Blog | Barra libre

Un relato y dos guantazos

Estamos en época de relatos, que son un nuevo empaquetado chic para lo que toda la vida fue contar la feria según te va
Relator. XESÚS PONTE
photo_camera Relator. XESÚS PONTE

HOY EN DÍA no eres nadie si no tienes un relato. Es lo que se lleva, como los pantalones por encima de los tobillos, pasear a los perros en cochecitos de bebé o las zapatillas con plataformas. Lo han puesto de moda los chicos de moda, Pedro Sánchez y Albert Rivera y Pablo Iglesias y gente así, ociosa, que no tiene otra cosa que hacer que ir inventando tendencias chorras para mantenerse en el candelero. A falta de una ocupación digna, crean relatos.

El relato de ahora es lo que antes se llamaba opinión y a nadie importaba un pito porque todos tenemos una, que es mejor que la de los otros y que, además, es nuestra. Pero ahora lo llaman relato y te lo tratan de vender como algo nuevo y diferente, algo totalmente objetivo y ajeno a sus intereses, cuando la única diferencia es que es más pretencioso y, por lo tanto, más largo y plomizo. Es un nuevo empaquetado chic para lo que toda la vida fue contar la feria según te va, como llamar economía colaborativa a la explotación laboral con fraude fiscal.

Lo bueno del relato, por otra parte, es que todos seguimos teniendo uno. Estos días me ha tocado escuchar un montón, de jueces, de políticos, de analistas, de catedráticos, de gorrillas... Cosas del periodismo de provincias, que es como una navaja suiza pero sin pinchar ni cortar. Es sorprendente como se parecen en el fondo unos relatos a otros.

Me quedo, por supuesto, con el de los gorrillas del Hospital Lucus Augusti, que le han dado un giro dramático e inesperado a lo de la economía colaborativa: no es extorsión al ciudadano, relatan, es el maravilloso efecto multiplicador de la suma de voluntades. "Nosotros no exigimos nada, solo la voluntad. Hay señores que te dan 20 céntimos y otros, si les toca el corazón, pues a lo mejor cinco o seis". Eso es de valorar, no vale cualquiera, hay que tener ciencia para llegarle de esa manera al corazón a una persona que a lo mejor vive con una pequeña pensión y tiene que aparcar allí a las ocho de la mañana de un jueves para unas pruebas en Oncología.

Hay que tener ciencia, pero sobre todo relato. "Hay algunos que sí amenazan a la gente y eso, pero es por desesperación. Si tienes dos hijos pequeños y no tienes nada para darles hoy, ¿cómo te vas a poner?". Normal, no hay manera más rápida de tocar el corazón; si acaso, con un estilete, eso también ablanda mucho las voluntades.

Los relatos de los gorrillas son parecidos a los de los aparcavotos

Lo malo de la gente es que es muy suya, rara, y a lo mejor viene ya con su relato montado de casa y por lo que sea no le sale de la voluntad que le manosee el corazón cualquier desconocido. Y ve venir a un tío, con su ciencia y una vara gruesa, y lo que le sale del corazón es cagarse en su última voluntad y mandarlo a cualquier sitio impensable, como a trabajar, sin ir más lejos. Pero un relato de gorrilla bien construido no se tambalea ante estas situaciones: "Es que hay veces que vienen los señores ya enfadados de casa y lo pagan con nosotros. Y eso no lo toleramos. Si vienes enfadado, nosotros vamos a enfadarte peor y vas a salir perdiendo, porque te vas llevar dos guantazos y te vas a marchar a llorar".

Todo esto es lo normal, puede faltar sitio para aparcar, pero lo que nunca puede faltar es la educación. Lo que sí es más sorprendente es lo terriblemente parecidos que son este relato y el de los aparcavotos Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Nos cuentan estos dos gorrillas que qué más quisieran ellos que tener un trabajo, cualquier cosilla, uno de presidente o de ministro, pero que ahora la vida está muy chunga y vale que está mal pedir el voto, pero que peor es robarlo. Ellos, de hecho, se conformarían con la voluntad, con lo que al ciudadano le salga del corazón votar, pero es que están tan desesperados que se ven obligados a amenazarnos con rajarnos las urnas las veces que sea necesario hasta que votemos como se debe, porque si ni siquiera somos capaces de encontrar sin ayuda un sitio para aparcar, cómo vamos a saber qué gobierno nos conviene.

Ellos no son los culpables de que tengamos este cabreo por tener que volver a votar por cuarta vez, está claro, lo que pasa es que venimos así de casa, porque no nos aguantamos a nosotros mismos, y lo pagamos con ellos, que siempre nos han tratado con respeto. Eso no lo pueden consentir, porque el país y el gobierno y la estabilidad y el ciudadano y todo eso es importante, pero antes que nada está la educación.

Así que acudamos a las urnas el próximo 10 de noviembre con buena cara y la mejor de nuestras voluntades, no sea que cualquier interventor de partido en el colegio electoral nos dé dos guantazos y nos marchemos a llorar con motivo, con el corazón tocado. Eso sí daría para un relato.

Comentarios