Blog | Ciudad de Dios

Cumpleaños

Si para algo me queda tiempo es para replantearme la necesidad de reconocer la derrota

Maruxa2ESTE VIERNES fue mi cumpleaños: cuarenta y dos según el Documento Nacional de Identidad, que se limita a las matemáticas puras; alguno más si atendemos a los avisos que me envían cadera y rodillas a la que rolan los vientos o caen cuatro gotas. Dice mi admirado Enrique Ballester que cuando empezamos a entender de qué va la vida nos quedamos calvos y yo llevo demasiado tiempo escondiendo entradas y coronilla tras un entramado de mechones manipulados que ya no soportan tanto estrés, que se rebelan y abandonan el puesto de trabajo a la mínima oportunidad. "Eres un falso calvo", suele decir Juan Tallón cuando me descubre rectificando el curso natural del pelo en el reflejo de un escaparate, o en el espejo de un ascensor. Creo que ha llegado el momento de reconocerlo.

Llego a la peluquería temprano, a primera hora, que en lenguaje de columnistas y peluqueros nunca es antes de las diez. Es una cita pactada desde la vergüenza, convencido de que a esas horas no anda el pueblo fijándose en el aspecto del viandante recién pelado. "Corto, muy corto", anuncio a mi confidente mirando a un lado y a otro, temeroso de que la familia del Heavy me esté espiando y curse la correspondiente denuncia ante las autoridades del Metal, siempre escrupulosas con las debilidades de los viejos adeptos. David, mi Crazy Barber particular, pone cara de circunstancias, como si no fuese la primera vez que se enfrenta a este tipo de órdenes confusas: mi boca dice "corto, muy corto" pero mi cara le ruega que me plante unas extensiones o, por qué no, directamente un pelucón. "Vamos a ir poco a poco, que a cortar siempre tenemos tiempo", anuncia mientras me remoja la cabeza y calcula las consecuencias. Tiempo, esa es la clave... ¿Pero tiempo para qué?

Mi pelo va diciendo que ya tengo edad para comprender, como sostiene Ballester, pero no me espanto la sensación de cada vez estoy más perdido, de que el paso de los años solo me trae dudas y laberintos imposibles. ¿Qué hago? ¿Me apunto a crossfit? ¿vuelvo al seno de la iglesia? ¿planto tomates? ¿escribo una novela? ¿insisto en lucir un flequillo que ya no es tal? "Bueno... Corta mucho pero por los lados y por detrás, no tanto por delante", rectifico camino del potro de tortura. Quizás entender el sentido de la vida se parezca a esto, a no tener ni puta idea de nada. Hay quien sostiene que dudar es de sabios pero digo yo que pobres sabios, menuda papeleta. Mi idea de sabio, durante muchos años, fue la de John Wayne en cualquiera de sus películas: la de un tipo que siempre sabía lo que debía hacer, que no pestañeaba antes de meterle una bala entre las cejas a un cuatrero, echarle el lazo a una vaca o guiñarle un ojo a la corista. Son las ventajas que conlleva manejarse en la pantalla al amparo de un buen sombrero, supongo. ¡Ah, qué sencilla parecía la vida en el salvaje oeste! Bastaba con saber disparar y cuidarse un poco los dientes. Si el pelo le importase a alguien, solo rodarían películas de vaqueros Robert Redford, Emilio Estévez y Aznar.

"Creo que te voy a cortar dos dedos, ¿te parece bien?". Estoy tan deprimido que me dejaría cortar los diez pero David habla en jerga profesional, todavía no se le ve con ganas de amputarme miembro alguno. Acepto, claro. Si para algo me queda tiempo es para replantearme la necesidad de reconocer la derrota, de asumir que ya no luzco melena sino serrín espolvoreado, como aquellos bares antiguos en los que se fumaba y había una máquina que dispensaba cinco duros de pistachos para acompañar la chiquita. ¿Y si llamo a mi madre, por preguntar? Seguramente pensará que lo hago para pedirle dinero, como siempre, lo que ahondaría aún más en la teoría de que mi cuerpo y mi mente no maduran a la misma velocidad, tristemente.

"Estás fantástico", dice David mientras guarda los bártulos, visiblemente satisfecho con su trabajo. Yo me veo como antes de entrar en el local pero mejor peinado y eso me anima, me refuerza en la idea de que la estética siempre ganará por la mano a la verdad, que es fría y desagradable como una tarta semifresca de supermercado. Ya he salido de la peluquería cuando un mensaje en el móvil me devuelve a la triste realidad. Es una captura que me envía un amigo sobre cierto artículo de prensa inspirado por el documental sobre Sergio Ramos. "En esta vida, o das envidia o das pena", asegura Pilar Rubio mientras –siempre según el texto– su marido le da la razón espatarrado en un sofá de 90 metros cuadrados: mazazo.

Feliz cumpleaños, falso calvo... Y bienvenido al resto de tu mísera vida.