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Valente, anochecer en Gata

En Cádiz me encontré a una hija suya que no quería hablar de él, me asombré cuando me dijo que era hija suya, le dije que su padre era muy importante, pero para ella no era importante, decía que la había abandonado

José Ángel Valente

IBA AL ANOCHECER hacia el cabo de Gata, por los pueblos vacíos antes del verano, por las playas solitarias, por la carretera que escalaba las rocas junto al mar, miraba el paisaje desolado y sin ruidos, veía como el sol agonizaba soltando secretos, y recordé como en esos parajes José Ángel Valente encontró también su desolación y su autenticidad, cuando se acercó al misterio, cuando iba a morir y seguramente lo presentía, y se alejaba de los ruidos y las retóricas en el espacio y el tiempo, se acercaba al sonido esencial de las cosas, y al final las escuchaba de verdad, sabía lo que valía cada mirada, cada visión, cada palabra, una de las atracciones principales para mí al volver a Almería era recordar que allí pasó Valente sus últimos años, en Cádiz me encontré a una hija suya que no quería hablar de él, me asombré cuando me dijo que era hija suya, le dije que su padre era muy importante, pero para ella no era importante, decía que la había abandonado, que su madrastra la alejaba de él, que estaba en Ginebra y le parecía una ciudad ceñuda y fría, allí vivió el infame Calvino, el padre de todos los puritanismos,  comprendí su incomunicación, comprendí que a ella no llegaron los mejores latidos de su padre, yo sentí lo mismo con el mío, también el mío pasó de mí completamente,  pero en aquella soledad del cabo de Gata, cuando unos vigilantes se acercaron por si éramos pescadores furtivos, en aquel faro callado y misterioso, y después en el regreso, comprendí que allí Valente encontró al final la desolación y las palabras verdaderas, y llegó a ser de verdad importante.

Porque, si voy a serte sincero, y alguna vez hay que hacerlo, carajo, y dejarse de tantas fórmulas repetidas, y de tanto discurso de ocasión, el resto de la obra de Valente no llega a tocarme de verdad, tengo que hacer un esfuerzo siempre para decirme que es importante y para decírselo a los demás, empieza con la poesía social y escribe poemas muy convencionales en esa corriente, los típicos discursos de denuncia y de indignación tan obligados en aquella época, después descubre la poesía mística, a partir de ‘Material memoria’ y luego en Mandorla y El fulgor y decide que la poesía es conocimiento y no comunicación, pero todo eso lo desarrolla en teorías y en ensayos sobre místicos y sobre cabalistas y sobre culturas orientales, pero no llega a plasmarlo de verdad en sus poemas, por más que me esforzaba no llegaban de verdad a emocionarme, es como cuando te cuentan un chiste y tienen que explicártelo para que te haga gracia, también en Valente ocupa más la explicación que el impacto directo de los poemas, si no supiéramos qué pretendía hacer ni siquiera sentiríamos lo que él pretende que sintamos, se dedicó demasiado a las explicaciones y a las teorizaciones, me habla de la espiritualidad del cuerpo pero yo a duras penas la experimento, me habla de los poderes misteriosos de las letras hebreos, quiere que el cuerpo se convierte en fulgor y a mí me parece meritorio pero solo lo sé de oídas, porque él me lo cuenta, pero el cuerpo de verdad rara vez me revienta ante de los ojos, sí es interesante que se deshaga en fragmentos y defienda lo fragmentario, que no pretenda recoger una totalidad fatua sino pasajeras visiones, porque así se muestra de verdad la vida en la poesía y en la música, también es interesante que después de la poesía como conocimiento me hable de la poesía como desconocimiento siguiendo a místicos medievales, abandonando nuestra pretensión de que conocemos el mundo que nos impide de verdad llegar a él, pero repito, rara vez se me manifiesta, sus poemas en pocas ocasiones me producen emoción.

Me gustan tantos detalles en ese libro, el llamarle fragmentos porque la infinitud sobrepasa toda construcción, la humildad de recoger los trozos que le lleguen


Pero al final, cuando iba a morir, cuando iba por las soledades del cabo de Gata, escribió sus Fragmentos de un libro futuro, y entonces me emociona de verdad, alcanza a tocar desoladamente el mundo, supera las teorías y las explicaciones, se acerca al paisaje desnudo y a lo esencial de su vida con humidad y lucidez, y entonces sí que escribe unos fragmentos escalofriante, llenos de lucidez y misterio, dice: "El río lento, hacia lo lejos, imágenes sin nombre, rostros muertos, y tú, pálida sombra, en la cruel ruina de la memoria, encuentras todavía fundamento",  presiente su muerte y araña por fin la vida: "Al lento sol que baja hacia la tarde/ ceder, abandonarse. Declinación./ El flujo del vivir/ se ha ido deteniendo imperceptible/ como el borde del vuelo o la caricia", recuerda la esencialidad y la honradez poética de Cernuda: "Otros han desaparecido entre las sombras./ Tú no. Tu luz escueta permanece,/ lo mismo que estas flores para siempre", se escapa de los análisis de los académicos y los sesudos profesionales, se zafa de sus frases sin alma hacia un futuro imposible, dice: "La lluvia cae sobre las hojas/ hasta agotar los números del tiempo./ No sabéis cuantos murieron,/ cuántos habéis quedado,/ qué quedará de todo y de la luna/ cuando ya nadie quede de vosotros", señala lo que quedará del poema entre tantos rodeos y palabrerías , me estremece ese verso —"qué quedará de todo y de la luna", pienso con miedo qué quedará de todos nosotros y de todas nuestras vidas divagatorias, me gustan tantos detalles en ese libro, el llamarle fragmentos porque la infinitud sobrepasa toda construcción, la humildad de recoger los trozos que le lleguen, el poner entre paréntesis y en letra pequeña abajo los títulos para que los apreciemos mejor, porque solo se aprecie lo minúsculo y lo fragmentario como él ha descubierto, lo que se esconde silencioso en una esquina de los versos, dice en un poema de amor que casi nos rasca tanto como Quevedo: "Al norte/ de la línea de sombras/ donde todo hace agua/ y el naufragio inminente todavía/ no se ha consumado, ciegamente/ te amo", al borde de la muerte sabe por fin con vértigo lo que siente, dice de manera desolada "de ti no quedan más/ que estos fragmentos rotos./ que alguien los recoja con amor, te deseo, / los tenga junto a sí y no los deje/ realmente morir en esta noche/ donde todavía palpitas", sí, al borde de la muerte, en el silencio del cabo de Gata, Valente encontró por fin lo que había estado buscando durante toda su vida, a través de los libros convencionales y las teorías y las polémicas, los restos mondados de sí mismo, los fragmentos de un libro futuro que nunca vendrá, pero que dejó por anticipado lo mejor de sí mismo.

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