Blog | Que parezca un accidente

La Champions en el bar

LA CHAMPIONS League es otra cosa. No es como un partido de liga cualquiera. Aunque se trate de una gran liga. Aunque dos clubes rivales se estén disputando a mamporros el campeonato. En la Champions, a diferencia de las ligas nacionales europeas, los estadios son más grandes. El césped es más verde. El balón, que es más redondo, tiene un brillo diferente. Los jugadores son más altos, más fuertes y más guapos. En cada encuentro, los equipos juegan al mismo tiempo ese partido y todos los partidos en los que se han enfrentado con anterioridad. Es una batalla de currículums. Pocas sensaciones más místicas hay que escuchar el número de Copas de Europa que esa noche se suman sobre el campo. Como si todas esas conquistas se estuviesen produciendo a la vez. En ese mismo partido. La diferencia con una liga nacional es que ésta dura una temporada. Comienza y se acaba, y después del verano vuelve a empezar. Pero la Champions League se está jugando siempre. Continuamente. Es una competición de la que sólo se puede hablar en tiempo presente.

Y por eso se merece un esfuerzo. Uno no puede llegar a casa después de trabajar, quitarse los zapatos, abrirse una cerveza de lata, desmoronarse sobre el sofá y poner en la tele un partido de Champions en abierto como quien pone Gran Hermano o Saber y Ganar. Sin sacrificio alguno. Ignorando su prestigio. Despojándola de solemnidad. Como si fuese un programa que ves por casualidad haciendo zapping o, peor aún, "porque no echan otra cosa". Al privarla de su ceremonia, la Champions deja de tener el valor que tiene. No es algo que lleves toda la tarde esperando. Todo el día esperando. Toda la semana esperando. Es sólo algo más que ponen en la tele. No te lo has ganado. Se convierte en una victoria vacía. Insípida. Sin mérito. Parecida a conseguir un empleo por enchufe, ganar una moto en una tómbola o falsificar tu trabajo de fin de máster. Son logros desiertos a los que no les das importancia porque no te han costado esfuerzo alguno.

Solamente se puede ver la Champions en casa cuando es de pago. Cuando tienes que arreglártelas para piratear la señal del partido en internet, probando con numerosos enlaces rotos o páginas falsas que terminan sacándote de tus casillas. Cuando te cuesta lo tuyo seguir el partido en baja resolución, con la imagen congelándose cada dos por tres, perdiéndote los momentos clave del encuentro. Cuando por fin decides comenzar a pagar por ver el fútbol en casa y entonces esa cerveza de lata te sabe mejor, y haces lo posible por llegar antes para no perderte la previa, y te pones ropa cómoda y encargas la cena porque has estado trabajando para eso, para poder pagar la Champions, para poder ver ese partido que llevas toda la tarde y todo el día y toda la semana esperando. Es entonces cuando la competición recupera su importancia. Ya no es un contenido televisivo más en un canal cualquiera. Te supone un esfuerzo y por eso quieres disfrutar de tu premio. Y el estadio te parece más grande, el césped más verde, el balón más redondo y los jugadores más altos, más fuertes y más guapos. Solamente cuando es de pago, cuando no es gratis e intrascendente, merece realmente la pena.

Y si no, si la ponen en abierto, siempre puedes hacer un sacrificio y bajar a ver la Champions en el bar. Mejor que en ningún otro sitio. Dónde va a parar.

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