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Los doce trabajos del BNG

Al decálogo pactado por PSOE y Bloque le faltan dos puntos más: cumplimiento y relato
Adriana Lastra y Ana Pontón muestran el acuerdo suscrito este viernes. EFE
photo_camera Adriana Lastra y Ana Pontón muestran el acuerdo suscrito este viernes. EFE

A DOS MESES de cumplir cuatro años al frente del BNG, a la sarriana Ana Pontón hay que reconocerle ciertas virtudes políticas con las que consiguió, en tiempo récord, convertir un partido que heredó hecho trizas en un actor fundamental en la gobernabilidad del país. Es cierto que no todo el mérito es suyo ni todos los males que arrastraba el Bloque llevaban el sello de Xavier Vence, pero es de justicia reconocer que Pontón apostó desde el principio por trazar un plan claro y rodearse de un equipo para ejecutarlo. Son dos aspectos que no abundan en una política moderna marcada por el efectismo y el cortoplacismo.

Aquel partido despedazado hace ocho años en Amio tuvo una durísima travesía por el desierto, política y económica, a la que sobrevivió milagrosamente gracias a disponer de una estructura sólida y a la fe inquebrantable de una militancia que ejerce 24 horas al día los 365 días del año.

Hoy, es el mismo partido al que ahora el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, alaba en su discurso de investidura.

→ El factor suerte

Igual que defiendo el acierto de algunas decisiones de Pontón y su equipo, también reconozco que la cuota de pantalla que se ganó estos días el nacionalismo gallego tras año en el olvido tiene detrás una importante dosis de fortuna, siempre necesaria en ciencias inexactas como la política.

Uno de los primeros objetivos que se marcó el BNG de Pontón fue regresar a las Cortes, pero fracasó. La espiral electoral en la que se metió España, con la sucesiva repetición de comicios, le brindó al Bloque más oportunidades de las que cabría esperar. Y al final, de tanto ir el cántaro a la fuente, Néstor Rego se ganó un asiento en el Congreso de los Diputados.

La otra cuestión fundamental tiene que ver con la aritmética, que a diferencia de la política sí es una ciencia exacta. El cabreo del PRC, el partido cántabro de Revilla, con el PSOE de Sánchez provocó que el voto del Bloque resultase fundamental para la investidura de Sánchez. Así, el nacionalismo gallego pasó de una posible situación de irrelevancia a ser la pieza final que le faltaba al líder socialista para completar el puzzle de su camino a la Moncloa.

→ Un pacto arriesgado

Al final, el contexto, los números y la situación política situaron al Bloque en un lugar privilegiado para afrontar el actual momento político. Y la forma de aprovecharlo fue con un acuerdo con el PSOE para investir a Sánchez basado en diez puntos que el nacionalismo considera irrenunciables dentro de la agenda gallega. Algunos son obvios, como el traspaso de competencias (entre ellas la AP-9) o la defensa del gallego; otros un tanto etéreos, como la igualdad de trato con respecto a Cataluña y Euskadi; y otras directamente ciencia ficción, como tratar de reactivar el ferrocarril de Feve.

Sin embargo, el acuerdo que ahora catapulta la imagen del BNG como partido clave para los gallegos lleva implícita una importante dosis de riesgo para los nacionalistas, que igual que le ocurrió a Hércules en la mitología, no solo tienen por delante las diez tareas pactadas sino dos más: velar porque se cumplan y, si lo logran, convencer a los gallegos de que fue por mérito suyo.

Y es que, si finalmente el Gobierno central aprueba un estatuto electrointensivo que sea capaz de salvar a Alcoa, el BNG intentará apuntarse el tanto apelando a su acuerdo; pero es más fácil pensar en una ministra como la ferrolana Yolanda Díaz apadrinando el éxito de salvar a la industria; o al socialista Gonzalo Caballero fotografiándose en Ferraz con la medalla. Y lo mismo para la AP-9, por ejemplo. Una cosa es lograr algo y otra distinta, rentabilizarlo políticamente.

El Bloque tendrá que lidiar con los sinsabores de esa batalla por el relato, pero también asumir que puede haber algún incumplimiento, porque al fin y al cabo el Gobierno de coalición es un experimento a nivel nacional y, ya de arranque, nace con muchas hipotecas, quizás demasiadas para poder hacer frente a todas. El éxito tiene muchos padrinos y el fracaso, ninguno. Y más en política.

→ La clave autonómica

Lo que ya nadie le puede negar al BNG es el golpe de efecto que ha conseguido en este arranque de 2020. La negociación por la investidura catapulta la imagen del Bloque a las puertas de las elecciones gallegas, un factor fundamental dentro de la competencia electoral que mantiene con el rupturismo gallego, el espacio (hoy un tanto difuminado) donde acabaron buena parte de los que en 2012 dejaron la casa común del nacionalismo gallego. Aunque la izquierda tendrá que ir de la mano después de las autonómicas si quiere desalojar al PPdeG de la Xunta, antes competirá con dureza en busca de la mejor posición para negociar si se abre la posibilidad de un bipartito o un tripartito en la Xunta. Y en esa carrera entre nacionalismo y rupturismo, el Bloque ha jugado a la perfección sus bazas en la primera oportunidad que se le ha presentado para salir con ventaja.

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