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Neorrurales

Toda una corriente de opiniones pinta un éxodo generalizado hacia el campo
Maruia

SEÑOR DIRECTOR:

Le Monde proponía el pasado jueves cuarenta libros para soñar el mundo de mañana, ese que se da por supuesto que será diferente, no sabemos el porqué, después de que acabe la pandemia del coronavirus. Fue sentirnos prisioneros en los habitáculos urbanos a los pocos días de iniciarse el confinamiento y saltaron ya las profecías que anunciaban la muerte de las grandes concentraciones urbanas y el masivo éxodo al rural. Mire usted por donde, la pandemia que sufrimos puede acabar con el despoblamiento rural, si nos creemos, que ya es cuestión de fe, los pronósticos que formulan estos videntes, algunos de ellos con cátedra en prestigiosas instituciones académicas.

Sospecho que estamos ante la imperiosa necesidad de hablar de otra cosa que no sea coronavirus, como proponía un cronista en Liberation. Tomamos como terapia un desvío por el campo primaveral entre flores y canto de pájaros, aunque todo ello sea para muchos solo posible con la imaginación.

A ver si los bancos empiezan a regalar El horticultor autosuficiente cuando un cliente pida una hipoteca para irse al rural.

Utopía pastoril

No seré yo quien le diga que no se sitúe con humor, retranca y escepticismo, o incredulidad si prefiere, ante esta tómbola de cambios que se pronostican tras el coronavirus, alguno tan bucólico como el masivo abandono de la ciudad. Si hubiese de elegir entre la propuesta de Le Monde, que incluía títulos que en su lectura acaban con el insomnio, y las profecías que dan por hecho el llenado de las aldeas y pueblos vacíos, no le quepa a usted la menor duda de que me inclino por los cuarenta libros e imaginar el futuro. Soñar es más placentero que pisar el suelo del gallinero un día de calor. Y le aseguro que, probablemente como usted, confirmo el sueño que Manu Leguineche situaba en todo periodista, dejar el olor del periódico en la madrugada por el de una granja en el campo. Pero es difícil superar la dependencia de la droga que supone participar en la creación de un mundo en letra impresa e irse, aunque sea con Juan Ramón bajo el brazo, a la tristeza dulce del campo/cuando la tarde viene cayendo/ de las praderas segadas/ llega un suave olor a heno. Ni así.

Si ese éxodo se hiciese realidad estaríamos ante un objetivo cumplido para los políticos de derecha, izquierda y alternativos. Supongo que también sería un logro para quienes encuentran la explicación y el origen de todos los males en el capitalismo, el liberalismo y el consumo. Ya se sabe que la humanidad abandonó el paraíso original cuando llegó la máquina de vapor y todos los males que vinieron después en forma de industria o computadora. Aceleraron la historia y aceleraron nuestras vidas.

Probablemente estemos ante la imperiosa necesidad de hablar de otra cosa que no sea coronavirus

Regreso a los políticos. Disparan a ciegas con soluciones para fijar población en el rural, que riegan con subvenciones millonarias, que se han demostrado inútiles para ese objetivo. Incluso no hacen rentable, según dicen, la producción de leche en el agro gallego. El discurso de algunos, y no por la derecha precisamente, es una versión del mito del eterno retorno con la vuelta a una sociedad rural perdida, que imaginan idílica, aunque aquellas aldeas de la autarquía careciesen de casi todo. Algo así como lo que se ve en esos Pazos de Ulloa que repuso ahora TVE.

Estos cantos de vuelta al rural o a la casa con jardín y espacio para cultivo de autoconsumo parecen una versión más del Menosprecio de Corte y alabanza de aldea aunque, como en el caso de Antonio de Guevara, obispo que fue de Mondoñedo, la vida acabará por transcurrir más en la Corte que en la aldea.

Fue, como le decía, sentirse prisioneros en un piso o apartamento durante el confinamiento y saltó el ansia por las viviendas en el campo, un apartamento con amplia terraza, como mínimo, o un chalecito unifamiliar con jardín en el entorno urbano. Algunos contenidos de medios franceses, considerados serios, hace ya más de un mes que aseguraban que las buenas mansiones rurales, châteaux incluidos, subían de precio y que la tendencia de los parisinos es a abandonar la capital e irse a vivir al campo. También lo hizo crónica desde la capital francesa algún corresponsal español.

Visto así y no solo con los parisinos, podríamos entender que los (nuevos) ricos sin referencia de pazo, cortijo, château o finca con mansión descubren con la pandemia la utilidad de un refugio rural. Pero ya habría que leer de una tacada, sin descanso para un té, los cuarenta libros que proponía Le Monde para imaginar al personal en masiva busca y captura de una casa rural nada más abandonar el confinamiento.

Si es que no quedamos para internamiento psiquiátrico, lo lógico será apostar por la fiesta y la pachanga postconfinamiento y a olvidar, como en los felices veinte tras una guerra y una pandemia.

Toda una revolución

Bromas a un lado, parece lógico que se repiense y se cuestione el modelo de gran concentración urbana y la arquitectura que nos apiña en construcciones verticales, como esa torre que quiere en Ourense el singular alcalde Pérez Jácome. Un regreso al campo, porcentualmente significativo, representaría toda una revolución que empezaría por una radical transformación del modelo económico. Y a los estudiosos de la economía y la sociedad les correspondería decirnos si el cambio sería para mejorar o no. Es cierto que el confinamiento muestra una capacidad de cambio en la sociedad que no sospechábamos, pero una renuncia definitiva al estilo de vida urbano y de relación social que llevábamos hasta marzo sería un reseteo general, por no decir un apagado general, con una necesidad: la buena conectividad a la red, que recuerdan todos para que sea posible el teletrabajo y, sobre todo, el cordón umbilical que mantenga la conexión con la sociedad del ocio y el consumo.

Aunque el Financial Times de fin de semana veía la caída de la gran ciudad y un profesor de Sciences Po apunta el declive de la gran metrópoli, por insostenible todo el modelo económico que la acompaña, y nos sitúa como refugiados en el campo, voy a ser escéptico. No sé, señor director, qué nos dirían los historiadores sobre las sociedades en las que la ciudad se descompuso o desapareció ni si los fenómenos de modernización o de mejora económica y cultural no van históricamente ligados a sociedades de primacía urbana. Si no recuerdo mal, el propio concepto de ciudadano, como hombre libre y emancipado, va ligado a la urbe y hasta el de burgués, ni siervo ni señor, es una fenómeno urbano ya en la baja edad media.

La pregunta podría ser si es posible una sociedad terciaria, de servicios, con su población alejada de la concentración urbana. De momento, los profetas del éxodo al rural citan la decisión de Google de aplazar o suspender la construcción de una ciudad tecnológica en la bahía de Toronto, capital financiera de Canadá, un área que en conjunto suma unos ocho millones de habitantes.

Admitamos que hemos descubierto, parece ser, que se puede vivir de forma más humana y con más contacto y respeto a la naturaleza. No suena a nuevo este mensaje, hubo ya décadas atrás sociólogos que pronosticaban la vuelta al rural frente a la tendencia inversa y real, la concentración de la población en las grandes urbes.

De usted, s.s.s.

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