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La culpa es de Jaureguizar

También hijos tengo yo, y cuñados, pero no por eso voy a rechazar unas calorías líquidas

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photo_camera Rodrigo Cota en el gimnasio que esta semana no pisó. CEDIDA

La culpa en buena parte es de Santiago Jaureguizar, De casi todo. De lo demás, algo de Ramón Rozas y mucho de Rafa Cabeleira, Resulta que Jaureguizar se presentó a un premio, que nadie le mandó. Pues van y se lo dan, y por encima se lo entregan en Pontevedra. Veamos. Cabeleira propuso que hiciéramos gastar al galardonado la mitad del premio, que Cabeleira siempre está con el empresariado de la hostelería. Así que Jaureguizar nos invita a cenar y aceptamos. Es el jefe de Cultura de El Progreso, una persona a la que no se le puede decir que no a nada. De primero se piden croquetas. Son surtidas en formas, sabores, texturas y colores y cada una de ellas es una bomba calórica sin precedentes en el mundo de la restauración y en todos los demás. También hay unos mejillones que vienen rebozados precisamente con calorías.

Los vegetales son como los árbitros, que nadie los quiere pero sin ellos no hay partido

También hay responsabilidades entre los miembros del jurado que van por ahí dando premios, y ahí tengo que señalar a Alfredo Conde y a Carlos Valle, gente a la que admiro tanto como los odio, que esos premios a mí no me los dan aunque los merezca desde siempre. Me tienen manía. Bien, tras las croquetas y los mejillones nos ponen carne, patatas fritas y nos obligan a regar todo ello con un vino que se llama La motito. Con ese nombre, como usted sabe, no puede haber vino de régimen. Todo se me pone en contra. Rozas se va temprano bajo la excusa de que tiene hijas, como si eso tuviera algo que ver con la hora a la que uno se retira. También hijos tengo yo, y cuñados, pero no por eso voy a rechazar unas calorías líquidas que paga Jaureguizar amablemente sin meterse con nadie.

cotaCabeleira es un mal bicho a quien la dieta de sus amigos le trae sin cuidado. Ya estábamos a punto de la rendición cuando nos encontramos a nuestro rival Christian Casares. Hasta Jaureguizar se había rendido de vuelta al hotel y entre Cabeleira y yo teníamos seis euros: yo ninguno y Cabeleira seis. La noche se daba por terminada, pero Casares nos ofreció una ronda. ¿Le niega usted una invitación al hijo de Carlos Casares? ¡No, señora mía! Se la toma usted y la agradece, así le engorde medio kilo, o tres o cuatro o siete.

Todo esto le parecerán a usted excusas baratas e improvisadas, y tiene toda la razón. Pues sepa, que hay mucha gente lista y vengativa como usted leyendo la prensa, que a pesar de todo lo antedicho he vuelto a adelgazar, al menos otro medio kilo. Y ello a pesar de que también tuve una cena con la presi de la Deputación de Pontevedra, dos o tres o cuatro pinchos, no pisé el gimnasio ni para saludar, fui a un desayuno con la de Ciudadanos, de cañas con los del PP y de cañas con los del BNG. Y le debo un café a los socialistas, que me llamaron y los dejé tirados.

Estuve alimentándome de un rape hermoso, más grande que yo, y de langostinos. Me los trajo un amigo del poderoso sector pesquero patrio. Eso es comida sabrosa y sana, sin procesar, sin conservantes ni azúcares ni porquerías varias. Así comprobé que a poco que uno deje el pan, haga algo de ejercicio y no se exceda más de lo recomendable, se puede ir adelgazando. Esto empieza a gustarme, no así los vegetales. Los productos de la huerta son un enemigo necesario e incómodo del que no se puede prescindir. Los vegetales son como los árbitros, que nadie los quiere pero sin ellos no hay partido. Mi señora insiste en los plátanos y sigue mirándome mal. O me quiere demasiado o me detesta. Se lo pregunté y me dijo que me detesta y que ojalá me muera porque soy una mala cosa repugnante, así que la duda persiste y creo que igual hasta me quiere.

Pues sigo en eso, y adelgazando a pesar de que lo tengo todo en contra. Y sépase que de no ser por Jaureguizar, por Rozas y sobre todo por Cabeleira, esta semanahubiera yo adelgazado quince kilos más, que ya no sólo no me ayudan sino que se confabulan contra mí mientras ríen abiertamente los cabrones.

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