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Vivir con alfileres

Los pingüinos me recuerdan a los soviéticos. Son muy gregarios y necesitan al grupo

VIKTOR ALEKSEYEVICH Zolotaryou no existe, es un personaje de ficción, protagonista de Muerte con pingüino, novela del escritor ucraniano Andrei Kurkov ambientada en los años postsoviéticos, que compré por comprar, a ciegas, leí después por leer, en unas pocas horas, y de la que ahora escribo por escribir, admirado. Nunca había oído hablar de Kurkov, nacido en Leningrado en 1961, aunque ucraniano, con una inaudita facilidad para los idiomas, hasta el punto de manejarse en once, lo que en su momento le permitió trabajar para el KGB y la policía como traductor, cuyo ambiente espurio acabó penetrando en sus novelas.

Viktor lleva una vida sostenida por alfileres, frágil e incierta. Reside en una casa en la que a menudo se va la luz, y sobrelleva su soledad acompañado por un pingüino de nombre Misha. Al parecer, los animales son una constante en las novelas de Kurkov. "Los pingüinos se me impusieron porque me recuerdan fuertemente a los soviéticos. Son animales muy gregarios, con dificultades para sobrevivir aisladamente. Necesitan al grupo, tienen conciencia colectiva. Cada nueva generación marcha por los senderos de la precedente", observó en alguna entrevista, destacando que con la caída de la URSS "el programa por el cual el pueblo soviético vivía colectivamente también desapareció, y cada individuo se vio solo y desorientado". En esa situación se encuentra precisamente Viktor Alekseyevich.

tallón

Él y Misha hace un año que comparten apartamento, desde que el zoo repartió animales hambrientos entre quienes pudieran darles de comer. Viktor pasó por allí y regresó con un pingüino rey, justo en un momento en que su pareja acababa de abandonarlo y él se sentía solo y deprimido. "Pero Misha le había traído su propia soledad y ahora el resultado eran dos soledades complementarias, que daban más la impresión de interdependencia que de amistad", explica el narrador de esta comedia negra, publicada en Blackie Books.

Viktor Alekseyevich pertenece a la clase de personajes a los que la adversidad está a punto de llevarse por delante pero, no se sabe cómo, resisten en pie. Hablamos de un periodista sin trabajo que intenta hacerse escritor a base de relatos breves, escritos con una prosa mediocre, que casi ningún medio acepta publicar. Su vida empieza a cambiar el día que el redactor jefe de un periódico, con menos pinta de hombre de la prensa que de atleta entrado en años, lo convoca a una reunión altamente confidencial en la redacción. "Estamos detrás de un autor de talento para escribir necrológicas, un maestro de la concisión. La idea es que sea algo sucinto, lacónico, ultramoderno", le anuncia. Ese alguien podría ser Viktor. Este, antes de nada, quiere saber si tendría que estar sentado a una mesa a la espera de que se produjeran las muertes, algo que no le apetecería demasiado. "¡No, claro que no! ¡Es mucho más interesante y de mayor responsabilidad! Lo que tendría que hacer es componer a partir de recortes una lista de estelas —así es como llamamos aquí a las necrológicas— que incluya diputados, gánsteres e incluso gente del mundo de la cultura mientras todavía están vivos". El horario y el lugar de trabajo serán cosa de Viktor, que simplemente necesitará un pseudónimo, "por su propio interés más que nada". La petición es poco común, pero el escritor, después de interesarse por el salario, acaba aceptando.

Al principio lidia con la frustración, pues escribe obituarios sin conseguir que se publiquen: las personas a las que están dedicados no acaban de morir. Mal sabe que en el momento que lo hagan comenzarán sus problemas. Entretanto, para aumentar la precariedad de sus días, tiene que hacerse cargo de la hija de seis años de una persona que apenas conoce, y contratar a una niñera que tampoco conoce, y con la que acaba acostándose. Para colmo, el pingüino consigue un trabajo mucho mejor pagado que el suyo, haciendo de extra en algunos entierros, hasta que se le diagnostica un grave problema en el corazón y alguien sugiere un extraño trasplante. Librazo.

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