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Sí, Walt Whitman, tú tenías razón

"Tenías razón en crear el mito de América como algo original, como el empezar de nuevo, el romper todos los prejuicios, el pasado, las clases, en imaginar América como la tierra de la libertad y las oportunidades, la tierra sin ligaduras, era solo un mito, era un sueño, pero tú tenías razón en cantarlo"

Walt Whitman. EP
photo_camera Walt Whitman. EP

CLARO QUE SÍ, Whitman, tenías razón, me alegro de que cumplas doscientos años en esta tierra, tenías razón cuando publicaste en 1855 Hojas de hierba, cuando proclamaste que la humilde hierba podía ser algo prodigioso y entusiasta, cuando cantaste a todos los seres vivos llenos de grandeza, cuando dijiste como William Blake que cada tallo de hierba era tan mágico como los grandes paisajes, cuando te preguntó un niño ¿qué es la hierba? y tú no sabías que responderle, te quedaste tan pasmado como él, pensaste que la hierba era tu naturaleza, era tu esperanza, tenías razón en cantar a la democracia casi por primera vez, en decir que cada persona humilde sin pretensiones estaba llena de asombro, latía de vitalidad, manifestaba la vida, tenías razón en cantar al país que para ti era la suma de esas vitalidades que latían por todas partes, y decías: «O sospecho que la hierba es ella misma un niño… el recién nacido producto de la vegetación./ Creciendo por igual entre los negros y los blancos,/ canadiense, virginiano, congresista y negro, que a todos me entrego y los acepto por igual», tenías razón en cantarte a ti mismo antes que Henry Miller, en asombrarte contigo mismo, en celebrarte con sinceridad e inocencia genuina, tenías razón en exaltarte a ti mismo aunque nadie sabía todavía quien eras, y no a los grandes hombres poderosos, en cantarte como un vagabundo y a todos los vagabundos, tenías razón en admirarte y respetarte, «divino soy por dentro y fuera y santifico todo lo que toco o me toca; / el aroma de estas axilas es más fino que la plegaria, / esta cabeza vale más que la iglesia, la Biblia o los credos», tenías razón en romper las reglas del verso para expresar la vitalidad sin fronteras ni rigideces, en crear ese verso caudaloso sin rima y sin normas métricas que fluye como el Misissipi o como los vientos de los Apalaches, tenías razón, claro que la tenías.

Tenías razón en crear el mito de América como algo original, como el empezar de nuevo, el romper todos los prejuicios, el pasado, las clases, en imaginar América como la tierra de la libertad y las oportunidades, la tierra sin ligaduras, era solo un mito, era un sueño, pero tú tenías razón en cantarlo, en Salem en una esquina de Nueva Inglaterra ya los puritanos habían torturado a las brujas, ya marcaban con hierro a las que tenían sexo sin matrimonio como cuenta Hawthorne en La letra escarlata, eran más doctrinarios que en Europa, los puritanos huyeron de Europa para buscar libertad, pero en América coartaron ellos mismos la libertad de otros, hasta que un tipo harto se marchó de Masachussets y plantificó en Rodhe Island la libertad religiosa, pero para ti América era el entusiasmo, la energía de todos, la igualdad de oportunidades, tenías razón en soñar eso, en ese entusiasmo, en esa creatividad sin fin, las ciudades crecían con el mismo entusiasmo que la hierba.

El sueño era hermoso, es todavía hermoso, siempre será hermoso, la democracia, la libertad, el entusiasmo

América era crecer y desarrollarse: "Impulso, impulso, impulso,/ siempre el impulso procreador del mundo", luego se vio en Wall Street o en las praderas indias que más que entusiasmo a menudo había fuerza bruta, el toro de Walt Street aparta a todo el que le estorbe, y al final Europa es más libre que América, y hay más integrismo y puritanismo en América, pero era un mito hermoso, y tú tenías razón en cantarlo, Emerson y los trascendentalistas te apoyaron hasta que se asustaron. Hart Crane desarrolló tu mito en El puente, cantó el dinamismo de América, ese mito ya lo había expresado William Blake en su poema América, el sueño era hermoso, es todavía hermoso, siempre será hermoso, la democracia, la libertad, el entusiasmo, Lincoln muriendo por ese sueño, y tú dedicándole ¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! , y que un día un niño tímido se suba arrebatado con esos versos encima de la mesa para que no echen al profesor apasionado en la película El club de los poetas muertos. 

La realidad desplegada como una fantasía inagotable, en América era posible conectar con las estrellas, confiar en uno mismo, emprender cualquier cosa, dejarse llevar por lo divino sin rémoras de la Historia, conectar el arado a una estrella -—como decía Emerson—, el entusiasmo podía derivar en ese fanatismo que describe Flannery O’Connor en sus novelas, la Historia con todas sus variaciones paradójicamente podía enseñarnos la tolerancia, pero tú tenías razón en el mito, el mito siempre tiene razón. 

Ya Wordsworth creyó en lo mismo que tú, vio síntomas de inmortalidad en anécdotas humildes de su infancia, nos habló del "esplendor en la hierba" como después añoramos en una película, rompió el verso, lo hizo fluido y coloquial, lo adaptó a los distintos estados de ánimo, con él la épica se convertía en lírica, luego cantar a América contigo se convertiría en cantar a cada individuo con sus sueños y locuras, mucho después lo haría Jack Kerouac con En la carretera, pero tú proclamaste el sueño más alto que nadie, de la manera más irrefrenable y contagiosa, una vez en Filadelfia yo fui a ver una casa donde vivió Edgar Poe.

Poe tenía otras angustias y otras inquietudes, pero recordé que en Filadelfia se publicó la edición definitiva y no expurgada de Hojas de hierba, tú vivías en Camden al otro lado del río Delaware y controlabas toda la impresión, velabas porque tu sueño se reprodujera fielmente, Camden es ahora la ciudad más insegura y cutre de Estados Unidos, en ella vemos en qué se ha convertido aquel sueño entusiasta, pero los sueños son sueños, y tu sueño era hermoso, cuando estaba en mi pueblo en Galicia me tiraba entre la hierba junto al río Asma en el lugar llamado A Curva, no voy a decir qué otras cosas entusiastas hice tirado entre la hierba, y la profusión de tallos verdes se me mostraba inagotable y prodigiosa, ya era whitmaniano sin saberlo, aquello era un prodigio, era la profusión de mi vida, sí Whitman, siempre tuviste razón, todavía tienes razón, tienen que seguir leyéndote en lugar de mirar como pasmones durante todo el día sus telefoninos, me acuerdo ahora de El mundo de Cristina de Andrew Wyeth, la muchacha paralítica tendida entre la hierba mira la casa lejana y siente entusiasmada la hierba, se siente llena de vida a pesar de su parálisis, y así nos puede pasar a todos, perdemos toda parálisis al leer Hojas de hierba, porque tú, Whitman, tenías razón con el mito, tenías razón con la hierba.

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