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Ian se quedó en Manchester

Tras cumplirse 40 años de la muerte de Ian Curtis, el cantante de Joy Division, recuperamos el testimonio ficticio de un falso testigo de aquellos fines de los 70 del pasado siglo, en la ciudad fantasma de Manchester, cuna de acordes chirriantes que reclamaban su parte de futuro. El resto es verdad.

EL FINAL DE esta historia el tipo muere. Lo digo ahora porque nunca me gustaron las sorpresas de último momento, cuando ya no te da tiempo a arreglar nada. Empiezas leyendo una cosa y acabas con un cadáver en tu casa, que no te deja dormir. Sí, nací en Salford, que era peor que ser de Macclesfield, aunque, en realidad, todo Manchester estaba contaminado por una especie de culpa. Eso que se queda dentro de las personas cuando heredan el orgullo perdido de las generaciones anteriores, quiero decir, que Manchester, ya sabes, fue la primera ciudad industrial del mundo y todo lo demás iba detrás de ella ¿me comprendes? Y, de pronto, cuando te toca vivir a ti, estás en el medio de la nada, jugando entre ruinas, respirando esas cenizas. Ya tienes el fracaso dentro y creces sintiendo que lo verdaderamente bueno está en otra parte, que donde tú vives es el fin del mundo.

Ian era de Macclesfield, allí el paisaje cambiaba un poco porque había zonas verdes, eran otras vistas, no solo fábricas abandonadas y nuestras casas ahí, en esa desolación. De todos modos, tampoco aquello llevaba a ninguna parte. No, no puedo decir que fuera mi amigo, pero, ya sabes, nos conocíamos, y a mí Ian me parecía un ejemplo a seguir. Coincidíamos en clubes, que solían ser edificios ruinosos, a los que íbamos todos los que no queríamos ser de allí. Era nuestra manera de rebelarnos.

Sé que Bernard Summer y Peter Hook estaban buscando un cantante para formar una banda. Lo sé porque yo respondí a ese anuncio que pusieron, pero bueno, lo mío no salió bien. También me presenté al de batería, pero eligieron a Stephen Morris. Creo que a Ian lo aceptaron porque tenía esa cosa, como algo que te atraía antes de saber qué clase de persona era. Se mostraba siempre muy amable, parecía alguien de quien te podías fiar y, a la vez, te chocaban detalles, iba con aquella cazadora con las letras H. A. T. E. (O. D. I. O.) en la espalda. Parecía muy seguro de lo que hacía, y eso, a los demás, nos atraía mucho, porque todos estábamos como perdidos, como si nos hubieran soltado en el mismo espacio sin habernos enseñado qué venía después. Pero Ian, no sé cómo explicarlo, Ian parecía otra cosa.

Un día Shirley me contó que se despegaba las letras O.D.I.O. de su cazadora cada vez que entraba en aquel trabajo

Warsaw se llamaba la banda. Y, tengo que decirlo, al principio sonaban mal. Era punk rock, sí, pero en malo, como la copia basura de los Sex Pistols o algo así. Supongo que estaban buscando su propio sonido ¿no? Sé que Ian escribía por las noches de un modo un tanto compulsivo, tenía ese montón de papeles llenos de letras o pensamientos o canciones o vete a saber qué. Conozco estas historias porque mi novia de entonces, Shirley, conocía a Debbie, la mujer de Ian. Y Debbie se lo contaba a ella y ella a mí. Me enteré de más cosas por ese mismo método. Ian y Debbie se habían casado muy jóvenes y él trabajaba en una oficina estatal y se ocupaba de encontrar trabajo para la gente con discapacidad. Un día Shirley me contó que se despegaba las letras H.A.T.E. de su cazadora cada vez que entraba en aquel trabajo. Y que, al salir, se las volvía a poner.  Aquello me pareció tierno. A veces parecía desvalido, aunque, por otro lado, era el único en esa banda que parecía saber lo que quería.

El nombre de Joy Division lo puso él. Provenía de esos libros, estaba bastante obsesionado con las historias de los nazis, el sufrimiento humano, ya sabes. Todo muy oscuro. También leía a Borroughs, a Ballard, a Kafka, cosas así. Lo de Joy Division está relacionado con un prostíbulo al que iban los alemanes… esas cosas. Sé que hubo una cierta preocupación por la posible asociación con el fascismo, pero al final fue más una moda pasajera. Estaba aquel tipo, Tony Wilson, de Granada TV, que presentaba un programa musical y fue quien los sacó en televisión por primera vez cantando Shadowplay. Fue en el 78, en septiembre, creo. Tocaban en clubes punk, The Electric Circus. ¿Te acuerdas?, Kelly’s, sitios así. Luego vino The Factory, aquella sala mítica, por la que pasarían todas las bandas de Manchester. Y el sello discográfico Factory Records, de Tony Wilson, en el que también participaban Rob Greeton, el representante de Joy Division, y Martin Hannet, el productor, que contribuyó a crear el sonido característico del grupo. También estaba Peter Saville, el diseñador de portadas de sus discos. Estaba toda esa gente, y bueno, aquello empezó a convertirse en algo mucho más grande, en algo, ya sabes, mucho más incontrolable.

No sé si había una relación profunda entre la habitación en la que escribía Ian, toda azul, paredes azules, cortinas azules, alfombra azul, sofá azul, ¿te imaginas?, con la manera esa rarísima de moverse en el escenario, algo espasmódico, como alucinado ¿no crees? Pero lo cierto es que ibas a un concierto suyo, lo veías así, transfigurado, y no podías apartar la vista. Esa música se te metía dentro, no sé, como si te inyectaran algo. Encontrabas, de pronto, un sentido. No es que eso te fuera a salvar la vida pero el caso es que te dejaba clavado allí. Era adictivo. ¿Sabes lo que quiero decir?

Era belga y como sofisticada para Manchester. Ian se enamoró de ella, se la llevaba a las giras y dejaba a Debbie, su mujer, y a su hija Natalie, en casa

Luego vino lo de Annik. ¿Annik Honoré se llamaba? Creo que sí. Era belga y como sofisticada para Manchester, no sé si me entiendes. Ian se enamoró de ella, se la llevaba a las giras y dejaba a Debbie, su mujer, y a su hija Natalie, en casa, esperando. A esas alturas ya les iba bien, ya eran bastante famosos ¿sabes? Habían sacado un disco, Unknown pleasures y tocaban en Londres y por Europa. En esos viajes —esto lo sé por Shirley— no llevaban a sus parejas, era como una norma, pero Annik estaba siempre con ellos. Era la única que podía. El resto del grupo la toleraba porque resultaba difícil remar en sentido contrario a Ian. Pero sí que fue un problema enorme. Y para colmo, estaba lo de la epilepsia que se le manifestó volviendo de Londres. En el hospital le dieron el diagnóstico junto con un montón de medicamentos e infinitos efectos secundarios. Esos tratamientos antes eran así, como de ir probando. Y era verdad que el tipo tenía algo que nadie llegaba nunca a tocar, una especie de mundo interior en el que nadie entraba, pero claro, aquello era demasiado, todo empezó a ser demasiado.

El resto del grupo veía que algo andaba mal en él, pero, yo qué sé, eran muy jóvenes, todos lo éramos. Ian tenía 22 años, era un líder carismático, bailaba raro, pero resultaba hipnótico. Parecía que algo acababa en él tras cada concierto, como si se le muriera algo, no sé si me explico. Después dijeron mucho eso de que era un poeta. Pues seguramente. Aunque yo no entienda nada de poesía, podía sentir que aquella música era especial. Y aquellas letras. Había mucha presión. Era como si llevara sobre sus hombros una pesadez extraña. Joy Division, los conciertos, las canciones, los viajes, la imagen pública, ya sabes. Y después todo lo personal, lo del amor por partida doble, lo de los ataques. Cada vez tenía más ataques y más violentos. Y en medio de los conciertos. No sé, pero eso tuvo que dar miedo ¿no crees?

Es curioso, pero pienso que cuanto más se le abría el mundo, más acorralado se sentía. Grabaron otro álbum, Closer, que sería el último. Con unas letras imponentes, oscuras, oscuras. Y el single que daría la vuelta al mundo Love will tear us apart (El amor nos destrozará) y que convertiría a Ian en el icono pop por excelencia. Recuerdo que fue en el 80, en abril, cuando intentó suicidarse. Antes hubo un confuso episodio con un cuchillo de cocina. Aunque con la sobredosis deberían haber saltado las alarmas. Pero el espectáculo debe continuar ¿no? Faltaba un día para volar a Estados Unidos. Todo un éxito para ser de Macclesfield ¿no te parece?

Fue Debbie quien encontró a Ian ahorcado en la cocina. Después hubo algún conflicto con el tema del funeral, por si se presentaba Annik, pero se ve que lo arreglaron. Debbie escribió un libro, Touching from a distance y contó su versión de la historia. Los demás siguieron con sus vidas, por ahí fuera. Ian no, claro, Ian, al final, se quedó en Manchester para siempre.

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