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Historia de un hincha

De orgullo lo llenó el día que la mismísima reina Isabel le recibió en audiencia privada

HA TENIDO la fortuna de presenciar varias Copas del Mundo y más de 300 partidos internacionales, toda una vida acompañando a la selección inglesa de fútbol allá donde jugase, y asegura que el partido más memorable que recuerda fue la victoria de los pross contra Alemania en la final del Mundial de Inglaterra 1966, disputada en Wembley. "El juego de Bobby Charlton es el más inteligente que he visto jamás". De España guarda buenos recuerdos, y echando la vista atrás rememora el sorteo de la Copa del Mundo de 1982. "Era el único representante ataviado con traje nacional, la gente me miraba como si me hubiese escapado de un manicomio". Le pidieron un pronóstico y profetizó que Argentina, Brasil, Alemania y la URSS serían los cuatro semifinalistas pero jamás pensó que Italia pudiese levantar la copa: así perdió un buen quintal de libras en la apuestas. "Son cosas que pasan, unas veces se gana y otras se pierde".
Imagen para el blog de Rafa Cabeleira (09/12/17)
Entre esas experiencias inolvidables que acumula un hincha a lo largo de los años se queda con Pelé arrodillado en medio campo, durante el Mundial de México, rezando tras la victoria de su equipo. Tampoco puede olvidar el día que decidió desfilar con una bandera de la Asociación de Hinchas Ingleses en un estadio de Bucarest y los oficiales del comunismo trataron de impedírselo: "Cuando finalmente se aclaró el entuerto y me dejaron saltar al campo, 80.000 rumanos empezaron a aplaudirme como si fuese el delantero centro de su combinado nacional. El fútbol tiene tanto de política como de deporte y en aquel momento no solo estaba representando a Inglaterra, también a muchos millones de personas que ansiaban democracia y libertad".

De orgullo lo llenó el día que la mismísima reina Isabel, aprovechando un partido frente a Australia, le recibió en audiencia privada y le confesó que seguía con gran devoción todas sus andanzas. "También pude saludar al entonces príncipe Felipe de Borbón durante aquel ya citado sorteo mundialista. Ahora creo que ya es rey, ¿verdad?". Sobre el momento más triste que recuerda en sus andanzas destaca los desmanes de un grupo de hinchas ingleses "supuestos hinchas", especifica, en Basilea, tras perder su selección un partido frente a Suiza. Asegura que se trataba de un grupo clandestino no vinculado al fútbol y financiado por sindicatos comunistas de su país. "Eran jóvenes, demasiado jóvenes para poder pagarse el viaje y la estancia, la gran mayoría sin empleo. Les saqué fotografías y las envié a la Asociación de Hinchas Ingleses para que se les impidiese el acceso a cualquier estadio. No sé si lo logré pero nunca volví a cruzarme con ninguno de ellos". Presume, porque puede, de haber mantenido su pasión rascándose el propio bolsillo, miles y miles de libras esterlinas con las que podría haber arreglado su casa, comprarse un mejor coche, cenar en buenos restaurantes… "Pero el fútbol es un deporte tan maravilloso que ni me planteo la posibilidad de haber ahorrado".

Su nombre es Kenneth Baily, un loco inglés que vive en la bahía de Bournemouth, ciudadano de honor, funcionario jubilado del gobierno británico y antiguo columnista del periódico local. Habla sobre su pasión por el fútbol pero tampoco desprecia la oportunidad de seguir los partidos de rugby, cricket o hockey. Cualquier deporte le parece propicio para seguir de cerca a su selección, su único y verdadero equipo. De joven fue un prometedor atleta y su nombre llegó constar en el libro Guinness de los récords por haber corrido 171.250 millas en siete años. Formó parte del equipo olímpico, también fue un buen jugador de hockey, pero lo que recuerda con más cariño de su etapa como fondista fue aquella vez en que llamó la atención de los americanos al organizar una carrera por relevos sobre la cubierta de un barco que viajaba de Southampton a Nueva York: 997 millas en cuatro días y medio de travesía, el tipo de locuras que solo se plantean los hombres más cuerdos, supongo.

A fuerza de perseguirlo, en 1966 fue nombrado Mascota Oficial del Fútbol Inglés, un título que hoy podría sonar ridículo pero que para Kenneth supuso el momento más feliz de su vida. Lo apodaron Willy Copa del Mundo, le cedieron entradas para todos los partidos, la gente lo paraba por la calle para pedirle autógrafos e invitarlo a pintas. Se convirtió en toda una celebridad y se emociona al abrir los cientos de álbumes plagados de fotografías que dan fe de sus andanzas. También presidió varios clubes de fútbol, fundó diferentes escuelas deportivas en su ciudad, trató de honrar como pudo la memoria de su difunto hermano, antiguo secretario de deportes del ejército, y ahora disfruta de sus últimos días en su pueblo natal. "Por suerte, la tele me lleva donde mis cuerpo ya no alcanza", asegura en una entrevista. Un día le preguntaron por qué no se había casado y si había estado enamorado alguna vez: "Por supuesto que sí, de la bandera de británica", contestó. Esta es la historia de un verdadero hincha, ni más ni menos que eso.

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