Blog | Que parezca un accidente

Los mejores conductores del mundo

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QUÉ AFORTUNADO me siento cuando tengo el privilegio de compartir calzada con un conductor de primer nivel. Cuando voy conduciendo tranquilamente, de forma sensata, procurando contribuir al buen funcionamiento de la circulación, y de repente un conductor mucho más listo y hábil que el resto nos da a todos una lección de astucia y destreza al volante. Confieso que en esas situaciones incluso me ruborizo un poco y experimento cierta envidia. "Qué bien conduce y qué inteligente debe de ser", exclamo para mis adentros mientras reconozco mi evidente inferioridad.

Suele ser una jugada impecable. Propia de un artesano del pilotaje. A veces consiste en detener su coche al lado del tuyo en el semáforo y, mientras tú ocupas tus pensamientos en asuntos poco adultos, como ordenar mentalmente las gestiones que tienes pendientes para esa mañana o analizar la información que estás escuchando en la radio, él se prepara para meter la primera marcha y arrancar mucho antes que tú, incluso unos segundos antes de que el semáforo se ponga en verde, adelantándose así a toda la fila de coches que había en el otro carril y ganando de ese modo unas seis o siete posiciones, lo que demuestra su asombrosa sagacidad y su gran capacidad de anticipación.

Nos hacen la jugada y no sabemos ni cómo la han hecho

Otras veces la operación consiste en aprovechar carriles de incorporación para adelantar. O en incorporarse de pronto a la circulación desde el lugar en el que estaba detenido, obligándote a ti a frenar. O en acelerar súbitamente y pasarte a toda velocidad por el interior de la rotonda llegando incluso a cruzarse delante de ti si tu intención era seguir girando. Son todas ellas maniobras perspicaces y brillantes que a los demás jamás se nos habrían ocurrido. No es que el resto de conductores elijamos circular de forma ordenada por el bien de todos los que integramos el tráfico. Es que nuestra cabeza no nos da para diseñar y ejecutar movimientos tácticos de naturaleza tan compleja. Nos hacen la jugada y ni siquiera sabemos cómo nos la han hecho ni sabríamos repetirla. Es fascinante.

Y de ahí nuestra admiración hacia esos conductores. De ahí nuestra envidia. Porque a ellos se les ocurren formas de ir rápido que nosotros ni alcanzamos a imaginar. Por supuesto, tú eres consciente de que a veces te ponen en peligro. Sabes que han pasado demasiado cerca en ese adelantamiento arriesgado. O que podías haber reaccionado de otra forma en la rotonda y haber impactado lateralmente contra ellos. Pero comprendes que los grandes conductores como ellos, los que han sido bendecidos con un don semejante, no pueden prestar atención a esa clase de detalles. Ellos son genios. Artistas de la conducción. Deben ejecutar sus movimientos sin detenerse a evaluar hasta qué punto hacen peligrar la integridad física de quienes se han atrevido a circular por el asfalto al mismo tiempo que ellos. Sólo faltaría.

A veces pienso que, de no ser por lo afortunados que somos los demás, ya que podemos admirar sus maniobras sin intervenir, algún bobo hasta podría sentirse tentado a devolverles la artimaña. A acelerar e interceptarlos y ponerlos a ellos en peligro para variar. Pero sería una idea terrible porque, de comportarnos todos así, de ir por ahí aprovechando el interior de las rotondas para adelantar o convirtiendo los semáforos en rojo en líneas de salida, el tráfico sería caótico y las calles se convertirían en un lugar muy peligroso para todo el mundo. Por suerte, los demás conductores ni siquiera sabríamos por dónde empezar. La razón por la que respetamos las reglas de circulación y las recomendaciones sobre seguridad vial no es el civismo, sino nuestra incapacidad para ver la conducción de una forma tan clara como la ven esos otros conductores magníficos. No distinguimos las oportunidades para adelantar. No sabemos aprovechar los huecos entre vehículos, por diminutos que sean. Somos mucho menos despiertos que esos conductores tan hábiles y tan listos. Al fin y al cabo, acelerar antes que el tipo que tienes parado al lado para colocarte delante de él no es algo que se le ocurra a cualquiera.

Por eso cuando vemos a uno de estos fantásticos conductores en acción, adelantándonos en un punto de escasa visibilidad, por ejemplo, obligándonos a desplazarnos hacia el arcén, solamente podemos pensar: "Madre mía, qué puto crack, ojalá me pareciese a él y condujese así de bien y fuese tan listo. Por ser tan tonto, no he ganado una posición y voy a llegar cinco o seis segundos más tarde a mi destino". Es una verdadera lástima cuando, algunas calles más allá, ves a alguno de ellos llamando a una grúa porque ha estampado su coche contra algún muro. Pero ese es el precio de ser uno de los mejores conductores del mundo. Ustedes sabrán de qué hablo: hay varios centenares de ellos en cada ciudad.

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