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La tierra que se habita está llena de historia

Este pasado jueves, Olga Tokarczuk estaba en Alemania. Allí recibió la noticia. Había ganado el Premio Nobel de Literatura, 2018. Su interesante obra, mágica, fascinante, comprometida, casi desconocida en España, tendrá, a partir de ahora, un lugar privilegiado desde donde mirar al mundo
Olga Tokarczuk.AEP
photo_camera Olga Tokarczuk.AEP

LA ÚNICA JUSTICIA para esas mentiras es la muerte". Esta fue la frase que apareció en las redes sociales de Olga Tokarczuk poco después de haber ganado el Nike Award —el más prestigioso premio literario polaco— con la obra Los libros de Jacob. En una entrevista concedida a raíz del galardón, ella dijo lo siguiente: "Nosotros cometimos actos horrendos como colonizadores, como una mayoría nacional que suprimió a la minoría, como esclavistas y como asesinos de judíos". Corría el año 2015. Muchos clamaron por su expulsión de Polonia. En diciembre de ese mismo año, el partido ultraconservador polaco Ley y Justicia (PiS), con su líder, Jaroslav Kaczynski, obtiene una aplastante mayoría absoluta. Términos como Patria, Dios y Familia vuelven a ser los pilares de una Polonia heroica. Las marcas que la historia ha dejado en su suelo están desapareciendo. Es el propio Estado el encargado de borrar la memoria. Los medios de comunicación públicos se han convertido en el instrumento principal de propaganda del gobierno, se ha reformado la enseñanza, el poder judicial ha dejado de ser independiente. El lema. De nuevo, ese lema: Polonia para los polacos.

Hay, sin embargo, una parte de la ciudadanía con un discurso diferente. Gente que resiste. Personas que, aun con todo, indagan en la verdad. Entre ellas, una mujer de apariencia frágil, de mirada atenta, de ademanes poco llamativos pero no por eso menos contundentes. Es la escritora Olga Tokarczuk, que viste ropa de estilo informal, un poco hippie, destinado —o eso podría parecer— a marcar la diferencia.

Han pasado cuatro años desde entonces. Durante ese tiempo ni se ha ido del país ni ha dejado de existir, ni de escribir, ni de expresar sus opiniones en público. Ha ganado, eso sí, otro premio más. El Man Booker Prize, por su novela Bieguni —Vuelos, Flights, en su traducción al inglés—. Pero vayamos al principio.

Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, los nazis se apoderaron de Galitzia —o también, Galicia—, región cuyo territorio se extiende entre las actuales Polonia y Ucrania. Allí habitaban judíos, cuyo número aumentó durante el conflicto, en condición de refugiados. Vivían además polacos, ucranianos y rutenos. La rama paterna de Olga Tokarczuk se sitúa en ese choque, en ese devenir de nacionalidades que se mezclan, se dividen, se encuentran y se pierden bajo regímenes oscuros. Fue una zona donde reinó la muerte. Los abuelos de la escritora —polaco y ucraniana— huyeron de las continuas masacres y se asentaron en la Baja Silesia, una zona situada al suroeste de Polonia, fronterizo con Alemania y la República Checa. No demasiado lejos del actual lugar de residencia de su nieta, no demasiado lejos tampoco del lugar donde nació, una ciudad llamada Sulechów, territorio alemán durante la guerra, que se convirtió en polaco al ser transferido por la Unión Soviética, junto con otros, a la República Popular de Polonia en la famosa Conferencia de Postdam tras la contienda. Este baile de identidades territoriales está impregnado en la escritura de Olga Tokarczuk, al igual que su profunda conciencia y reconocimiento de la historia del país. Indispendable para una democracia que sea real y que dure.

"'Me siento fascinada por el concepto de frontera', diría la autora mucho más tarde"

En 1962, año de su nacimiento, con Gomulka en el poder, había una cierta estabilidad que pronto se vería cortada por grandes protestas obreras. La población de Sulechów no escapaba a la mixtura de nacionalidades. Hubo una minoría alemana que se quedó tras el movimiento de límites. "Me siento fascinada por el concepto de frontera", diría la autora mucho más tarde. Ese embrujo recorre completamente su escritura.

Sus padres eran profesores en una escuela popular y vivían también allí, en el mismo edificio escolar. Ella recuerda su niñez rodeada de libros a los que tenía acceso por ser su padre, además, el bibliotecario del lugar. Durante su adolescencia escribía poesía pero pronto, su mundo, su mirada, comenzó a dirigirse hacia el exterior y sus intereses se ampliaron. Se fue a Varsovia a estudiar Psicología. Allí, por cierto, no escapó del pasado. La historia, allá donde ella se dirigiera, iba con ella. El campus se extendía al lado del Gueto Judío, las edificaciones universitarias se asentaban en antiguos barracones alemanes levantados en época bélica. Mientras se abría una frontera intelectual, el país volvía a cerrarse. Retornaban, de nuevo, tiempos convulsos. La Ley Marcial fue decretada en su época estudiantil, la angustia se instaló de nuevo en las almas del pueblo polaco, que llevan uno, y muchos pueblos, dentro de sí. Entre 1981 y 1983, hubo muertes, encarcelamientos, el sindicato Solidaridad fue prohibido. «Había desesperación en el aire», fue otra de las cosas que ella dijo.

En 1985, Tokarczuk se graduó en la especialidad de Psicología Clínica estudiando así, también los bordes, los pliegues de la mente humana. Se mudó junto a su marido a un pueblecito cerca de Wroclaw. Trabajó en una institución para jóvenes con adicciones, se hizo terapeuta. Después comentaría, jocosamente: "Soy demasiado neurótica para ser terapeuta". Se fue a Londres una corta temporada. Allí leyó, leyó, leyó. Sobre todo teoría feminista, de acceso imposible en Polonia. Regresó, tuvo un hijo, y la pulsión de la escritura comenzó a manifestarse en ella como algo que brotaba naturalmente y que tenía conexión con la exploración psicológica. "Aprender a escuchar", afirma muchas veces que esa es la mayor enseñanza de su etapa como terapeuta. Y cuando se escucha – que es casi lo mismo que decir, cuando se mira – se despliegan ante ella y ante todos realidades diferentes y múltiples. Esa conciencia de las particularidades que conforman el todo, sus variadas maneras de existir, es el trasunto de su literatura. Y dice: "La literatura es eso, buscar específicos puntos de vista de la realidad".

Su primera novela se publica en 1993 y, entretanto, Lech Walesa, el político de los sueños, inicia su particular decadencia

Ella tiene ya un pasado múltiple, por sus venas corre sangre distinta adscrita a distintos territorios. Tierra negra, tierra roja. Que forman algo en lo que se adentrará más adelante, buscando significados.

Es entonces cuando empieza a escribir y ya no dejará de hacerlo. Su primera novela se publica en 1993 y, entretanto, Lech Walesa, el político de los sueños, inicia su particular decadencia. Lo que fue ilusión llameante de un pueblo dolorido se convirtió en nueva herida. Un año después de su caída, en 1996, Tokarczuk publica el que será su primer gran éxito: Un lugar llamado Antaño, libro nominado al Premio Literario Nike. No lo ganó, pero sí recibió el Premio del Público. En este instante se inicia una relación en permanente crecimiento de la escritora con sus lectores. La fidelidad con la que la siguen, con la que la leen, convirtiendo en best-sellers todos sus libros, es un fenómeno en Polonia que ella misma podría proponer como estudio de caso para su antigua profesión.

Regresa, en 1998, con un libro de cuentos y una novela que, nuevamente, es nominada al Premio Nike: Casa diurna, casa nocturna. Publica ensayos, otra vez relatos que reciben una nominación más. Indaga en las raíces del país, del ser humano. Los mitos, las leyendas, la historia, la filosofía, la naturaleza, el movimiento de los elementos, el caos y ese cierto orden. Todo eso está en su lenguaje y ella lo muestra desde distintos ángulos. "La literatura es eso".

Mientras, Polonia toma una deriva política que hace tambalearse al país. Uno de sus personajes recuerda la situación: "¿De dónde le viene el mal al mundo? ¿Por qué Dios permite el mal si Él es tan bondadoso? ¿Será que Dios no es tan bondadoso?".

Se muda a un valle situado al sudoeste de Polonia, en la Baja Silesia. Cerca de su pasado, más y más cerca de sus historias.

A partir del año 2000, viaja, escribe. Y cuanto más lo hace, más regresa a sus temas, a los pilares de su escritura. En 2008, su novela Biegun es nominada, primero, y ganadora después, del Premio Nike. Diez años más tarde le será otorgado el Man Booker International, por ese libro, que en inglés se tituló Flights. Durante ese intervalo de tiempo, Olga Tokarczuk experimenta con géneros y formas. Publica Sobre los huesos de los muertos y comienza a sufrir de cerca el azote de las críticas virulentas de ciudadanos muy ofendidos por su ecologismo, por su feminismo, por su memoria. Sigue escribiendo y buscando, también, el paisaje en el que vivir. Se muda a un valle situado al sudoeste de Polonia, en la Baja Silesia. Cerca de su pasado, más y más cerca de sus historias.

En 2015 publica Los libros de Jacob, un nuevo remover de tierras con un judío polaco como protagonista de una obra casi de mil páginas. De nuevo, aunque suene extraño, el libro más vendido de su país. Entonces dice: "No hay cultura polaca sin cultura judía". Y el partido que prohíbe la entrada de inmigrantes, que borra de su historia su pasado cruel, que niega los derechos y las diferencias y la constitución, gana las elecciones con mayoría absoluta.

Y ella vuelve a decir: "Todo es político". Y así lo demuestra en su literatura y en su pisar detenido pero nunca estridente por la que tierra que habita.

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