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Cadáveres

En la política española se mata muy regular y se entierra aún peor, salvo que seas un muerto vocacional

En España siempre hemos encarado con más alegría y eficacia las matanzas que los enterramientos. Matamos regular, pero enterramos muy mal, unas veces por defecto, por cualquier cuneta, y otras por exceso, en valles anegados de mármoles y cruces. Será, no sé, que los que más matan entierran peor, quizás por falta de tiempo y acumulación de cadáveres, el caso es que nos pasamos el rato entre muertos vivientes.

Santa Compaña. JAVIER LIZÓN (EFE)No se nos da mejor en política: matamos con la misma alegría, pero sepultamos con muy poca gracia. Pues anda que no hemos dado veces garrote con nuestro voto vil a políticos que ahora no nos dejan descansar en paz, por eso tenemos los salones de los parlamentos y las conferencias y las tertulias llenas de voces de ultratumba, como Guerra, o Beiras o Aznar, que es lo mismo que si le abres una cuenta de Instagram a la Santa Compaña.

Por esto que nos pasa me resistía yo a dar por muerto tan fácil a Pablo Casado la noche de las elecciones, porque tenemos una paciencia infinita con algunos cadáveres. Por eso, y porque un tipo al que le han convalidado con tanta facilidad las asignaturas de Derecho, las del máster y las de las primarias, algo tiene que tener, aunque solo sea suerte.

El problema con la muerte es cuando se convierte en algo vocacional, como la presidencia de Nuevas Generaciones. Si alguien se empeña en morirse, es difícil convencerlo y evitarlo, buscará la manera de conseguirlo con el mismo empeño que se pone en depurar enemigos en el partido. Un suicida lo es incluso por encima de sus propios principios. Y Casado, que aún sigue aspirando a esquivar a la muerte electoral y a negarla tres veces, como hicieron Rajoy o Aznar, ha demostrado ser, pese a todo, un suicida político.

El problema con la muerte es cuando se convierte en vocacional, como la presidencia de Nuevas Generaciones

Mucho más que su comparecencia en la noche electoral, cuando formó aquel terrible cortejo fúnebre con Teodoro García Egea y Adolfo Suárez Illana (de profesión, hijo de muerto), me apestó a cadáver el día que salió a enmendarse la plana a sí mismo para proponer el enésimo retorno del PP al centro, el viaje de nunca acabar. En uno de los actos de humillación personal más radicales e impúdicos que se han visto en la política española en décadas, abjuró de todas y cada una de las ideas que llevaba meses defendiendo con convicción vehemente para abrazar la fe de sus mayores, o al menos de los mayores que todavía no había conseguido matar ni enterrar.

Y ahí veo yo el problema. Uno, en un momento de indecisión, de cabreo o de euforia química, puede votar a quien sea, incluso a alguien a quien hace cuatro años no hubieras tocado ni con un puntero láser. Pero es difícil confiar en alguien que no muestra el más mínimo respeto por sí mismo y que ha demostrado que de un día para otro es capaz de renegar de todos sus principios y convicciones, que su palabra no tiene el más mínimo valor. O, dicho de otro modo, que ha demostrado que cualquier principio o convicción nacen y mueren en su propio trasero.

Otros muertos mal enterrados lo supieron disimular mejor, y por eso pudieron resucitar. En el PP, sin ir más lejos, lo consiguieron primero Aznar y luego Rajoy, pero ambos manteniendo sus principales líneas e ideas políticas y personales, líneas a las que al final terminaron por regresar los votantes.

Un milagro que también acaba de protagonizar Pedro Sánchez, subido a aquel «no es no» que pudo presentar al menos como aval de coherencia y respeto a sus principios, sean los que sean. Gracias a ello ha podido regresar sin haberse movido del sitio, una de sus grandes especialidades, limitarse a posar para la foto de catálogo y esperar a que vayan cambiando el pie para que parezca que está haciendo cosas diferentes: "Pedro en un mitin en la sede del PSOE de Cuenca", "Pedro en el Congreso", "Pedro en un debate", "Pedro gobernando"...

Cuando los barones de su partido lo mataron, muy mal, se demostró que el partido no podía completar su resurrección de la mano de alguien como Susana Díaz y aquella chica de cuyo nombre ahora no me acuerdo y que mandó a Ferraz para proclamarse «la única autoridad», porque su abstención para facilitar la investidura de Rajoy suponía la renuncia a todos los principios socialistas. Al final, los militantes acabaron por sepultarlas a ellas y el PSOE vive en el Gobierno.

Por eso creo que todo el mundo tiene claro, salvo él, que Casado está incapacitado para dirigir ese retorno a las esencias del PP que tantas victorias le han dado. Porque cuando le encargaron hacer la necesaria renovación, la hizo con una tabla güija y se rodeo de muertos prematuros. Y porque ahora cualquiera ha podido ver que no es alguien a quien te puedas llevar un domingo a comer a casa de tu madre sin miedo a que te deje en evidencia. Ni a casa de tu madre ni a un mitin de tu pueblo en el que te juegas la alcaldía. No será ahora, porque no hay tiempo, pero a partir del 26 los días que le quedan son una cuenta atrás.

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