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Anne Carson, la de los pies ligeros

Es poeta, es traductora, es ensayista, es especialista en la Grecia antigua. O nada de eso exactamente o todo a la vez; no confundido, sino movido de su lugar común. Lo que da a sus libros tiene que ver con el modo el que camina, más que sobre el suelo, sobre el pensamiento. Vaso Roto ha editado dos de sus obras este año que acaba.

Anne Carson
photo_camera Anne Carson

SE SABE alguna cosa porque alguien pudo comprobarlo y lo escribió. En este caso, se trata de Sam Anderson, periodista del New York Times, que, en 2014 escribió —no sin dificultades— para su periódico, un perfil de ella. Gracias a ese perfil, se sabe lo siguiente: Anne Carson camina rápido. Este dato puede no tener ninguna importancia; no ser, en absoluto, significativo, sobre todo teniendo en cuenta que Anderson dice mucho más que eso. Sin embargo, de ahí, del hecho casi banal de que Anne Carson camina rápido, va a partir esta historia. O este ensayo. O este corrimiento de tierras dentro del lenguaje que no convendría definir por peligro real de desaparición. Si, al final, todo ha sido un sueño, seamos capaces de quedarnos con la información.

Yendo al asunto. Se podría, entonces, suponer que, si Anne Carson camina rápido es que tiene prisa o que tiene un objetivo, una meta a la que llegar. No obstante, si su deseo es coronar alguna cima, la rapidez en la ejecución pudiera resultar fatal. Parece que le llevó casi once años completar su libro Red Doc > —no publicado en España—. En el transcurso de ese tiempo, claro, hizo otras cosas. Ganó prestigiosos premios de literatura, tradujo clásicos griegos, enseñó escritura creativa como profesora invitada en varias universidades estadounidenses, más, lo que hace para ganarse la vida, que es dar clase de griego antiguo. De hecho, este último detalle es todo lo que ella aporta sobre su biografía para que se imprima en las solapas de sus libros. Y que nació en Canadá. Quizás esto sea algo que se pueda atribuir a alguien que verdaderamente tiene prisa. Si es así, ¿prisa, por qué?

Sabemos, por otra parte, que es poeta. No sabemos lo que vino primero: la celeridad en el andar o la poesía, pero sí que son dos conceptos que van unidos. Para decirlo de otro modo, si tenemos que escribir algo sobre Anne Carson,  hay dos cualidades que no deberíamos dejar fuera y que son —en principio, indistintamente— su condición de poeta y su condición de ser que persigue algo con premura. O viceversa. Si no fuera porque Homero ya designó ese epíteto para Aquiles, sería casi pertinente llamar a Carson «la de los pies ligeros».

No se escapa, llegados a este punto, que existe una suposición de búsqueda interior por parte de ella y que es, precisamente ese afán, el que precipita su marcha peculiar.
[No hay duda de que soy alguien que muere de hambre. No hay dudas de que emprendí este viaje para descubrir cuál es ese apetito].

En 1995 hizo el Camino de Santiago. Llegó a Finisterre y escribió un libro que Vaso Roto editó en junio de este año, titulado: Tipos de agua. El Camino de Santiago. Ella lo subtituló en el original: Un ensayo en el Camino a Compostela. Que no es un ensayo al uso, que es más un diario o pequeñas crónicas o, tal vez, pequeñas y profundas cartas. No se dispone de datos para afirmar que el tránsito ágil procede de ahí. Como tampoco los hay para afirmar lo contrario. 
[Si la prosa es una casa, la poesía es alguien en llamas corriendo a través de ella.]

Anne Carson ralentiza su carrera ardiente en el momento en que mira a través de una ventana de la prosa

Deducimos, pues, que Anne Carson, que es poeta pero no sólo poeta, ralentiza su carrera ardiente en el momento en que mira a través de una ventana de la prosa y ve algo nuevo. Si volvemos otra vez a Anderson, constatamos que ella posee una casa en Michigan, de Frank Lloyd Wright —arquitecto clave del siglo XX—, construida en 1957. Que es una casa que le gusta mucho y que no quiere dejar. Por tanto, esa casa para la prosa y el ser que la habita y que busca, para la poesía. Se obtiene, de esta combinación, un paso característico, un ritmo presto aunque también antiguo, remoto. Porque para acercarse a Anne Carson hay que alejarse de Anne Carson y alejarse del yo que escribe y alejarse de todo lo conocido hasta diluirse o resquebrajarse o disociarse o desaparecer. Al menos desaparecer de la apariencia que duerme con nuestro nombre. Una vez allí, en el sueño de un ser despojado, que es un territorio sin explorar aún, está permitido echarse a andar. Nadie está quieto en un sueño. Nadie espera en un sueño. El movimiento que es arrancado del dormir, errático, disparatado, sorprendente, se convierte en el lenguaje de la poeta.

[No trato de ser rara o de presumir con estos formatos y estos diseños. Es la manera en que funciona mi cabeza. Soy una escritora desordenada. Hay una canasta de cosas que parecen formar una idea. Revuelvo ahí para encontrarla, intento diferentes órdenes y conceptos y después me quedo con uno. No sé lo que realmente pensamos: creo que tenemos conexiones entre pensamientos. Así se mueve la mente. Los pensamientos están ahí, pero los saltos, las conexiones, son el presente. Eso es lo mágico.]

Y así funciona o parece funcionar el universo poético de Anne Carson. Se entiende ahora que si se camina a la par, rozándose los codos en el avance, con un pensamiento que anuda sin pausa las cosas más distantes, a una le entre la prisa, el paso se acelere instintivamente. Su libro más leído, Autobiografía de rojo. Una novela en verso, editado por Pre-Textos en 2016, no es una novela al uso, ni es un poema ensayístico ni una tesis lírica sobre el mito griego de Gerión, un monstruo rojo y con alas, a quien Heracles mata por un penoso tema de robo y venganza, sino que es un pensamiento que entrecruza tiempo y espacio, amor y muerte, verdad y engaño. Y sueño. Que es el lugar donde las cosas pasean libres.

Para atrapar el sueño, es necesario desprenderse. Decrearse. Es el término que Carson emplea para titular un libro que no permite detenerse demasiado. Decreación, editado en 2014 por Vaso Roto, con el subtítulo de Poesía, ensayos, ópera, no es un poema largo ni un ensayo poético ni una libreto operístico. Es un salto de una cosa a la otra que procura acercarse —alejándose— a ese término acuñado por Simone Weil.
[Decreación: Deshacer a la criatura que hay en nosotros.]

En caso de Weil para alcanzar a Dios, en Anne Carson para alcanzar lo sublime de la poesía. Lo sublime no debe de andar cerca. Apresurarse parece ser una decisión existencial inteligente.

[Toda actividad humana está marcada por un deseo insatisfecho que es carencia, lejanía, nostalgia.]

Sabemos que tenía un hermano que se llamaba Michael. Sabemos que murió en Copenhague en el año 2000. Sabemos que hubo una llamada. No lo sabemos, pero podemos imaginar, el avance apremiante hacia el teléfono. Sabemos que era su viuda, dando la noticia. Sabemos que hubo un libro titulado Nox, publicado por Vaso Roto, en el que no hay, al uso, una despedida del ser, sino un vagabundear del pensamiento y, no lo sabemos, pero lo intuimos, que lo que se lee tan rápido, tan triste, tan bien, a la poeta de los pies ligeros le costó escribirlo un mundo interminable de pensamientos rotos o disueltos en otros o ahogados en otros.

[La realidad es un sonido, debes sintonizar su frecuencia de onda no sólo seguir gritando.]

Anne Carson se mueve rápido y su deseo no es ni conmoverte ni entristecerte ni alegrarte ni sorprenderte

No sólo seguir gritando. Sino seguir caminando. Para escuchar nítidamente ese sonido hay que moverse. Anne Carson se mueve rápido y su deseo no es ni conmoverte ni entristecerte ni alegrarte ni sorprenderte. Su deseo es contagiarte el movimiento para que no sólo no puedas sino para que sientas que no debas estar en reposo. Como en suspenso.

La mitología de la Grecia clásica adquiere otra dimensión a través del yo carsiano que se va desprendiendo de su ser mientras avanza. Le interesa la etimología de las palabras —aquel origen— y su estudio es nuestro estudio. Todo parte de y todo llega a. Entretanto, se mueve. Y lo hace rápido, según afirma Sam Anderson, el periodista que la vio un día en Nueva York, junto a su esposo Robert Currie.

[Todos cargamos el instinto primario de quedarnos quietos y no hacer nada en todo el día —de ahí la invención del televisor—. No se conformen con eso.]

No sabemos mucho, pero sabemos que a Robert Currie, que es artista, su mujer, que no es poeta, ni es ensayista, ni es traductora, ni es novelista, ni es profesora, lo llama por el apellido.

Currie, al parecer, camina lento. Esto puede significar dos cosas: que no tiene tanta prisa como ella o que no hay nadie, ni siquiera él, que pueda seguir su ritmo.

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