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Oficio de Semana Santa

Las procesiones son un termómetro para los conflictos con la cuestión religiosa en la vida pública

SEÑOR DIRECTOR:

Tragos de ron, ir a oscuras para la cama y echar pestes contra las procesiones forman parte del método educativo que en Madame Bovary tiene el padre de Charles, que será médico y se casará en primeras nupcias con Madame Dubuc, "fea, seca como un matojo de aliaga y con más sarpullido que la primavera". Es una versión de pedagogía a lo bruto para educar un hijo. Ni el objetivo espartano ni los métodos se parecen en nada a los que puso en marcha el padre de Michel de Montaigne, y no es ficción novelesca, para educar al autor de los Ensayos. Lo de pestes contra las procesiones es textual de la preciosa traducción que Carmen Martín Gaite hizo de la novela de Flaubert. Con tal pretexto inicial vamos a las procesiones que no hubo este año

Ni música

En el nacionalcatolicismo durante el Triduo Sacro, los tres días previos a esta jornada pascual de hoy, hasta la música en la radio pasaba a ser únicamente religiosa o clásica. Era un luto nacional sin la menor concesión al componente festivo, que la celebración principal de la Pascua marca en otras sociedades . A partir del mediodía del jueves hasta el sábado había imposición de absoluta parálisis en toda actividad. Nada de movimientos masivos de turismo, como este año con el coronavirus. Era una especie de confinamiento salvo para las procesiones en las calles y liturgias en las iglesias. A los niños se nos prohibía toda expresión de algarabía. No se podía ni silbar. Era el dominio de la sociedad por la religión frente a quienes pensasen en separación de espacios o en la autonomía de la sociedad para autorregularse.

Ilustración

Tampoco salimos algunos de aquella cerrazón echando pestes contra las procesiones. Las procesiones de Semana Santa pasaron a ser desde finales del franquismo, activado el turismo como uno de los principales recursos económicos del país, asunto de interés turístico nacional. Generan negocio. E incluso en algunas ciudades trabajan para que sean declaradas patrimonio cultural inmaterial. Son ya otras las razones para la presencia en las calles de los desfiles procesionales de Semana Santa, con independencia de que primen en muchos de los asistentes sus particulares devociones.

Tampoco, lo confieso, me quedó de aquellas experiencias infantiles interés o curiosidad alguna por esas procesiones de soledad y dolor. Cuestión diferente son las procesiones de una romería popular en el rincón más humilde del país, con unos gaiteros que acompañan con la Marcha del Antiguo Reino, con advertencias de pirotecnia y con la gente vestida con ropa de estreno para la fiesta.

La peste negra

Resulta curioso descubrir ahora en pleno siglo XXI, en el confinamiento por el coronavirus, que la peste negra, con sus grandes mortandades, y los repuntes periódicos que la siguieron, guarda relación con el origen de las procesiones de Semana Santa en España, además de la creación de hermandades y cofradías como reductos o formas de vivir la religión. Eran expresión de penitencia y temor ante la muerte. No cabía la alegría pascual. 

En el recorrido histórico aparece un mayor papel para las procesiones en la acción de la Contrarreforma que abandera la católica España frente a la Europa de Lutero; la Restauración borbónica o con el franquismo la mezcla de poderes, que gráficamente muestra la presencia de Ejército, Guardia Civil y autoridades en los desfiles procesionales. Es la afirmación en la calle de la religión, del poder eclesiástico.

La vinculación en el tiempo con la peste parece que explica, o ahí tiene origen, el dominio de la muerte y el dolor, que incluye los flagelantes públicos, en estas expresiones de devoción en las calles. Una concepción y práctica trágica, y no unamuniana, del catolicismo. Ese lado oscuro en la expresión de la religiosidad alimentó, y alimenta, algunos de los tópicos y realidades que definen, o deforman según las visiones, la imagen de una parte profunda de esta sociedad hispana. Aquí se llegó a gritar no solo vivan las cadenas, también viva la muerte.

Con las procesiones de Semana Santa es posible también un recorrido por la cuestión religiosa y sus conflictos en la historia del país. La confusa mezcla de religión y política que aquí fue ayer todavía, hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo, aparece puntualmente en el proceso reciente de construcción de una sociedad civil: con el Gobierno de Zapatero hubo obispos al frente de manifestaciones en las calles de Madrid. Sin embargo, nos resulta difícil de entender el actual dominio religioso de la política en otras sociedades y con otras confesiones.

Choques

Con la historia de las procesiones vemos los intentos de modernización de este país y encontramos el choque de la modernización con la confesionalidad o las confrontaciones, a veces más que ideológicas, del anticlericalismo con la Iglesia católica. La Ilustración es un punto de arranque; el gobierno de Carlos III, el rey ilustrado, que denuncia los excesos como las autoflagelaciones públicas; la Gloriosa de 1868, que además desacralizó templos, digamos que por exceso de oferta, o la II República, que con Manuel Azaña "cometió dos errores graves, y yo con él —puesto que seguí sirviendo a su Gobierno y, cuando en Madrid, votando con él, apechugo con la responsabilidad—: el de la política religiosa, error que, en cuanto a mí, cometí a sabiendas y por disciplina de partido, y el de la solución de la crisis de diciembre de 1931" (Salvador de Madariaga, marzo de 1935). En 1932 en Sevilla solo salió a la calle una procesión de Semana Santa y acabó con graves incidentes con los anarquistas. ¿Quién quería recientemente volver a tocar y prohibir las procesiones en la calle?

Trazar la línea entre religión y política es necesario, pero como señala Michael Walzer, centrándose en Estados Unidos, en una sociedad democrática no se puede esperar que las personas que tienen convicciones religiosas se despojen de ellas al entrar en política (Pensar políticamente. Paidós). Si otras minorías y otros grupos se manifiestan en la calle, se pronuncian e intentan influir, por qué no los religiosos.

Le escribo en un silencio que lo domina todo, dentro y fuera de casa. Este Jueves Santo no ha lucido el sol como correspondería, según el dicho, al Jueves Santo, al Corpus y a la Ascensión. Será el cambio climático o será la ambientación adecuada para el enclaustramiento. Las tres últimas jornadas, hasta este día de Pascua, llovió aquí fina, silenciosa e ininterrumpidamente. Fue una Semana Santa de silencio, aislamiento e introspección. Busqué sin éxito Oficio de Semana Santa, un viejo librito de Xavier Rubert de Ventós. La anterior, la del año pasado, me tocó en un país de estricta tradición protestante y con una sociedad absolutamente secularizada. Por contraste, con las semanas santas de aquí y con la del pasado año en sociedad luterana y sin expresión religiosa actual, queda en el recuerdo la Pascua o Pentecostés descubiertas como celebraciones festivas en las calles de Baviera.
De usted, s.s.s.

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