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Reventar el acto

Rebecca Solnit remueve las aguas cada vez que escribe y lo cuenta de tal modo que nos hace ver que ya eran turbulentas antes de su pluma. Sus textos puntualizan, amplían perspectiva y expanden conocimiento. Esta escritora, periodista e historiadora norteamericana, de voz libre y esperanzada, está presente en todos los debates del siglo XXI

AQUEL DÍA, en aquella sala, comprendí y me indignó mi inexistencia, lo que por lo demás quedó tan solo en una inquietante angustia interior. Sin embargo, permanecía callada; contribuir a la idea de las mujeres como personas cargantes, locas, iracundas, entrometidas e ineptas no serviría de mucho".

En aquella sala había una exposición de fotografías de Allen Ginsberg quien, junto con Kerouac y Burroughs, formaría, allá por los años 50 del siglo pasado, la famosa Generación Beat. La indignada, angustiada y silenciosa joven, la dueña de la mirada, deseó, en aquel instante, acabar de una vez por todas con la invisibilidad de las mujeres: "Se apoderó de mí la intensa necesidad de reventar el acto". Pero no lo hizo. Allí. Ni lo hizo exactamente así.

Lyon Street era, y continúa siendo, una larga y empinada calle de San Francisco, perteneciente al barrio de Pacific Heights que, a principios de los ochenta, comenzaba a experimentar un lento, apenas imperceptible en sus primeros movimientos, pero imparable e inexorable en los siguientes, proceso de gentrificación. Un día concreto, en el albor de la década, una chica de 19 años se apeó del autobús, con la intención de alquilar un apartamento. Recorrió unos metros de esa calle hasta llegar al edificio. Vio el espacio, la luz, la posibilidad, y se quedó. Se llamaba Rebecca. Rebecca Solnit. Y durante los años que allí vivió, aprendió a existir. Era un barrio negro, aquel. Un barrio cuyos habitantes contaban sus historias que integraban otra historia más grande relacionada con el abandono forzoso de un lugar, con llevar desde entonces el pasado a cuestas.

La sombra del ayer que cargaba Rebecca Solnit hablaba de un entorno familiar violento, con un padre abusador, una madre sometida a los arbitrios del hombre y una hija también expuesta, vulnerable y víctima. A los 17 años decidió romper el engranaje cultural que hacía desaparecer a las mujeres, esa máquina funcionando a ritmo constante, cuyo motor era la norma aparentemente inamovible del patriarcado, y se fue de casa. Se las arreglaba para salir adelante trabajando en lo que encontraba, comprando en tiendas de segunda mano y apurando sus estudios en la universidad estatal de San Francisco. Dice que desde que aprendió a leer quiso ser escritora. Y dice que convertirse en escritora resultó un proceso difícil imbricado siempre con la dificultad de ser una persona con derechos y con voz.

Deambular, desde un principio, fue para ella, motivo de dicha y oportunidad para educar la mirada

Unos dos distritos al sur de Lyon Street, se erigía, y sigue haciéndolo, Castro, el icónico barrio gay de Harvey Milk, una comunidad activa, reivindicativa, culta y festiva, que proporcionó a la chica nerviosa, tímida e insegura, no solo parte del mobiliario usado de su nueva casa, sino más contexto, más relato, más mundo en el que pensar y al que comprender. Deambular, desde un principio, fue para ella, motivo de dicha y oportunidad para educar la mirada. Las consecuencias de esas incipientes caminatas serían dos libros futuros: Wanderlust. Una historia del caminar, y El arte de perderse, ambos editados por Capitán Swing, cuyos argumentos se relacionan con la capacidad de salir del entorno conocido para enfrentarse a lo aún increado de la historia propia.

Rebecca Solnit recuerda con detalle las ocasiones en las que sintió miedo e indefensión. En el autobús, en las calles, en la misma casa, donde los tabiques no aportaban la suficiente confianza para una mujer joven, sola, todavía en busca de significados. Y también recuerda que todo eso era mejor que su antiguo hogar, que no fue hogar nunca. Leía sin parar, gracias, en sus primeros años, a una tía suya que sentía pasión por los libros y que, con cada uno, le abría un mundo que ella atravesaba con avidez. Pero: "Hay algo asombroso en la lectura, en esa suspensión del tiempo y el lugar propios para viajar al de otras personas. Es una forma de desaparecer de donde estamos… Sin embargo… vivir a través de los libros era inexistencia, así como muchas otras existencias, mentes y sueños que habitar y maneras de ensanchar la existencia imaginativa e imaginaria". Vivir en el interior de los libros no solucionaba el miedo de una mujer cuando tenía que vivir fuera de ellos. 

Tras su graduación, solicitó el ingreso en la Escuela de Posgrado de Periodismo y su silueta comenzó a hacerse visible, tanto para ella como para los demás. Consiguió un trabajo en el Museo de Arte Moderno de San Francisco y allí fue donde se formó en las artes visuales, cuyo estudio e investigación le serviría para su tesis y su primer libro, sin traducción al español: Secret exhibition: six California artists of the Cold War era (Muestra secreta: seis artistas de California en la era de la Guerra Fría).

Hoy no concibe acto ni palabra que no sean políticos. Fue en aquella época, a medida que iba conociendo y sabiendo, en que empezó a combinar escritura con activismo

Poco a poco, se fue alejando del barrio. "Cuando tenía unos 25 años, mi pasión infantil por los espacios naturales regresó con una intensidad renovada". Fue así como comenzó su exploración del oeste norteamericano, un impulso que la llevaría a recorrer tierras a menudo olvidadas por el resto del mundo, con la camioneta comprada gracias a las ganancias de su primera obra. Fue allí donde aprendió a conectar los puntos que acabarían por dibujar, con una nitidez clarividente, no solo su figura, sino también el papel de muchos seres humanos en un mapa y un relato cultural que tiende, una y otra vez, a negar su existencia. Su siguiente libro, tampoco traducido, contaría eso: Savage Dreams: A Journey Into the Landscape Wars of the American West (Sueños salvajes: un viaje por el paisaje de guerra en el Oeste americano).

Adentrarse en nuevos territorios conduciría a Rebecca Solnit a otros gestos, a otras posturas que tendrían su reflejo en textos y en acciones, todo ello relacionado con la construcción de la identidad. Hoy no concibe acto ni palabra que no sean políticos. Fue en aquella época, a medida que iba conociendo y sabiendo, en que empezó a combinar escritura con activismo. Con su hermano menor, activista antinuclear, recorrió lugares y enarboló pancartas, formó parte del movimiento contra la invasión de Irak por EE.UU, se manifestó a favor de los indígenas, cantó y gritó, junto con otras y otros, aquí y allá.

En su último libro, Recuerdos de mi inexistencia, publicado por Lumen, escribió esto: "Volví a casa y reflexioné sobre el valor de los márgenes" Y esto: "Vi cómo la fuerza de la gente de los márgenes modificaba relatos fundamentales”. Entonces creyó firmemente en algo que, a partir de ahí, transmitiría en todos sus escritos, que es la idea de que la cultura es capaz de transformar la política, de que la cultura posee el suficiente impulso para cambiar la dirección hacia la que se encamina el futuro.

Un hombre que no conoce a Rebecca Solnit trata de explicarle a Rebecca Solnit había sido escrito por Rebecca Solnit

Tiempo después de esa observación participante y su reflexión posterior, hubo una cena, y una idea, tras la fructífera conversación, quedó en el aire. A la mañana siguiente redactó de un tirón el ensayo titulado Los hombres me explican cosas, que nació a partir del relato verídico en el que un hombre que no conoce a Rebecca Solnit trata de explicarle a Rebecca Solnit, con la condescendencia típica de un género superior, la importancia de un libro que, casualmente, había sido escrito por Rebecca Solnit. Lo publicó en internet y el impacto fue casi inmediato, se hizo viral. Alguien, en una web, creo un término que dio la vuelta al mundo y que ahora está recogido en el diccionario: mansplaining o machoexplicación. Ese paternalismo.  Más tarde se convertiría en libro y hoy es considerado imprescindible si se quiere entender, de una vez por todas, qué significa ser feminista. Y también qué significa ser mujer y tener miedo. Y ser mujer y no tener credibilidad. Si se quiere entender, de una vez por todas, que en la aparentemente eterna fiesta del patriarcado lo que hay que hacer es reventar el acto. Y ponerse a existir.

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