estaba tan desgarradamente arrancada de esa otra dimensión que ni siquiera podía pensarse, igual que Cioran lo rechazaba todo, porque tenía nostalgia de no sabía qué, tenía el dor, como le llamaban los rumanos, este haber caído en el tiempo, en la tierra, en la existencia, el mismo sentimiento que expresaba Mihail Eminescu en ese poema sobre una mujer que no podía amar a nadie y se enamora de un lucero del firmamento que entra en su habitación y que quiere dejar la inmortalidad por ella.

Cioran había escrito que la única superación de su asco universal era cuando sentía esa risa, esa alegría misteriosa que no se basaba en nada

Y a veces pensaba como Cioran en una risa que lo saltara todo, también Cioran había hablado en algunos fragmentos de la risa sin motivo, como Bataille había hablado de la risa cósmica que lo arrasa todo, Cioran había escrito que la única superación de su asco universal era cuando sentía esa risa, esa alegría misteriosa que no se basaba en nada y que no tenía que dar cuentas a nada, y esa risa la encontró después en el profeta Daniel que se reía sin motivo en el Pórtico de la Gloria, y ella misma la sentía algunas veces.

Y a veces de noche en su habitación pensó como Cioran que no había que expresar nada ni construir nada, solo había que destruir todo lo expresado porque todo era mentira, y volver al silencio, a lo que había antes de nacer y lo que habrá después de la muerte, a esa inmensidad, a esa posibilidad sin fin, y su descontento de siempre se distendió por unos instantes, y pensó en noches similares que tendría Cioran en su casa de la Rue de l´Odeon en París. Incluso las utopías, como dice Cioran en Historia y utopía son expresiones limitadas y absurdas, y está muy bien que el buitre se coma el hígado de Prometeo por traer a los hombres ilusiones sin consistencia.

Y se sentía errante igual que Melmoth, el Errabundo de Charles Robert Mathurin, que vagaba por toda la Tierra sin saber cómo deshacerse de su maldición, igual que Cioran vagaba en este mundo acordándose de otro mundo como los gnósticos o los antiguos orficos, aunque a veces a los demás les enfadaba su actitud, su no poder instalarse en este mundo ni interesarse por nada.

Estuvo en Recanati estudiando la poesía de Leopardi y comparó su insatisfacción constante con la de Leopardi, el considerar que nada valía nada, el creer que la naturaleza es una madrastra, el encontrar desconsuelo y vacío en todo. Pensó que esa insatisfacción continua, ese asco por la vida, podía esconder una similar nostalgia en un equivalente romanticismo, que también sería el de Lenau, otro medio rumano que se había criado en el Banato.

Y tan romántico que ese era en el fondo el mismo "mal del siglo" o disgusto por todo que aquejaba al René de Chateaubriand a principios del siglo XIX.

Se dirige a la Luna como amada de siempre en todas sus desgracias y soledades, que es como decir que nada de lo terrestre vale nada

Se alojó en el Hotel La Retama, visitó todos los lugares de Leopardi, meditó sus frases y leyó por las noches sus Cantos, se recitó en voz alta ese que dice: "Vagas estrellas de la Osa" y lo comparó con el rechazarlo todo de Cioran, y ese otro en que se dirige a la Luna como amada de siempre en todas sus desgracias y soledades, que es como decir que nada de lo terrestre vale nada. Tal vez Cioran también pensaba en una Luna impensable y monstruosa que está más allá de toda imaginación posible, en una Luna situada más allá de todo que sustenta toda su locura de negación universal.

Tenía la obsesión de que todo lo que se hacía era peor que lo que no se hacía, que cualquier cosa que se intuía era muy superior a aquella que se expresaba, pensaba como Cioran que todo hacer o poner en palabras era una caída, era un fracaso, una claudicación y que "la tentación de existir" de que hablaba Cioran siempre nos hacía caer en la mezquindad. Su experiencia más frecuente, como para Cioran, era la decepción.

Pero había una alegría imposible y misteriosa de la que hablaba alguna vez Cioran, que no sabía por qué se reía, y era mejor no saberlo, porque cualquier explicación sería un fiasco, pero eso es lo mismo que dice Gaston Bachelard sobre los sueños, y a ratos ella pensaba que Cioran, como Bachelard, podría estar pensando en sueños inexpresables, que están más allá del lenguaje, anteriores al existir. En el fondo, el asqueado de todo puede que fuera el mayor soñador de todos.

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